TESIS: Lenguaje y Realidad en Willard Van Orman Quine



Lenguaje y Realidad en Willard Van Orman Quine






Índice
INTRODUCCIÓN ----------------------------------------------------------------------------- 3
Capítulo I
Dos dogmas.
Introducción ------------------------------------------------------------------------------------- 16
1.1.- El dogma de la analiticidad   ------------------------------------------------------------ 17
1.2.- El dogma del reductivismo -------------------------------------------------------------- 29
1.3.- Empirismo sin dogmas ------------------------------------------------------------------- 37
Conclusión --------------------------------------------------------------------------------------- 40

Capítulo II   
La estructura del lenguaje.
Introducción -------------------------------------------------------------------------------------  43
2.1.- Palabra ------------------------------------------------------------------------------------   44
2.2.- Enunciado ---------------------------------------------------------------------------------  52
2.3.- Teoría --------------------------------------------------------------------------------------  66
Conclusión --------------------------------------------------------------------------------------- 74  
Capítulo III    
El lenguaje como un arte social
Introducción -------------------------------------------------------------------------------------- 76
3.1.- El aprendizaje de los lenguajes: las palabras y las normas -------------------------- 76                                            
3.1.2.-  La predicación y la identidad --------------------------------------------------------  100
3.1.3.- Los términos abstractos  --------------------------------------------------------------  113
3.2.- La indeterminación de la traducción: la traducción radical ------------------------- 117
3.2.2.- El carácter social de la observacionalidad ------------------------------------------ 122
Conclusión --------------------------------------------------------------------------------------- 126
Conclusión general ------------------------------------------------------------------------------ 127  
Bibliografía ------------------------------------------------------------------------------------- 135



INTRODUCCIÓN

El tema de mi investigación gira en torno a los textos Dos dogmas del empirismo, éste incluido en el 
libro Desde un punto de vista lógico y Palabra y Objeto[1] de Willard Van Orman Quine. El objetivo es defender la tesis de que, de acuerdo con Quine, el lenguaje debe entenderse como un arte social. En dichos textos Quine establece la relación entre lenguaje y realidad (palabra y objeto); una relación entre el enunciado y el hecho (o evidencia empírica); analiza la manera en que puede el lenguaje relacionarse con la realidad.
 Para defender esta tesis voy a exponer tres capítulos donde explicaré por qué Quine abandona los dogmas del empirismo proponiendo su teoría de la verificación y el holismo semántico para establecer el fundamento de su planteamiento: el lenguaje visto como una herramienta social.
En los tres textos se aborda esta relación vinculándola con la ciencia y la manera social en cómo concibe su origen, desarrollo y percepción. Esta visión (lenguaje-realidad), dentro de la propuesta de Quine, es muy concreta: Los enunciados no se someten a verificación de forma individual, sino como un cuerpo total de enunciados sobre la ciencia al ser ésta un reflejo del mundo; es decir, que su significación y referencia funcionan mejor en conjunto que por separado, de ese modo es más adecuado decir que un enunciado cobra más sentido acompañado de otros que en solitario. Lo que llama holismo semántico. Quine afirma que “la unidad de significación empírica es el todo de la ciencia”[2]; en otras palabras, el lenguaje debe referirse a la evidencia que nos ofrece la ciencia como un todo.  
Como es de sobra conocido, el filósofo contemporáneo estadounidense Willard Van Orman Quine, nació en Akron, Ohio el 25 de Junio de 1908. Fue reconocido por su gran trabajo en lógica matemática y sus grandes aportaciones al pragmatismo como una teoría del conocimiento. Recibió su educación en el Oberlin College y, posteriormente, en la Universidad de Harvard, donde fue discípulo de Whitehead. Además llegó a ser docente en 1936, realizando aparte estudios en Viena, Varsovia y Praga.
Willard Quine fue conocido por su afirmación de que la forma como el individuo usa el lenguaje determina qué clase de cosas está comprometidas a decir que existen. Además de la justificación para hablar de una forma específica, usó el lenguaje de una manera en vez de otra, para exponer otra justificación en favor de la adopción de un sistema conceptual y no otro, cuestión que fue para él una manifestación absolutamente pragmática. Con todo, tenemos su crítica a ciertas doctrinas referentes al empirismo lógico y la distinción tradicional entre afirmaciones sintéticas (proposiciones empíricas o basadas en hechos) y afirmaciones analíticas (proposiciones que son necesariamente verdaderas).
Para aumentar y mejorar sus aportaciones, Quine también contribuyó de manera fundamental a la lingüística teórica, proponiendo métodos recursivos para construir una gramática que pudiera ser capaz de describir el lenguaje humano, separando así unas clases de secuencias significativas idiomáticamente de las asignificativas a este respecto, método formal que eventualmente inspiró a su alumno Noam Chomsky a estudiar en profundidad las estructuras sintácticas de las lenguas naturales. En cuanto a lingüística y su relación con la pedagogía y la psicología se refiere, y dicho de manera general, Quine tuvo posturas cercanas a la teoría pedagógica del conductismo, aunque en ocasiones llegó a declarar que en sus escritos hay cierta predisposición a adquirir el lenguaje por parte del niño.
Es sabido por muchas personas que Quine gozó de una vida sumamente interesante, tanto en el aspecto académico como en el personal. Tuvo la oportunidad de realizar incontables viajes por el mundo. No obstante, aquí sólo nos concierne su vida académica y, por consiguiente, sus logros, ya que tiene algunos motes bajo los cuales es conocido: “el último analítico”, “el primer no analítico” o incluso “el primer pragmático”. Su paso por Harvard resultó esencial para su pensamiento filosófico, pues gracias a ello se formó como “neo-positivista” del Círculo de Viena.
De acuerdo con uno de los motes arriba mencionados, Quine se formó en el pragmatismo que irradiaba Harvard, allá en el siglo XIX, de Charles Sanders Pierce, William James y John Dewey, cuya búsqueda filosófica abarcaba buscar una regla que permitiera clarificar los contenidos hipotéticos referentes a las “consecuencias prácticas”, y al lado de Donald Davidson,  fue adepto de la psicología empírica de Burrhus Skinner.
Sobre decir que fue alumno prodigio del también conocido Rudolf Carnap, y durante su ya mencionada estancia en Harvard, se sintió fuertemente atraído por el pensamiento filosófico de éste. Ahora bien, no todo fue color de rosa, pues conforme el tiempo pasaba ambos pensadores discutían sus ideas y disentían sobre éstas; sus teorías no parecían congeniar abiertamente al respecto, más incluso tratándose de la época en que vivieron; Carnap, asociado con Nelson Goodman y Morton White compartían la postura en torno a la conciencia humana. He aquí un fragmento de este pensamiento:
La experiencia humana es una matriz biológica y cultural, entretejida; una concepción enriquecedora de la experiencia debe incluir qué hace y sufren los seres humanos, para qué se esfuerzan, por qué aman, creen, soportan, y también cómo actúan, de qué modo hacen y sufren, desean y disfrutan, observan, creen, imaginan- en breve, procesos de la experiencia. [3]
            De consuno con este cuestionamiento, Quine se topó con el de Goodman, quien pensaba que la lógica inductiva poseía un carácter emergente, por lo que el concepto de intuición no debía justificarse a posteriori (Hume) ni tampoco a priori (analíticos), sino en contexto, de forma más completa: histórica y holísticamente. Esto puede brincarnos mucho tratándose de Quine y tiene sentido. Antes de él, podemos ver que las teorías se discutían, analizaban y reformulaban en solitario, pero con Quine al frente todo se hace de manera más “universal”.
Quine señalaba que la teoría epistemológica normativa de Carnap no era otra cosa que una “simulación”, una forma de reconstruir creativamente formas en que la mente forzaba a subsumir la realidad en métodos de categoría lógica. Opinó también que era mucho mejor ver la realidad directamente, como un todo, misma actitud que conservó ante la psicología para, así, poder ahorrarse la abstracción que aparentemente no tenía utilidad.
En términos simples, Quine trató de eliminar los dogmas del empirismo: analiticidad y reductivismo. Quine refutó esa dicotomía, pues para él su naturaleza era completamente falsa. Y para fundamentar su postura, compartió el cuestionamiento: ¿Qué confiere analiticidad a los juicios analíticos? Además ofreció contra-ejemplos argumentativos para aplastar más los dogmas: afirmó que tanto el sujeto como el predicado de una oración vienen siendo lo mismo, diciendo lo mismo; por ende, no hay mayor atributo en esta idea. De igual forma, Quine exhibió que tampoco intercambiar sujeto y predicado en una oración avalan la analiticidad de un juicio ni le otorgan algo más. Y ante éstas y otras ideas, Quine ataca el verificacionismo neopositivista, pues esta postura señala que hay que verificar todos y cada uno de los enunciados científicos para determinar, valorar su autenticidad, su veracidad, pensamiento opuesto al de Quine, que sostiene que es el lenguaje, vista como un todo, el que se enfrenta completamente a la ciencia. Éstas y otras reflexiones las abordamos con detalle en el capítulo primero. Willard Quine propone, para sustitución de los dogmas, un empirismo pragmático y holístico, con interrelaciones (o vínculos) y donde nuestros significados, y más aún nuestras respuestas, se establezcan dentro de contextos determinados. Con Quine la filosofía pasa a ser una fase más en la psicología empírica.
Retomemos un poco su curso histórico. En contraparte a su propuesta, con el surgimiento de los dogmas del empirismo, el positivismo lógico tuvo su auge y posteriormente su apogeo filosófico, al mostrar facetas muy contundentes, acerca del lenguaje hasta ese momento. En la Universidad de Jena, Carnap escribió y expuso una teoría centrada en los conceptos de espacio y tiempo.
Más adelante, por allá de 1923 es cuando surgió el famoso Círculo de Viena para la concepción científica del mundo (grupo formado principalmente para ocuparse de la lógica de la ciencia) formado por  Mortiz Schlik, Otto Neurath, Herbert Feigl, Philipp Frank, Alfred Tarski entre otros. Aquí es importante mencionar que cuando Wittgenstein visitó Viena, se encontró con Carnap y posteriormente éste redactó el manifiesto del Círculo en 1929.
En Febrero de 1930 Alfred Tarski dio una ponencia en Viena. Cuando en Noviembre de ese mismo año Carnap visitó Varsovia, fue entonces que aprendió mucho de las teorías de aquél sobre semántica. Un año después se convirtió en profesor en la Universidad de Praga y ahí escribió su famoso texto sobre positivismo lógico y su fama como miembro del Círculo de Viena creció. Su texto Sintaxis lógica del lenguaje (1934)  fue la responsable de hacerlo famoso y miembro oficial del Círculo de Viena. Con dicha obra que Carnap expuso que no podría haber algo conocido como “lenguaje o lógica correctos o verdaderos”. Carnap sostuvo que una persona es libre de adoptar la forma de lenguaje que le resulte útil para sus propósitos.
Llegamos, entonces, a lo más importante, porque fue en medio de estos análisis donde Willard Van Orman Quine conoció a Carnap; uno de los muchos debates la obra de éste surgió. También vale la pena señalar que, aunque no coincidieran mucho en sus teorías, un respeto entre ambos pensadores emergió, durando toda su vida, y mientras terribles eventos acaecían en Europa, de los cuales estuvieron al tanto, el resto de miembros del Círculo de Viena fue alcanzado por facciones que surgían…
Quine contribuyó a la prolongar la estancia y vida docente de Carnap en la Universidad de Chicago y éste pasó dos años más en Harvard, donde se reunió con Tarski. En los años venideros se dieron varias propuestas, tales como: la primacía de la ciencia y la lógica, semántica, lógica modal, la semántica de mundos posibles y posteriormente, los fundamentos filosóficos de probabilidad e inducción.
Algunos años después, específicamente en la UCLA, cuando Carnap aportó, particularmente sobre conocimiento, la famosa distinción analítico-sintética y el principio de verificación (en pleno positivismo), fue en definitiva lo que llevó a Quine a abandonar los dogmas en virtud de su holismo semántico.  Willard Van Orman Quine falleció en Boston, Massachusetts el 25 de Diciembre del año 2000, es reconocido por su famosa premisa en la que un individuo determina qué tipo de cosas existen dentro de las desinencias del lenguaje.
Y fue así que, en el contexto teórico de la época, poco antes de la propuesta quineana de la relación del lenguaje con la realidad, surgió la del positivismo. Sobra decir que Quine desconfió de esa teoría en vista de la discusión de Carnap con Nelson, Goodman y Alfred Tarski, causando que su propuesta (holismo semántico) fuera más atractiva para la época en que lo planteó.
Fue en 1960 que Quine comenzó a trabajar su obra Desde un punto de vista lógico (primer eje temático aquí) dándose cuenta de que siempre se puede apelar al contexto en sí al momento de querer traducir una palabra u oración; y posteriormente, Palabra y Objeto (segundo eje temático aquí), lo que lo llevó a comprender la idea de una oposición al orden establecido. Pero aunque “oposición” suene agresivo, la línea de pensamiento está matizada así; el lenguaje es un conjunto de palabras al servicio de quien las usa; palabra u oración pueden ser entendidos en conjunto y de formas diversas siempre al servicio del contexto, que en palabras de Quine podemos catalogar como “evidencia empírica”.
Para ejemplos famosos de esta premisa tenemos, dentro de la filosofía quineana, a “gavagai”, enunciada por un nativo al momento de presenciar a un conejo y que es un concepto que utilizaremos mucho en los capítulos dos y tres. De este simple acontecimiento es que se desprenden una serie de interesantes hipótesis en torno al posible significado y referencia del término ya mencionado. Se mencionará con regularidad aquí. Ésta es la premisa principal de dicha obra por la cual me aventuro a exponer que el lenguaje es un conjunto de disposiciones que la sociedad nos inculta.
Lo más importante aquí es que, en contexto, es justo dicha premisa lo que llevó a Quine a explorar y proponer una nueva teoría lingüística, que de por sí fue bien aceptada en su momento. Porque teniendo presentes – y asumidos-, los dos dogmas del empirismo es que él se aventuró a proponer algo nuevo, distinto. ¿En qué consiste esta propuesta de Quine? El abandono a los dogmas del empirismo para su disertación lingüístico-científica en Dos dogmas del empirismo, Naturalización de la epistemología y posteriormente con Palabra y Objeto.
Y es en el primer capítulo que abordaremos ese análisis donde nos dice que el todo de la ciencia es como un campo de fuerza cuyas condiciones límite las proporciona la evidencia empírica. Si llegara a suscitarse un conflicto con la evidencia, en el límite, esto originaría un reajuste en el interior del campo (el cuerpo de enunciados). En otras palabras, el avance de la ciencia se mide por el avance de la ya mencionada evidencia empírica. Las leyes lógicas son sólo unos determinados enunciados del sistema, dentro de algo que depende de lo que se nos presente continuamente al instante. Las experiencias particulares no están ligadas con un enunciado concreto y determinado en el interior del campo, sino que estas ligaduras se establecen como condiciones de equilibrio que afectan al campo como un todo.
Visto así es erróneo hablar del contenido empírico de un cierto enunciado, cuando éste puede tomarse como verdadero acorde a su evidencia. Habiendo explicado un poco el panorama, es importante retomar una vez más que en Quine tenemos la situación: Una palabra o una oración, sólo puede ser entendida en conjunto y no por separado, lo que lleva a pensar en el establecimiento del orden de ideas que reflejen el significado y éste “surge” con las oraciones unidas. De ser así ¿influye en la traducción? ¿En qué consiste ésta?
Para ello considero adecuado profundizar en la teoría de Quine sobre la relación previamente mencionada. Es importante añadir que para que esto cobre sentido se deberá pensar en el lenguaje como un elemento situado en ámbitos tan radicales como un pueblo con culturas rudimentarias o bien una ciudad modernizada, en contacto con su realidad empírica.
El lenguaje es un arte social,[4] nos dice Quine. Tenemos en mano la noción de un lenguaje cambiante, dinámico y aparentemente flexible. Quine dice que es la desinencia misma insertada en aquélla la que habrá de guiar, de orientar la intención del nombramiento (onoma) con respecto del objeto aludido; la significación.
Vivimos en una época donde el lenguaje, al ser un arte social, parece “desbordarse” en una multitud de conceptos, sentidos y referencias que funcionan según la circunstancia; a saber, un lenguaje vivo en su cambio, gracias a la realidad que acontece. Ante este cambio me propongo reflexionar de forma derivada: ¿Realmente la evidencia empírica puede ofrecer una pauta de la veracidad de un enunciado? ¿Puede la ausencia de orden en las oraciones alterar su traducción y significado?
El cambio lingüístico supone un progreso, pero aquí, la duda de hasta dónde lo percibimos es una preocupación natural, dando como resultado reflexiones que consideramos fáciles de encausar para el problema que aquí nos atañe. Es decir, el cambio por sí parece ser tan dinámico y continuo que el margen de un objetivo o propósito común se  puede perder en el transcurso de aquél. A mí me interesa este giro, mismo que estudiaré en los dos libros ya mencionados: Desde un punto de vista lógico y Palabra y Objeto, para así conducirnos a los dogmas del empirismo y al porqué de su abandono.
En el capítulo uno me ocuparé de explicar y analizar el artículo de 1951, Dos dogmas del empirismo para mostrar la tesis revolucionaria de Quine: El abandono de los enunciados analíticos y sintéticos para entender el lenguaje como él lo hace, de manera contextual y empírica. Recurriendo a conceptos como analiticidad, sinonimia, donde entre palabras o enunciados se buscan las conexiones y cómo éstas problematizan la idea de la traducción; se aborda también la definición, que habla del uso de las palabras; la explicación en conjunto con las descripciones de estado, valores detallados en los enunciados analíticos; y para llegar al holismo semántico, Quine recurrirá a la teoría de la verificación donde somete a los enunciados a rigor y llegar así al reductivismo radical. ¿En qué consiste el holismo semántico?
En el capítulo dos hablaremos de Palabra y Objeto, ahí analizaré la propuesta de Quine de lenguaje como reflejo de la realidad, que son para él conceptos fundamentales como un reflejo del hecho, del acontecimiento científico; construyendo así un lenguaje que hable de la realidad que se nos presenta. El eje temático con que abordaremos la propuesta será: La palabra, en la que Quine profundizará el origen o inicio del lenguaje como herramienta social, lo que un término supone en una gramática en proceso de evolución y definición; el enunciado, donde la significación del objeto y de la realidad, en virtud de la “palabra”, cobra mayor sentido y dirección, pues el enunciado soportará la idea del cuerpo como reflejo de la realidad en lugar del vocablo en sí y, por último, pasaremos a la “teoría”, que es donde esto se revisará ante el fenómeno que llamamos ciencia. Aquí se profundizará en esa relación del vocablo con la “evidencia empírica”. ¿Puede  la significación trascender al objeto?
Mientras que en el bloque final ahondaremos: la relación íntima y natural del lenguaje y la ciencia, al ser éstos reflejos y polos de la realidad que nos acontece; analizaremos las predicaciones, las normas, los términos abstractos y el carácter observacional que posee el lenguaje. La premisa a desarrollar será: El lenguaje como un arte social.
Entonces, reitero lo principal: Mi tema se titula Lenguaje y Realidad, de modo que la tesis a exponer es que el lenguaje es un conjunto de disposiciones socialmente inculcadas y ello nos conduce al problema a resolver aquí: Si el lenguaje se inculca de forma social ¿qué es la traducción en sí? ¿Qué es la definición? ¿Cuál es su relación con el binomio “lenguaje-realidad”?
Habiendo expuesto lo anterior, confirmo que mi investigación sobre el pensamiento lingüista de Quine radica en que su visión es realista, actual y vigente, principalmente porque el lenguaje es una herramienta social cuyo uso está en constante evolución, gramatical, y esencialmente. No es un elemento cultural estático, sino en permanente cambio siempre al servicio de la realidad.











Dos dogmas










Introducción
El problema general que presenta Dos dogmas del empirismo es la discusión tanto de los enunciados analíticos y sintéticos como del reductivismo radical. Quine procuró explicar por qué mantener estos dos dogmas vigentes resulta absurdo y sin sentido, ya que la insuficiencia detrás del dogma analítico y el dogma del reductivismo le pareció nociva para poder entender plenamente el funcionamiento, desarrollo y evolución del lenguaje. En vista de que el dogma de la analiticidad distingue entre verdad evidente y enunciado sintético, Quine atacó dicha doctrina señalando que todos los enunciados tienen el mismo valor y derivan de la experiencia. 
            La idea que Quine defendió es que el lenguaje no necesariamente se aprende por fragmentos, como el empirismo lógico sostuvo en su momento, sino que se puede aprender de manera total, como un cuerpo general de enunciaciones. Para demostrar esto se valió de reflexionar el concepto de la analiticidad, para luego llegar a entender en qué consiste la teoría de la significación y, por ello, desembocar finalmente en un empirismo libre de los dogmas, con el cual fundar su holismo semántico. 
            El tema central aquí es el abandono de los dogmas del empirismo como ya lo hemos comentado, y Quine sostiene la tesis de que se puede prescindir de ello, pero siendo así ¿qué sucede con la analiticidad? Para atender a ello adecuadamente, Dos dogmas se estructura en seis partes: El trasfondo de la analiticidad, definición, intercambiabilidad, reglas semánticas, la teoría de la verificación, acompañada del reductivismo, y por supuesto, empirismo sin dogmas.
Es en los primeros cuatro apartados donde se hallan refutaciones al tema de la analiticidad que, para Quine, resultaron insuficientes al estar basadas en la presuposición de la misma (lo que Quine denominó “un acto de fe”); con la quinta sección nos hallamos ante el tipo de dogma que Quine vio en el empirismo moderno, nos referimos al reductivismo; en la sucesiva, que es la sexta, Quine interpretó las consecuencias que pueden surgir al eliminar los dos dogmas incluidos en el empirismo. 
1.1
El dogma de la analiticidad.

Por un lado Quine señaló que el dogma de la analiticidad consiste en la creencia de que podemos distinguir entre dos verdades: las analíticas, basadas en significaciones, y las sintéticas, basadas en hechos. Más adelante me ocuparé del reduccionismo que apuesta por enunciados que apelan a una construcción lógica a partir de una experiencia inmediata; es decir, una verdad de evidencia empírica, una formulación que remite directamente al fenómeno que se presenta. De este modo establecemos que Quine vio el lenguaje, que apela al fenómeno de la ciencia, como un cuerpo total de enunciados que es influido irremediablemente por ésta pero de manera indirecta.          
            En el caso del apartado titulado “trasfondo de la analiticidad”, Quine criticó las nociones básicas del término. El contexto teórico es el siguiente: su origen se remonta a la distinción de enunciados analítico-sintéticos (Kant), la que a su vez es influencia directa de Hume (relaciones de ideas y cuestiones de hecho), además de Leibniz (las verdades de razón y las verdades de hecho).
Para continuar es muy importante poder entender la importancia que radica en el postulado leibniziano, el cual afirma que las verdades de razón son verdad en todos los mundos posibles, ya que la búsqueda de certezas de esta naturaleza, necesariamente verdaderas más allá de cualquier circunstancia, fueron lo que hizo de esa búsqueda de la discusión relacionada a las “verdades de razón” (después conocidas como “enunciados analíticos”) uno de los temas centrales en la filosofía.
            El concepto de la analiticidad viene de Kant. Quine lo retomó y es: “Un enunciado es analítico cuando es verdadero por virtud de significaciones e independiente de los hechos”[5] El poder resolver esta situación estriba en lograr definir cómo se da la verdad por virtud de significaciones, que es el tema que Quine intentó remediar.
            Con lo primero que el texto lidia es la diferencia entre nombrar  y significar,  pues aunque varios términos diferentes puedan hacer referencia a un objeto en cuestión, un objeto determinado, el valor semántico que nos concierne no es el mismo. Es así que Quine distinguió dos tipos de términos aquí: singulares (sujetos), que denotan o señalan entidades y los términos generales (predicados), verdaderos solamente en una serie de entidades. Sin embargo, para los efectos de la significación nos hallamos con un conflicto compartido entre ambas categorías: se da, desafortunadamente, un choque entre connotación y denotación, particularmente en los términos singulares y un choque de connotación y extensión en los términos generales.[6]  
            De este modo puede resultarnos evidente la división que encontramos entre significación y la referencialidad de los términos que han generado confusión, a grandes rasgos, en el pensamiento filosófico. Para aclarar este embrollo, Quine, como discípulo de Whitehead, contrapuso el objeto que representa la significación con el de la noción de esencia dispuesta por Aristóteles: “las cosas, según Aristóteles, tienen esencia, pero sólo las formas lingüísticas tienen significación".[7]
            En este asunto es donde Quine centra más su interés por la significación. Podemos irnos por la idea de la descripción del sujeto en el predicado y la semejanza que guarde con otro enunciado, o irnos por la cantidad de letras (aspecto que considera de repente en sus ejemplos) como otra alternativa para examinar el concepto de sinonimia y así poder llevarnos en el tema sin dificultades, tomando ejemplos como “el autor de Waverly” o “el número de planetas”.[8]
            Y, efectivamente, buscar la “esencia” de una cosa implica encontrar aquello que es extenso en todos los entes a los que hace referencia la esencia del término singular; mientras que buscar un significado es encontrar, en lenguaje de Quine, “sinonimia en las formas lingüísticas”. Pero eso no es todo, porque al hablar de sinonimia le hacemos frente, de lleno, a su definición. Si consideramos que sinonimia es aquello que sustenta la analiticidad, entonces debemos poder hallarla en los enunciados analíticos.
            Ante este problema, se nos exponen dos enunciados, considerados por la comunidad filosófica de ese entonces, como analíticos:
1)      Los lógicamente verdaderos, como “Ningún hombre no casado es casado”. Esta clase de enunciado es verdadero para cualquier interpretación o hipótesis de casado, puesto que su verdad reside en el principio lógico de no contradicción.
2)      Aquellos enunciados que derivan de los lógicamente verdaderos por sinonimia, tales como “Ningún soltero es casado”.
Esto nos lleva a la descripción de estado. A esta ecuación entra Carnap intentando explicar la analiticidad con las descripciones de estado. ¿Qué son? En términos simples la descripción de estado en el enunciado de arriba podría ser “hombre” o “casado”. La descripción de estado no es otra cosa que una asignación detallada en el valor de verdad inmersa en la esencia del enunciado[9], en aquello inseparable dentro de la oración. Carnap apela a una noción distinta de analiticidad, aun cuando parece del dogma reductivista.
Sin embargo, incluso con este concepto y los dos postulados arriba compartidos, sigue permaneciendo la incógnita: ¿En qué reside la ya mencionada analiticidad? Para aclarar esto, entra al conflicto el profesor de Donald Davidson, quien aborda el tema con otra teoría que introduce a la sinonimia en su camino para explicar la analiticidad: la definición. Según la presente teoría, los enunciados analíticos que se ajustan a la opción 2) se reducen a la primera forma por simple “definición” de los términos. Concluimos, en este sentido, que “soltero” quedaría definido como “hombre no casado”.
Sin embargo, aún falta acotar más esto. ¿Qué es definir? Una acción común llevada a cabo entre científicos y filósofos. A este respecto, Quine distinguió tres tipos que nos pueden resultar conocidos: la paráfrasis, que consiste en expresar términos muy difíciles (o complejos) en términos familiares o comunes que cumplan un papel equivalente; por su parte la sucede la explicación, fase en la que sólo se amplía el significado del término al intentar priorizar algunos de sus contextos significativos y, a la vez, añadir detalles de los demás, y al final tenemos la abreviación, donde se establece una notación para ser sinónimo del primer término.
Es importante destacar también que, para entender más la definición, ésta debe entenderse como un vínculo, como una unión entre el tipo de lenguaje complejo y el lenguaje accesible para todos. Es por ello que juega un papel esencial en el trabajo formal, pues hace posible la unión de dos tipos de economía expresiva en el lenguaje: la economía de expresión práctica, que es enunciar fácilmente las relaciones complejas que encontramos mediante el uso de términos elaborados, y la economía en la gramática y el vocabulario, que gracias a muy largas especificaciones de contextos significativos de los términos sencillos, enuncia las realidades complejas con un reducido número de expresiones faciales.
  Y así el concepto de definición resulta claro y además importantísimo. El manejar ambos tipos de economía lingüística puede generar consecuencias útiles en el lenguaje. Esto es sumamente importante al tratarse de las etiquetas de los términos, pues con las economías dispuestas el margen de uso amplía su campo de acción;  las etiquetas serán más sencillas de adaptar; las economías deben guiar el camino del lenguaje y construirlo en beneficio de quien lo usa.
Sobra decir que este proceso es oriundo de sinonimias anteriores y, por ello, la definición, en este caso, no es base ni de la sinonimia ni de la analiticidad. Otro recurso para explicar la sinonimia es la intercambiabilidad. ¿En qué consiste ésta? Dos formas lingüísticas deben forzosamente poder ser cambiadas en prácticamente cualquier contexto sin que se pierda su veracidad. Aquí Quine aclaró que este cambio opera en el ámbito de la significación y no del término lingüístico, la palabra en sí. Una ejemplificación aquí podría ser que la palabra “soltero” no lleva el mismo número de letras que “hombre no casado”, no siendo intercambiables en tal comparación.
Con el propósito de definir si la intercambiabilidad es o no un criterio lo suficientemente sólido para justificar la sinonimia como sustento de la analiticidad, tenemos antes algo que precisar: definir qué tipo de sinonimia necesitamos. Es aquí la sinonimia cognitiva la que debe poder reducir términos diferentes a enunciados lógicamente verdaderos acordes con la opción 1). Para que “soltero” y “hombre no casado” puedan ser cognitivamente sinónimos, deberíamos expresar:
3)      Todos y sólo los solteros son hombres no casados.
 Dado el ejemplo parecería que la intercambiabilidad va unida a la sinonimia. Se podría haber resuelto así el problema de la analiticidad. No obstante, Quine encontró un escenario más, un caso donde este enunciado no funcionaría, puesto que la significación es una relación entre términos y lenguaje. Es así que Quine pensó en la posibilidad de un lenguaje extensivo, uno que abarque cualquier tipo de predicado que coincidiera con otro en el carácter de extensión, entonces ya sería intercambiable en “modalidad” salva veritate. En este sentido, la intercambiabilidad no asumiría el criterio de sinonimia, con la cual ésta quedaría, probablemente, reducida a un lenguaje muy específico, concreto y sin resolver la analiticidad.
  De las posibles consecuencias de este supuesto de intercambiabilidad, en lenguaje extensivo,  un ejemplo podría ser: “No hay ninguna seguridad de que la coincidencia extensional de ´soltero´ y ´hombre no casado´ descanse en la significación y no en circunstancias fácticas accidentales, como ocurre con la coincidencia extensional de creatura con corazón y creatura con riñones”.[10]
            Y con todo, no conseguimos definir la sinonimia cognitiva. La idea central, desde su raíz, su origen, es que en un enunciado tenga la posibilidad de intercambiar sinónimos por otros sinónimos. Tener la posibilidad de “etiquetar” sentidos y referencias atados a palabras de tal forma que fuera más sencillo expresar ideas sin tornarse en una confusión sería bueno; así, el dogma del reductivismo tendría más campo para actuar en favor de la lingüística como reflejo del fenómeno del mundo.  
Poder sustituir estas herramientas por enunciados analíticos (que el sujeto incluya lo explicable en el predicado) y dar paso a la sinonimia en general es parte de la intención para comprender cómo llegar a la analiticidad. Esto a partir de los ejemplos antes mencionados[11] para entender cómo la sinonimia puede funcionar. Entonces, tenemos dos propuestas sobre economía lingüística: lógica y matemática. ¿Son ambas sólidas y suficientes para guiar? “Ambos tipos de economía, aunque incompatibles prima facie, son valiosos cada uno a su manera. Por eso se ha desarrollado la costumbre de combinar ambos, fijando en la práctica dos lenguajes tales que uno de ellos sea parte del otro.”[12]
Una opción podría ser intentar fundar, y posteriormente resolver, la analiticidad de otra forma y así derivar la sinonimia cognitiva. Quine nos conduce, de esta manera, a poner nuestra mirada ofensiva en otro sitio común: la aserción ante la dificultad de hallar distinciones entre enunciados analíticos y sintéticos debido a la vaguedad de nuestro lenguaje y, por ello, acudir a un lenguaje artificial para tener una mejor vista y entender plenamente la distinción.
            Si por ejemplo decimos que un enunciado E es analítico para un lenguaje L, entonces encontrar la clave radica en hallar una definición de analítico que funcione para todas las variables de E y, por defecto, de L. Explorando con acierto los textos de Carnap, Quine afirmó encontrar ejemplos en los cuales se especifica cuando E es analítico para L por regla semántica; claro que unido al criterio de que algo analítico es verdadero, implica que algo analítico sería verdadero por regla semántica. Esto representaría una injusticia. Quine dijo al respecto: “ninguna indicación de una subclase de verdades de L es por derecho propio más regla semántica que otra, y si analítico significa verdadero por reglas semánticas¸ ninguna verdad de L es más analítica que otra”.[13]        
Aquí es cuando abordamos el otro ejemplo de enunciados analíticos para desembocar a las descripciones de estado, uno de los conceptos dados por Carnap y que se menciona en el texto base. Por ejemplo, usar “Ningún soltero es casado”[14],  es otro ejemplo de sinonimia y analiticidad; la oración ejemplifica que la sinonimia no sigue como tal un orden específico mientras respete la esencia de verdad que enuncia. Eso nos conduce a las descripciones.
Acorde a los estudios que realizó Quine de su maestro, Carnap intentó explicar la analiticidad con ayuda de las descripciones de estado. ¿Qué son? En términos simples la descripción de estado en el enunciado de arriba podría ser “hombre” o “casado”. La descripción de estado es una asignación detallada en el valor de verdad inmersa en la esencia del enunciado[15], en aquello inseparable dentro de la oración. Carnap apela a una noción distinta de analiticidad, aun cuando parece del otro tipo de dogma.
Según Carnap, todo enunciado lingüístico se estructura a base de componentes lógicos que, para el valor de verdad que se pretende seguir, debe embonar en las descripciones de estado. Un enunciado se considera entonces analítico al enunciar una verdad, misma que la descripción de estado señala cuidadosamente. Estamos mirando con lupa, pero si nos alejamos un poco de la idea encontramos el adagio de Leibniz de “verdad en todos los mundos posibles”, sólo que en versión Carnap.
 Y la dificulta crece cuando nos topamos con enunciados que, en apariencia, ofrecen la idea de ser sintéticos, pero nos dicen que son analíticos, así que, como partiendo de cero, pensamos que quizá lo que tenemos más es la definición de analítico en lugar de la oración presente. 
 El ejemplo previo de solteros y casados da muestras evidentes de la singularidad en un enunciado analítico y nos lleva a entenderlo a la perfección. ¿Qué pasaría, entonces, con otro tipo de enunciado? ¿Estaría el problema en entender lo que es analítico o lo que es sintético? Ya con lo que hemos visto nos sentiríamos seguros de expresar que enunciados analíticos difieren de los sintéticos, pero en el aspecto de “uso de lenguaje” parecen prestarse a confusión todavía. Por eso dudamos de que tal o cual oración puedan ser analíticas cuando las veamos como sintéticas. La reglas deben construir un camino claro sobre cómo funciona el lenguaje.
Ya conocemos el ejemplo “Todo soltero es un hombre no casado”, pero si agregamos a la ecuación un ejemplo como “Toda cosa verde es extensa”, querremos contestar rápido, pero nos detenemos porque observamos el enunciado y vemos en él una categoría distinta a la anterior. ¿Es entonces el enunciado sintético? ¿O es acaso una variante de los analíticos? ¿Los conocemos bien? Sólo en parte y eso debido a que sabemos qué clase de enunciados son pero no por qué son así.[16] 
En este punto, la confusión que Quine aclaró se vio contrapuesta con las observaciones de Carnap. Las reglas semánticas de éste no son, por decirlo así, “fijas”, sino que adquieren distintos andamiajes. Si hablamos de un enunciado A con otro designado como B, tenemos dos formas distintas, y ahí se alza más la concepción Carnapiana, donde la etiqueta de “analítico” nos brinca. Si ya consideramos como “sintético” un enunciado ¿por qué habría entonces de ser analítico? Por un lado está la compatibilidad de este tipo de enunciado se encuentre donde se encuentre. Quine lo expuso así:
Atendamos por ello ahora a otra forma de regla semántica, la cual  no dice que tales o cuales enunciados son analíticos, sino, simplemente, que tales o cuales enunciados se incluyen entre los verdaderos. Una regla de este tipo no está sujeta a la crítica por contener la palabra “analítico”, cuya comprensión se busca; por amor de la argumentación podemos suponer que no hay dificultades a propósito del término, más amplio, “verdadero”.[17]

            Y lo que la cita nos dice es cierto. Hay una regla semántica que señala una veracidad implícita en los enunciados analíticos, lo que, tomando en cuenta lo que hemos visto, suena lógico y completamente admisible: Los enunciados analíticos poseen una verdad, su verdad ante lo que desean expresar; más aún, por eso se les conoce como analíticos, por querer enunciar lo que desde el inicio ya postulan, pero que todavía necesitan ser comprendidos pese a la verdad que enuncian. Un enunciado analítico, por naturaleza, es irrefutable. Es verdadero siempre y cuando la regla semántica a la que hace referencia sea verdadera[18]; de otro modo ¿sería sintético? 
            ¿Obedece esto a toda regla semántica? ¿O habrá excepciones? Si las hay, deberán ser de un lenguaje particular. Bueno, es importante señalar que aquí se hace más apego a la exclusividad que a la universalidad; esta situación es aplicable a determinadas reglas semánticas, aquellas reglas donde se usa el enunciado analítico o se evidencia el mismo. Es imprescindible considerar esta peculiaridad, ya que se puede caer en el error de asociar toda regla semántica con cualquier enunciado analítico; tendría que ser verdadero.
            Entonces, hay reglas semánticas que siguen a determinados enunciados analíticos en virtud de lo que éstos expongan. A este respecto Quine añadió:
Sólo habría que mencionar aún un factor adicional que interviene algunas veces: en ocasiones las reglas semánticas son en realidad reglas de traducción al lenguaje ordinario, caso en el cual los enunciados analíticos del lenguaje artificial se reconocen efectivamente por la analiticidad de sus especificadas traducciones al lenguaje ordinario. Realmente, en este caso no podrá decirse que el problema de la analiticidad quede eliminado por el lenguaje artificial.[19]  
           
Acorde con la cita, es afirmar que las reglas semánticas abren el camino a un lenguaje cotidiano, más familiar; otra forma de decir que las reglas de traducción pueden, como una forma de definición, explicar lo que usualmente es difícil de entender. Quine contempló la posibilidad de que exista un lenguaje artificial donde haya reglas semánticas que nos digan que determinados enunciados son analíticos. El problema, una vez más, es que las reglas parten de una idea de “analiticidad” que hasta el momento se ha mostrado ininteligible. No podemos entender la regla si no entendemos qué es “analítico”.
Tiene todo el sentido del mundo que la semántica esté fuertemente vinculada con la analiticidad al ser algo todavía abstruso, ya que así puede conservar el tono de familiaridad que observamos aquí y no sólo eso: son las reglas semánticas una gran posibilidad para atender todas las inquietudes que rodean a la enigmática analiticidad. Estas reglas indicarán si tal enunciado merece la categoría de analítico en consecución de la verdad irrefutable que propone.
Es preciso aclarar que los enunciados analíticos entre sí se “ubican”, así como entre sí los sintéticos. Las reglas, quizá, se consideren mero reflejo de esta clase de enunciados. De otra forma, no habría posibilidad de encontrar la compatibilidad  que se pretende entre enunciados.
En medio de esta maraña de ejemplos de analiticidad Quine expuso la definición de postulado conocido como “miembro del conjunto dado”[20], con la analiticidad surge la desconfianza por el tipo de enunciados que podemos encontrar al analizarla, y el hecho de las formulaciones constantes nos detiene para verificar si el enunciado es analítico en sí. Puede parecer muy sencillo, pero hay enunciados difíciles de clasificar y por eso termina siendo costumbre asociarlos con el primer dogma.
            Esta desconfianza nos lleva a dudar en aprehenderla, en saber qué reglas semánticas pueden aplicarse; la analiticidad, de alguna forma, representa algo que no conseguimos entender, tratándose de las reglas semánticas propuestas por Carnap. Sí identificamos el tipo de enunciados que expresan ideas referentes al dogma, pero es sólo eso. Ambos dogmas son invenciones de sus antecesores y eliminarlos fue labor de Quine (ya mentada), evento que aquí procuramos recrear, pero para ello necesitamos comprenderlos antes, y en el caso de la analiticidad, dicha labor puede resultar en un conato.
            Quine arrojó otro ejemplo al discurrir en esto: Bruto mató a César.[21] La primera impresión que nos da la frase es la lógica que encierra, pero si en otro sentido ¿no fuera así? Pareciera que Quine nos estaría pidiendo que imaginemos, por un momento, que la palabra “mató” tuviera un sentido diferente al que conocemos, algo como “procreó”. ¿Seguiría teniendo sentido la frase? Con este simple ejemplo Quine nos regresa a sus sabias palabras: “Por eso se presenta la tentación de suponer que la verdad de un enunciado es algo analizable en una componente lingüística y una componente fáctica”[22], lo que equivale a un largo trecho entre ambos conceptos, entre ambos polos.
            La analiticidad, al ser un concepto perteneciente a Carnap, sigue siendo un elemento complejo. En este preciso punto Quine ofreció su solución al problema que la caracteriza: la verdad siempre depende de un hecho extralingüístico. Es así que resulta muy sugerente el tener que separar la componente fáctica de la componente lingüística, sobre todo para suponer verdades que no necesiten de una comprobación fáctica, que esté comprobado “a priori”. A esto se le conoce como enunciado analítico.
Ahora bien, aceptar la suposición de esta clase de enunciados es admitir un dogma nada empírico de los empiristas, un metafísico artículo de la fe. Con el rechazo a esta distinción, Quine enfrentó el otro supuesto presente en la doctrina del positivismo lógico: el reductivismo, basado en el atomismo. Para poder explicar mejor la relación entre ambos dogmas, debemos profundizar ahora en la teoría de la verificación, una variante de la teoría de la significación que fundamenta el reductivismo (como abordaremos posteriormente, también genera tendencia hacia la distinción analítico-sintética).

1.2.
El dogma del reductivismo.

Acorde con esta teoría, el significado de un enunciado equivale al método que confirma dicho enunciado. De esta forma Quine cuestionó: “¿Cuál es la naturaleza de la relación entre un enunciado y las experiencias que contribuyen o impiden su confirmación?”.[23]  Una posible respuesta a este cuestionamiento es la de la referencialidad directa del reductivismo radical, a la que Quine atribuyó el mote de “la más ingenua”. Dicha teoría, que hunde sus raíces de origen en el primer empirismo de Locke y Hume, sostiene que cualquier enunciado con sentido se basa en experiencia inmediata, por lo que es traducible a enunciados que versen sobre ella.
            Una vez derribado entonces el primer dogma, la discusión pasa al segundo, el reductivismo. Este parte, según Quine, de la teoría de la verificación, la cual afirma que la significación de un enunciado es el método mediante el cual se logra la confirmación empírica del mismo. Partiendo de ello Quine realiza un último intento por entender la sinonimia. A partir de la teoría de la verificación dos enunciados serán sinónimos si y sólo si coinciden en el método de confirmación empírica. Ya no hablamos de términos, sino de enunciados. Dado que podemos entender la sinonimia de dos enunciados entonces podemos definir la analiticidad de un enunciado cuando sea sinónimo de uno lógicamente verdadero. “Si la teoría de la verificación puede aceptarse como explicación adecuada de la sinonimia de enunciados, la noción de analiticidad se salva en última instancia.”[24]
Quine descubrió entonces que cualquier enunciado de esta índole “se refiere a la vez a datos sensibles como acaecimientos sensoriales y datos sensibles como cualidades sensibles”.[25] Esto, por donde se mire, ofrece el panorama de ser algo incongruente, pues la significación del enunciado recaería simultáneamente tanto en el objeto en sí como en el sujeto. Es debido a esto que el autor opina que el concepto de Russell de atribuir la significación solamente al uso, y posterior afirmación de Frege, que la significación descansa sin problemas en el enunciado y no en el término, como se venía pensando.
Ahora bien, el sinsentido (o falta de coherencia) del reductivismo radical puede verse en los primeros  trabajos realizados por Carnap en la materia, ya que él fue el primero que intentó construir el lenguaje de datos sensibles. Avanzando en esto, la primer contradicción que encontramos en el trabajo de Carnap es la de construir un lenguaje privado de datos sensibles, y provisto de notaciones lógicas y matemática pura, algo inquietante en el empirismo.
Es esa contradicción (dotar de significado con base en un lenguaje sin datos sensoriales) la que llega a su fin con el intento de adjudicar cualidades a los ámbitos de espacio-tiempo al tratar de describir el universo en base a sensaciones completamente aisladas. Postular que una cualidad se encuentra en un punto espacio-temporal es una conectiva, por consiguiente, desprovista de percepciones sensibles.
A pesar de eso, con ella el dogma de la analiticidad queda libre de sospecha y análisis al considerarse una sinonimia entre enunciados por la verdad que los representa, -tras dejar confirmada la validez de este dogma-, el método procede a evaluar el empirismo que se halla inmerso aquí: el enunciado y la identidad de su significación. Según Quine, si los enunciados coinciden cuando se les ha aplicado la teoría de la verificación, resultan ser sinónimos indubitablemente. Vemos, quizá sin captarlo a la primera, otra muestra de sinonimia cognitiva.
Otro camino para entender este concepto puede ser regresar a la analiticidad y así convertir en algo inteligible la sinonimia cognitiva, es decir, es un regreso al comienzo donde Quine se pregunta qué es la analiticidad. “La noción de analiticidad […] es una relación entre enunciados y lenguajes: de un enunciado E se dice que es analítico para un lenguaje (o en un lenguaje) L.”[26]. El análisis se realizará ahora a la luz de un lenguaje artificial con la intención de mostrar que el problema para entender la analiticidad no radica en la naturaleza del lenguaje, sea éste ordinario o no.
Si ya contamos que ambos enunciados son sinónimos gracias a la teoría, podemos desde luego proceder en esa línea. Quine nos diría que si ya entendemos los componentes de una palabra, podemos entender mejor la naturaleza de un enunciado sin importar cómo se integre. Esto representa un gran avance, pues si con la teoría el entendimiento de estos componentes “fluye” más, la analiticidad se encuentra más cerca de ser comprendida.
En realidad, podemos definir la analiticidad más simplemente en términos de mera sinonimia de enunciados más verdad lógica; no es necesario apelar a la sinonimia de formas lingüísticas diversas de los enunciados. Pues un enunciado puede describirse como analítico con tal de que sea sinónimo de un enunciado lógicamente verdadero. [27]

                Aquí la nota señala algo importante y es lo siguiente: si una palabra o un enunciado determinado muestra o indica una verdad, coincidirá con la categoría de la analiticidad, pero es la lógica que conlleva en su estructura, en sus “partes” lo que confirmará esta suposición. Ya entonces no parecería necesario tener que unirlos con otros de sus semejantes, como hemos dicho constantemente, sino que al limitarse a enunciar una verdad, con eso la asignación de carácter de verdad queda de facto.
                La teoría de significación sustenta, de alguna manera, los dogmas del positivismo lógico, ya que supone que un enunciado está fuertemente asociado a “un único campo de acaecimientos sensoriales”[28], cuya constatación otorga más cualidad de verdad al enunciado (al más puro estilo de la ciencia). En vista de que se considera significante hablar de la comprobación sensorial, también está considerada como significante la comprobación a priori de los enunciados analíticos. Así pues, analiticidad solucionada. Según la teoría, la sinonimia de los enunciados equivale a su método de confirmación o recusación en la evidencia empírica, pero cuando Quine se detuvo otra vez y cuestionó con acierto ¿qué método es ése? ¿En qué consiste?
Aquí entra lo que Quine denominó reductivismo radical, que antecede a la teoría de la verificación. Esto sucede porque el reductivismo apela al enunciado que posea un sentido; el reductivismo sostiene que el enunciado, sea verdadero o falso, se traduce en términos de un enunciado que refiera a la experiencia inmediata en cuestión. Sin embargo, encontramos aquí un “giro de tuerca” y es que Quine aclaró que el reductivismo radical precede a la teoría que tanto defiende. ¿Cómo puede ser eso? En palabras de Locke y Hume, toda noción puede ser significante sólo si es oriunda de la experiencia sensible, sea una sola noción o varias. 
El reductivismo radical, en la percepción de Quine, persiste y se apega a la postura de que un enunciado puede confirmarse de forma aislada. Habiendo ya postulado que el significado reside en un componente lingüístico y otro factual (inextricables completamente), piensa que es imposible hallar dichos componentes tanto en los términos como en los enunciados. “La unidad de significación empírica es el todo de la ciencia”.[29]
Ahora bien, estamos por fin ante la llegada de su propuesta, pues con la inclusión de la idea de que toda noción (aún dentro del reductivismo radical) en un enunciado que posea un sentido es un verdadero reflejo de la evidencia, de la experiencia inmediata, del dato sensorial percibido. Poco después “choca” con la naturaleza de lo que esto supone: los datos sensibles son efímeros, no son, por definición, algo pertinaz, sino que son limitados.
Quine le dio un giro a este panorama pero sin salirse del reductivismo, estableciendo que igual podemos tomar como unidades significantes a los enunciados y asimismo “solicitar” que éstos sean traducibles como un todo, como una totalidad al lenguaje que se infiere de los datos sensibles, y no de manera singular, palabra por palabra, dato por dato.
En contraste histórico, Quine señaló que lamenta que estos términos o “hechos” no hayan sido presentados o disertados en tiempos de Locke y Hume, pero llegó a entender que no podía ser así, ellos no podían ver, en aquel entonces, que en la semántica el transporte principal podría haber sido el enunciado y no el término. Sin embargo, la encontramos por supuesto en la teoría de la significación, cuyo campo de trabajo pone su mira en los enunciados.
Entonces, con el problema de la durabilidad de los datos sensibles, el reductivismo radical trata de especificar, considerando ya a los enunciados como unidades completas, el resto del discurso, del lenguaje ante el objeto sensible que procura entender. Esto, es preciso aclarar, es una aventura en la que Carnap se metió en La estructura Lógica del Mundo.
En oposición al reductivismo que nos presentó Quine, nos explicó que Carnap se apoyó del lenguaje de los datos sensibles, y aunque frecuentemente los usó, nunca formaron parte central de sus propuestas. De la misma forma nos diría que Carnap también usó la ontología como campo de variables a usar para expresar esos acaeceres variables que mencionamos. También se apoyó de la lógica moderna e incluso intentó reducir la ciencia a términos de la experiencia inmediata; si no lo consiguió, sus intentos fueron bastante acertados.
            Quine sustrajo, de estos esfuerzos por parte de su mentor, la idea: El principio de acción mínima debía ser nuestra guía en la construcción de un mundo a partir de la experiencia.[30] Por lo tanto, actuar diariamente para lograr ver nuestro alrededor a partir de lo que vamos percibiendo debe ser una constante.
            Quine señaló algo más: nos dijo que Carnap, en su esfuerzo, se saltó pasos para lograr su cometido. La forma en cómo abordaba su enunciación del mundo físico falló desde la concepción de éste. Tratándose del mundo físico, sus constantes variables encontradas ahí, Quine señaló un hoyo argumental: la falsa o indebida atribución de valores en sus enunciados, pues afirmó que en los estudios de Carnap había que revisar constantemente aquellos valores para obtener un resultado más profundo de la experiencia, no sucedió así y nos quedamos sin un verdadero aprovechamiento de la ciencia desde esa postura.
Carnap se percató de este inconveniente después, pero para ese entonces dejó de lado el concepto de posibilidad de traducción de enunciados del mundo físico en favor de enunciados que remitieran a la experiencia sensible. Recordemos que fue a partir de esta premisa que Quine introdujo la opción del análisis de enunciados completos en lugar de sólo términos aislados, por lo que el reductivismo dejó de formar parte crucial de sus escritos mucho tiempo antes.
Eso podría ser una mala noticia vista de lejos la situación, pero resulta agradable descubrir que, aunque el reductivismo no acompañó a Carnap, sí lo hizo con los empiristas posteriores. El reductivismo radical ayudó a pensadores a sostener la idea de que todo enunciado sintético se asocia por defecto a un campo entero de acaeceres sensoriales, lo que añade probabilidad a cada enunciado. Esta premisa se halla por supuesto en la teoría de la verificación de Carnap.
Gracias al dogma reductivista puede ser creíble que todo enunciado sintético, unido o separado de sus iguales, puede tener confirmación o invalidación. Esta idea, que es propia de Quine y que procede de la doctrina carnapiana, es donde coloca su idea principal de que los enunciados se someten a verificación de la experiencia sensible como el cuerpo total de enunciados, como reflejo del mundo externo, y nunca como elementos individuales.[31]
     […] Mientras se considere significante en general hablar de la confirmación o invalidación de un enunciado, parece también significante hablar de un tipo límite de enunciados que resultan confirmados vacuamente, ipso facto, ocurra lo que ocurra; esos enunciados son analíticos.[32]


            Por lo tanto, aquí se nos dice que la afirmación o recusación de un enunciado es importante y más aún si consideramos que lleva un límite el tratar de hablar de un número de enunciados. Con eso previsto, su confirmación puede ocurrir sin impedimentos, ya que se consideran, por defecto, analíticos.     
Así como los dogmas del empirismo (analítico y sintético), también el reductivismo, como dogma, está en íntima relación con su opuesto. Para corroborarlo, basta mencionar el recorrido que hemos tenido en los problemas aquí planteados gracias a la doctrina de la significación, el problema de entender la analiticidad y, claro, la teoría de la verificación como medida contrapuesta. Quine reiteró que la verdad inmersa en los enunciados depende de cómo éstos sean utilizados. Esto incluso si fuéramos más allá del lenguaje.
            Sin importar qué se diga o cómo se mida el componente del enunciado, éste es analítico por su verdad. Si penetrar en el mundo de la analiticidad ha resultado pesado, pensemos ahora en las teorías claras de confirmaciones empíricas de enunciados.
            Visto como un todo, la ciencia presenta un reto de doble vista: la dependencia al lenguaje y a los hechos. Nos topamos, ya en contexto, con la idea de la unidad de significación empírica vista como un todo.[33]


1.3
Empirismo sin dogmas.

            En la sección final del texto aparece la propuesta del autor de un empirismo despojado, liberado de los dos dogmas ya antiguamente rechazados. Y es que para Quine, nuestro conocimiento es un complejo constructo condicionado por nuestra experiencia con un amplio margen de creación. Es, dijo, “una fábrica construida por el hombre y que no está en contacto con la experiencia más que a lo largo de sus lados”.[34]
            Dicho de otra manera, la experiencia no se liga a enunciados concretos, sino que se relaciona con todo el conocimiento que tenemos gracias a vínculos lógicos que crean un todo orgánico y equilibrado. Si consideramos que algunos enunciados tienen más contenido empírico que otros, es debido a su modificación (gracias a un acaecimiento sensible que refute dicho enunciado), que afecta menos al total de nuestro esquema de conocimiento, siendo por ello, más aceptable para nosotros. “No hay enunciado alguno inmune a la revisión”.[35]
Pensemos en la ciencia nuevamente como ese todo que mencionamos algunas líneas más arriba e incluso al inicio; ese todo es un campo de fuerzas[36] regido detalladamente por la experiencia. Por lo que cualquier contacto o modificación sobre ésta, ese todo resulta afectado por consecuencia.[37] Esa modificación puede traducirse en que los valores de verdad, los mismos con los que Carnap trabajó, se re-distribuyen en los enunciados.
            Como toda causa-efecto, esas modificaciones repercuten en las conexiones entre enunciados a nivel lógico. Todo esto origina nuevas agrupaciones, nuevos órdenes y, posiblemente, nuevas clasificaciones. Todo por el contacto con lo que creemos es el mundo externo o aquello que pensamos puede influir en nuestra percepción.
            No obstante, a pesar de estos constantes y posibles cambios, debemos ya verlos como un todo. La afección cambia el todo, no la parte. De ahí que sean constantes re-ajustes si el contacto con las condiciones límite llegan a darse. Las conexiones, dijo Quine, son indirectas pero efectivas, ya que no “pegan” directamente pero son lo suficientemente profundas para influir en el campo de manera general.
            Ya para este punto Quine señaló que es absurdo pensar en la división entre los dogmas del empirismo; a saber, los enunciados analíticos y los sintéticos. Sostuvo que los sintéticos tienen valor por experiencia, mientras que los analíticos por defecto. Si estamos hablando de un campo de enunciados regidos por condiciones impuestas por experiencia, entonces luce a que Quine halló la unificación de ambos y, más aún, la forma de otorgarles valor por igual.
            Todo enunciado, para su validación, es examinado irremediablemente, gracias a la teoría de la verificación, por el contacto con la experiencia. Y ante esto en concreto, Quine se alzó y reafirmó como empirista y con ello su firme visión del esquema con el cual vio a la ciencia: un instrumento que predice la experiencia que viene cotejándola con ésta siendo adquirida. Dijo:
     La ciencia total - matemática, natural y humana – está análogamente subdeterminada por la experiencia, de un modo aún más extremado. El contorno del sistema tiene que cuadrar con la experiencia; el resto, con todos sus elaborados mitos y ficciones, tiene como objetivo la simplicidad de las leyes.[38]  

            Acorde a la cita, todo esto se rige por la experiencia, por las condición que marca, por el contacto con el exterior – suponiéndolo -, y provoca constantes cambios, revisiones y ajustes a la ciencia como el todo de enunciados que vemos. Visto así, la ontología, que forma parte crucial de la ciencia, también avanza a la par de las ciencias naturales como un conjunto de entidades valorativas. De forma indirecta Quine cuestionó: ¿Deben las clases considerarse entidades? Aclaró por igual que Carnap jamás señaló esta situación como algo factual, algo de hecho, sino que lo dejó a elección del lenguaje o de la estructura que éste encierra.
            Quine también añadió, al parecer con gusto, que Carnap reconoció haber sostenido únicamente una diversidad de criterios pensada para toda cuestión ontológica, y por otro lado, para toda hipótesis científica, dio por hecho la distinción entre enunciados analíticos y sintéticos. Distinción que, sabemos ya de sobra, Quine rechazó con fundamentos. Entonces, ante el abandono de los dogmas y la propuesta del holismo semántico,  entiéndase, la forma como pensamos el lenguaje (totalidad de enunciados) regidos por las condiciones límite de la experiencia (o evidencia empírica), es como obtenemos el holismo; por medio del lenguaje, de los términos o enunciados que formamos es como llega el compromiso de nombrar aquello que percibimos.
            Y la verdad Quine fue muy sincero y siempre antepuso al análisis cualquier error, de ahí que propusiera, en parte, la teoría de la verificación. La idea de un lenguaje regido por la evidencia empírica, por el instante y por el uso no sólo suena lógico, sino que además es importante verlo así. Con el problema de la significación y la traducción, llega la definición, como un complemento que iguala la situación, pero con la ciencia visto como el fenómeno que el lenguaje pretende entender, esto adquiere mayor profundidad. Más aún si consideramos la ya mencionada teoría de la verificación.
Conclusión
Habiendo acabado con la distinción analítico-sintético, Quine concluyó con la propuesta del positivismo lógico de no ver argumentos metafísicos como fuente de conocimiento. Además, Quine postuló que la única razón de que cambiemos de creencias es su efectividad para controlar la experiencia sensible, principio claramente pragmático y que, por ende, se opone a la noción de la veracidad basada en la comprobación.
            Quine determina con esto que el abandono a los dogmas del empirismo es necesario e importante para que el lenguaje pueda ser entendido de mejor manera con otra óptica, pues el qué se dice y cómo se dice, modismo actuales, son partes consecutivas de la propuesta de Quine en favor del funcionamiento lingüístico. Y no sólo eso, sino que la concepción naturalista y sin pretensiones que llevó lo catalogaron como el último empirista. Su trabajo con este tema fue importante, pues con ello estimuló e influyó a que autores posteriores, como Noam Chomsky, se enfocaran con más detalle en las funciones lingüísticas que nos ocupan hoy, generando una propensión al lenguaje visto como un todo del mundo.
            Varias ideas aquí expuestas fueron abordadas por los miembros del Círculo de Viena, donde se tocó la sintaxis lingüística, la verdad lógica, entre otros. Es importante enfatizar el estudio que Quine hizo de su maestro, Rudolf Carnap, pues con ello sentó las bases para su propia filosofía, mostrando un margen de diferencia en su teoría y por qué lo que propuso trascendió en la filosofía. Es, de este modo, que con Quine nos hallamos ante una filosofía analítica que pone su atención en el lenguaje visto como un todo y no como partes.
            Este cambio de postura, en un sentido general de la filosofía, genera nuevas problemáticas, pues Quine logró refutar la necesidad de los dogmas y proponer un nuevo tipo de lenguaje al servicio de la sociedad, esto con ayuda de la terminología que ofreció como un intento de solventar las carencias que encontró en éste como un reflejo del mundo. Vital es también aclarar que su terminología simplificó mucho el estudio del lenguaje, contribuyendo a que filósofos posteriores lograran verlo de forma distinta, que se atrevieran a dejar de lado los dogmas y profundizaran en el lenguaje con otro enfoque. No obstante, sus aportaciones tuvieron todo tipo de alcances, tanto buenos como malos. Ahora mismo abordaremos los primeros en el capítulo siguiente.

























La estructura del lenguaje

  
Introducción
Al final del capítulo pasado explicamos cómo planteó Quine su propuesta llamada holismo semántico, concepto que aquí nos resulta esencial para poder seguir entendiendo completamente la visión que el autor tuvo sobre el lenguaje. Logrando abandonar por fin los dogmas del empirismo, Quine construyó una teoría en la que el lenguaje se explica sin supuestos, ya que para él los dogmas no fueron más que una herramienta absurda para la comprensión del mismo.  
Ya hablamos de la teoría de la verificación, y aclaramos el concepto de la analiticidad y el uso que se le da a la sinonimia, para así poder consolidar la perspectiva argumentativa de que el lenguaje tiene mejor uso y potencial visto como un todo y no como partes. Es aquí donde expondremos a detalle el inicio de su propuesta lingüística: el lenguaje visto como una herramienta social y que culminará en el capítulo tres.
Ahora daremos paso al segundo capítulo de este recorrido tomando como base principal el texto Palabra y Objeto[39]. Para llevarlo acabo, el presente capítulo se divide, pues, en tres partes: Palabra, donde abordaremos el término, su exploración, origen y alcance, su relación con el objeto; la labor compartida entre el científico y el filósofo, el compromiso de nombrar, la diferencia funcional entre sustantivo y pronombre, que reside en el nombramiento y la referencia; seguido de ello hablaremos del enunciado, para concluir con la teoría lingüística en el entorno social. Esta estructura es importante para explorar la correcta visión quineana del lenguaje como una herramienta social.

2.1
Palabra
 Comencemos por dilucidar qué es palabra para Quine. Tenemos claro que el lenguaje lo aprendemos desde pequeños, a base de escucharlo en boca de los demás, en momentos de plática o diálogo, tras constantes repeticiones vamos formando un patrón repetitivo que nos guía de manera precisa en cómo y cuándo se debe pronunciar un término o varios. En la relación entre una cualidad que captamos con los sentidos y la designación que intentamos darle, es cuando se forja esa conexión, la relación que origina una idea, la palabra.
            De ahí podemos inferir que sólo se tiene un conocimiento en conjunto a raíz de cosas externas para crear un sentido con el término que construimos.[40] Justamente es esa relación entre la palabra y el objeto al que alude lo que conduce a un significado específico sobre ésta. Así, es factible expresar que la existencia de un objeto no será garantizada a menos que esté presente un sustantivo para eso.       
Entonces, queremos nombrar un objeto, pero la palabra que nos sale, puede o debe salir, quizá no sea la más apropiada. En el sentido técnico ésa es la función del sustantivo: simplemente nombrar o designar una persona u objeto específico; pero para Quine se convierte en una cuestión diferente. Dicho esto, tomamos aquí otra alternativa: proponer la idea de que la palabra sustantivo puede no nombrar el objeto al cual nos referimos. Lo significa, pero no lo nombra. En contraparte, un pronombre sí nombra algo existente, lo significa y lo refiere.  Un sustantivo describe una persona o cosa y el pronombre es la etiqueta que refiere.
            Tenemos entonces una posible comparación, y la introducimos porque así podemos apreciar mejor el panorama: los términos que rodean y se ajustan al objeto de una realidad concreta. ¿Qué podemos decir de él? ¿Lo conocemos plenamente? Es aquí donde entran en juegos las palabras que usamos, sustantivos o pronombres, porque lo que debemos aquí aclarar es qué es la palabra para Quine, pero para ello necesitamos conocer al objeto, saber de qué manera nos comprometemos a decir que está ahí, que tiene existencia. ¿Es grande, es chico? ¿Qué cualidades posee?[41]
            Esto de lejos podría ofrecer la apariencia de un círculo vicioso. Nos arriesgaremos a formular que la palabra será el término que alude al objeto de la realidad, un vocablo que lo represente, si es posible, en toda su extensión. Entonces, estos términos nos ayudan a entender lo externo de mejor manera, brindando opciones para poderlos entender y describir.[42]
            Esto es lo que se conoce como compromiso ontológico: un determinado lenguaje que nos ayuda a nombrar las cosas sobre las cuales nos comprometemos a otorgar una existencia. Se puede crear un lenguaje que responda a estas cuestiones, propias de las ciencias fácticas, apegándose a un protocolo que sirva de referencia ante una posible evidencia.[43]
            La palabra puede ser ese detonante lingüístico, un vehículo que conduzca al objeto de realidad por medio de las palabras que remiten a él. “[…] aunque la idea de ´un lenguaje´ de los datos sensibles se reconozca francamente como mera metáfora”.[44] ¿Hablamos de un lenguaje figurado o uno meramente literal que conduzca al objeto empírico? Metáfora o literal sigue siendo un lenguaje, un vehículo de comunicación que nos lleva al objeto por conocer.
            Estas variaciones de lenguaje en busca del objeto a nombrar terminan por ser referencias ante la percepción sensible que tenemos de éste. La palabra está involucrada en esa percepción, en lo que captamos del objeto. Aprehendemos esa sensibilidad e inmediatamente almacenamos algo en nuestra memoria, tratamos de definirlo, limitarlo y es cuando surge la relación de la palabra con ese objeto, una experiencia o recuerdo a nombrar. [45]
           Entonces, vemos la relación que se forma entre el objeto (de experiencia, de recuerdo, una percepción sensible, etc.) con la palabra que lo acompaña. Surge una categoría, acorde a lo que se nombra o remite. El pronombre tiene una función aquí: da paso a un elemento que refiere a un individuo o clase de individuo si llega a ser necesario en la construcción del compromiso con la palabra que lo significa. Repetimos: la diferencia entre pronombre y nombre es que el primero es una referencia, que puede ser directa o indirecta; el segundo es la designación clara de aquello que se nombra. El concepto de la palabra puede modificarse con respecto de la percepción sensible que captamos del objeto, otorgando uno o más atributos.
           Y he aquí un punto importante: al establecer la conexión del término, cualquiera que éste sea, con el individuo, estamos conceptualizando, estamos creando un posible significado. No tenemos manera de saber si es infalible, si la correspondencia es correcta, pero cabe la posibilidad.
            Lo mismo sucede entre la ciencia y el lenguaje tal y como Quine lo expuso:
El filósofo y el científico van en la misma barca. Si conseguimos mejorar nuestra comprensión del discurso ordinario acerca de cosas físicas, no será reduciéndolo a un idioma más familiar: no hay ninguno que lo sea. Será por el procedimiento de aclarar las conexiones  - causales o de otra naturaleza – entre el discurso ordinario acerca de cosas físicas y otras varias materias que captamos, a su vez, con la ayuda de ese discurso ordinario que habla de cosas físicas.[46]

            Y la cita lo dice: ambas personas (científico y filósofo) son de mundos distintos aunque sus preocupaciones pueden ser semejantes o “compañeras”. De esa forma, buscan una metodología común que pueda servirles. Ambos se esfuerzan por usar, más que un lenguaje común para entender su entorno (¿economía gramatical o expresiva?), un modo de unirlos sin que pierdan coherencia, y eso es lo interesante: se dan a la tarea de averiguar qué es aquello que pueden expresar, cómo hacerlo y en qué momento.
            No obstante, aquí se nos dice que no existe tal medio de comunicación. ¿Cómo, pues, se llegarán a comunicar ambos sujetos? La conexión de la que hablan se consigue recurriendo a un lenguaje familiar para ambos, una manera de entrar en el mismo sentido de sus expresiones, de su estimulación verbal para luego poder llegar a una misma conclusión, si hay tal.
De modo que ambos personajes están obligados a designar vocablos incluso ante algo no tangible. Quine dice que dichas entidades no son precisamente variables en el sentido estricto del término, sino que son términos fijos, estables, ante un entorno en el que la intención puede variar.
Así pues, podemos analizar qué es aquello que ven, estando en la misma barca, en el mismo sitio físico. Mientras que uno se orilla por entidades no materiales el otro se enfoca en fenómenos que están a la vista. ¿Quién puede tener el término correcto? ¿Cómo saber cuál expresar correctamente? Sabemos que tenemos ante nosotros un fenómeno, físico o no físico. Queremos definirlo. ¿Lo haremos sólo por su presencia, por su estado o por tratar de entenderlo?
Dado que el fenómeno tiene un sentido para nuestra mente, nuestra realidad, procuramos darle un término, adjudicarle una palabra que se ajuste a su momento, a la evidencia que lo rodea por el simple hecho de estar ahí. ¿Cuál sería posible usar? Ante esto, sobra decir que ambos personajes mantienen una postura analítica. Mientras que el filósofo busca entender la naturaleza de la evidencia, el científico trabaja con la naturaleza del fenómeno; sus preocupaciones van casi a la par; se complementan.
Se puede llegar, aunque nosotros no lo haremos,  averiguar que la exposición general más lisa y adecuada del mundo no reconoce, en última instancia, a las cosas físicas ordinarias la existencia según ese refinado sentido de la palabra. Esas posibles discrepancias respecto de la solución de Johnson pueden participar del espíritu de la ciencia y, al mismo tiempo, incluso del espíritu evolutivo del lenguaje ordinario mismo.[47]
           
Según la cita, tanto el filósofo como el científico pueden llegar a acordar un lenguaje común que resuelva la designación del fenómeno que acontece. El mundo no reconoce aquel fenómeno físico que se le presenta, pero nuestros pensadores son más pacientes en averiguar qué discurso lógico (la palabra) puede ser aplicado para la ocasión, el momento.
Todo ello depende de qué tanto pensemos o creamos que el fenómeno (objeto de la realidad) corresponde o refleja la evidencia sobre ésta. ¿Cómo saber que ese fenómeno permanecerá ahí después? Sin importar su relación con el estar, la palabra designada tiene cierta validez al procurar representarlo. No hay evidencia aquí de momento, eso lo sabemos, pero cabe la posibilidad de la adecuación del término con el fenómeno al que representaría. No importa si desaparece o se mantiene, la palabra escogida para entender su naturaleza es un primer paso para llegar a la evidencia.
Ahora bien, es claro que con el término escogido pretendemos darle un significado al objeto, una explicación a su estar frente al individuo, pues también es importante señalar que ese término no va más allá de una posible referencia, aun cuando tratamos de que éste se ajuste por completo a la esencia del objeto, del fenómeno. Ello no es posible puesto que carecemos de la certeza, de la explicación ante lo que está ahí. Dicho lo cual, se trabaja con hipótesis continuas para intentar darle un sentido a lo que vemos, lo que sujetamos a una experiencia sencilla, y más porque haciendo frente a esto con la solución johnsoniana, que consiste en cuestionar los objetos con un sistema teórico que los respalde, está la proposición de que las cosas externas (todo tipo de objetos) se conocen únicamente por la reacción que proyectan sobre nosotros. A este respecto Quine expresó lo siguiente:
Esa proposición califica la significación empírica de nuestro discurso acerca de cosas físicas, pero no pone en entredicho la referencia. Aún quedan muchas razones para investigar más profundamente la significación empírica o las condiciones de estímulo de nuestro discurso corriente acerca de cosas físicas, porque de ese modo aprendemos mucho acerca del alcance de la imaginación creadora en la ciencia; y esa investigación no pierde nada por el hecho de realizarse dentro del marco de esas mismas aceptaciones físicas. Puesto que no es posible ninguna investigación sin algún esquema conceptual, podemos perfectamente conservar y usar el mejor que conozcamos, y hasta el último detalle de la mecánica de los quanta, si es que la conocemos y es relevante para el caso.[48]

            Pero, como dice aquí la cita, aún nos queda mucho por analizar y evaluar si queremos entender el fenómeno de realidad que se aparece ante nosotros. Nos esforzamos por darle un término que se ajuste a él, pero ¿y si fuera al revés? ¿Si en vez de entender el fenómeno y darle un nombre debiéramos darle un vocablo para luego poder entenderlo? Nuestra percepción científica es inmensa y haya término o no, nuestro entendimiento está lejos de concluir.
            La percepción del fenómeno desemboca en un estímulo visual que nos lleva a tratar de aprehenderlo mediante una palabra que genere una conexión con el mismo. Entendamos que para Quine tenemos una serie de opciones que nos ayudan a hipotetizar qué clase de lenguaje usar para expresar la existencia, la evidencia empírica, del objeto en cuestión. La ciencia contribuye a que nuestras alternativas aumenten, haciendo más difícil el poder traducir, o al menos entender, qué clase de palabra es más conveniente usar para identificar el fenómeno. 
            Como no sabemos qué palabra usar para definir el fenómeno de la realidad porque también éste nos resulta un misterio, la idea de una variedad de opciones a usar es una buena opción. Tratándose de la ciencia la evidencia llega tras una metodología de comprobación, de averiguar cuál es el lenguaje correcto para entender el entorno. Averiguar lo que debemos expresar para el momento del fenómeno, en otras palabras, cuándo decirlo.
            Si se llega a saber qué decir, la duda surge con el cuándo, pero si sabemos cuándo, entonces el dilema estará en el qué. Por ello, creemos que la respuesta se halla en la ocasión, cuando surge la evidencia empírica, el fenómeno. El discurso se ve envuelto en una serie de interrogantes sobre el uso que puede dársele. Lo crucial aquí será formular el adecuado respecto de lo que se presenta en el instante.
            Y ese instante nos atañe, nos rodea por igual. Pasamos un tiempo indeterminado tratando de discernir el objeto que se nos presenta y, de paso, darle un sentido. Pero perdemos de vista que, así como tratamos de interpretar al objeto, el fenómeno de realidad, éste nos interpreta por igual. En el discurso de las ciencias fácticas nada queda exento de análisis en busca de un lenguaje que lo englobe todo. Y sucede especialmente por el tipo de lenguaje que formamos dentro del contexto social.
            Podemos ver que en Quine la “sentencia” es otra manera de llamar a la palabra, por lo que esta palabra, en el autor, es recurrente. Él nos dice que hay términos que son aprendidos de manera más teórica que empírica; esto es, palabras como “¡Ay!”, que se puede aprender por sí y en sí, y que cuando alguien la pronuncia, sabemos que es una expresión (o “sentencia” en lenguaje quineano) que denota una respuesta, al estímulo de dolor, otros pueden imitar o acompañar verbalmente al término aun cuando no compartan el estímulo en sí. Esto es parte de lo que Quine señaló como el correcto uso del lenguaje. [49]
            Esta observación quineana es muy correcta e incluso ilustradora, no obstante, ya en el contexto cultural, uno trata de advertir el porqué de la formulación de dicha sentencia. Una persona se acerca a la que formuló el “¡Ay!” y, por instinto, decencia o  preocupación, le preguntará si está bien. Es una sentencia, una palabra que anuncia un estímulo. Sólo eso. Forma parte de la enseñanza que la sociedad nos ha inculcado para aprender a expresarnos en un lenguaje común, evitando interpretaciones que no son.
            Lo mismo sucede si incluimos otro tipo de vocablos, colores, señalamientos, avisos. Todos y cada uno de ellos hablan sobre cómo la sociedad nos inculca el uso del lenguaje, y mucho orientado sobre qué decir y cuándo decirlo; si alguien experimenta un dolor y no conoce “¡Ay!” ¿Qué otra palabra expresaría? Los conductos lingüísticos principales son los que aprendemos, como se decía arriba, por medio de los demás[50], para aprehender su uso adecuado.
            Pues bien, como vemos existen todo tipo de usos, sentencia o no, y esto en general es el uso de la palabra en Quine. Un estímulo y sus respectivas y posibles causas quizá es sencillo de advertir, pero si nos encontráramos con un término cuya causalidad es distinta ¿cómo averiguamos la procedencia? Nuestro primer indicio de análisis sería lo que la sociedad nos dice que debemos expresar mediante el uso específico de este otro término. El que sea, en cuestión, forma parte de la siguiente fase en la estructura, lo que sigue de la palabra.
2.2
Enunciado

Alguien a nuestro lado dice “Rojo” y rápidamente intentamos averiguar el porqué, la causa de su expresión mediante nuestra observación del entorno. A diferencia del estímulo con “ay” el de “rojo” es más elaborado, ya que su expresión es relativa. Podemos pensar que nuestro hablante señala de manera verbal una cosa que posea la cualidad de rojo y la buscamos. Vemos un objeto de un color particular. Es posible que lo veamos del mismo color, pero ¿y si no? ¿Y si lo viéramos de verde o amarillo? ¿Cómo saber con exactitud la referencia del término que alude a este objeto en particular?
En realidad, los usos de “Rojo” son menos simples. Por lo general, a diferencia de “ay”, “rojo” se presenta como fragmento de una sentencia más larga. Por otra parte, incluso cuando “Rojo” se usa por sí mismo, como sentencia de una sola palabra, no evoca generalmente la mera aprehensión de algo rojo; más común es que haya habido un estímulo verbal en forma de pregunta. Pero mantengamos por un momento el uso ficticio de esta palabra que hemos descrito en el párrafo anterior y que, por su semejanza con “Ay”, ayudara a explicitar también una determinada diferencia.[51]

            Y como dice la cita, escuchamos “rojo” y tratamos de darle un sentido y una interpretación semejante a “ay” porque es lo primero que tenemos a la mano para tratar de entenderlo. ¿Otro estímulo pues? Primero creemos que sí porque es la primer idea válida con la que contamos, aun si hablamos de algo más. Pero si fuera una exclamación de otra naturaleza, o incluso una pregunta ¿qué seguiría? Decíamos que es probable la relatividad en torno a la sentencia de rojo y esto es precisamente porque nuestro hablante está seguro de haber encontrado la cualidad de rojo en un objeto, pero esto no asegura que nos pase lo mismo a nosotros.
            El objeto está ahí, o puede estarlo, pero si lo viéramos con otra cualidad, como verde o morado, nuestra sentencia sería “Morado” y habría una disparidad. Nuestro instinto y percepción nos pueden llevar instintivamente a decir “morado” para referirnos al objeto, pero si la sociedad nos inculca que indefectiblemente es rojo y no posee otra cualidad más que ésa, entonces el objeto aludido es rojo.
            Ahora bien, si dijéramos “Esto es rojo” ya incursionamos en una sentencia más compleja, pues le adjudicamos un tiempo y una referencia al objeto que creemos posee esta cualidad.
Si el crítico y el sujeto están combatiendo un incendio y una misma repentina llamarada los chamusca a los dos, la aprobación por el crítico del “Ay” del sujeto no diferirá gran cosa de lo que ocurriría en el caso de “Rojo” que hemos imaginado.[52]


            Así es como se establecen las diferencias en las sentencia, y después el carácter de enunciación. La adjudicación de tiempo y la expresión “Ay” es la respuesta al estímulo que señala dolor y que, por experiencia, expresa un aprendizaje personal, de ahí que “ay” sea más subjetivo que “rojo”, pues éste último no corresponde a un estímulo de dolor sino de señalización. Un instrumento de carácter social que expresa algo específico, como bien dice Quine.
            Entonces el enunciado es, por lo tanto, una apreciación igualmente social. Es el enunciado el siguiente grado con el que aprendemos a expresar aquello que vemos porque así nos han dicho que debemos usar el lenguaje. Y el uso se alimenta a partir de la observación y deducción cognitiva, y caemos en la cuenta de que así es; es decir, si aprendemos que “ay” es una sentencia única que expresa un estímulo de dolor por parte del otro individuo, y luego éste dice “rojo”, desde luego, y como ya sabemos, lo primero que pensamos que sufre otro tipo de dolor ¿qué estamos haciendo? Establecer una conexión: la expresión de dos sentencias en un mismo o distinto plano temporal, creemos, debe conducir a la misma explicación. ¿Lo hace?
            Los enunciados “tienen que ser, de una ocasión a otra, suficientemente parecidos desde el punto de vista del aprendiz como para suministrarle una base de semejanza de la que arranque la generalización”.[53] Pensamos que son estímulos, estímulos que corresponden a la veracidad o recusación de un objeto específico; ¿y si no lo fueran? Es otra posibilidad, pero si sí ¿a qué categoría pertenecería cada uno? Esto también es posible ya que para comenzar podemos llegar a tener la certeza de que son estímulos, entonces una asociación primaria como ésta es correcta. “Ay” es dolor y “rojo” expresa una cualidad. Y sabemos que es así porque la sociedad nos ha inculcado que ésa es la forma de ver y entender la situación.
            “La uniformidad que nos une en la comunicación y en la creencia es una uniformidad de esquemas derivados, bajo los cuales yace una caótica diversidad subjetiva de conexiones entre las palabras y la experiencia”.[54] Del mismo modo que “ay” y “rojo” guardan similitudes y diferencias, lo mismo puede ocurrir con sentencias más elaboradas, como “esto es rojo” o incluso términos más generales, como “cuadrado”. Mucha de la distinción radica en la percepción visual que tengamos de tales sentencias, por lo que tanto el crítico, el filósofo como el científico poseerán, a nivel social, bases semejantes que les ayuden a entender el porqué de lo que expresan y lo que la sociedad les indica que deben formular como sentencia para un mejor evidencia empírica.
            Aun cuando estas meras sentencias sean algo subjetivo, su formulación es algo que invariablemente une a todos los hablantes del momento. ¿Cómo saber que todos poseen las mismas capacidades visuales para determinar la validez de la sentencia? Uno puede tener alguna enfermedad visual o no ser capaz de definir con exactitud el color que se le presenta, mientras que el otro resulta ser un observador muy capacitado para ello.
            Entonces, preguntamos en general ¿Qué hay? ¿Qué color tenemos? Un color representa, por igual, la apropiación de un fenómeno que acaece en el lugar de percepción visual de los sujetos. Los tres, en el caso de no poder definir la naturaleza del fenómeno, responderían “Un algo rojo”. ¿Verán los tres sujetos semejanzas en ese “algo”? Y más aún: ¿De qué forma lo verán? La regla social establece entonces que ese algo es un objeto uniforme, un objeto plenamente observado por los tres, sin mayores dudas iniciales.
            Pero los mecanismos privados por los cuales esos dos hombres consiguen sus análogos resultados, son muy diferentes. El uno ha aprendido ´rojo´ en asociación con el efecto de regulación fotoquímico.”[55] De modo entonces que podemos establecer una semejanza en la formulación de sentencias, aun cuando sus causalidades sean distintas. Mientras que uno ha podido “percibir” la cualidad de rojo en el objeto, el otro lo ha hecho mediante un proceso químico singular. Cada uno tiene su forma de expresar el estímulo, sin embargo, he ahí la semejanza: la sentencia del mismo.
            Aunque el estímulo puede ser la base u origen de la sentencia, podemos comenzar a deducir que no toda sentencia tiene que surgir a raíz de la evidencia empírica (percepción) y que, por ende, puede surgir mediante una enunciación. “Ay”, “rojo” y “cuadrado” quizá no tengan mucha conexión, pero como sentencias pueden construirse como una totalidad unidas por su semejanza, de ese modo podemos decir: ¡Ay! Algo rojo y cuadrado. Puede no contener lógica, pero la sentencia en sí resulta válida.
            Podemos decir ´mano´. O “tengo una mano o me duele la mano”[56] es ejemplo de una sentencia más estructurada. El enunciado por sí expresa algo: dolor. Una evidencia empírica no necesariamente desacredita que una persona pueda usar dicha sentencia sin experimentar la causa origen de la misma. ´Me duele la mano´ puede ser, entonces, entendida teóricamente de la misma manera que ´ay´ en sus inicios. Como una totalidad que engloba la evidencia desde su instrucción social.
            Sin embargo, aquí llegamos a algo importante: Una es la situación donde aprendemos el estímulo y su sentencia a raíz de simplemente nombrarlos aun cuando no haya una evidencia empírica de por medio y otra es donde lo aprendemos a raíz de una categorización de las mismas; a saber, como un cuerpo total de enunciados que, en este caso, expresa la cualidad de algo que vemos. Entonces nuestro lenguaje nos ayuda a comunicar el fenómeno que se nos presenta y que nos produce cierto estímulo.[57]
            Un estímulo compuesto por ´rojo´ no es el mismo que el de ´ay´ puesto que éste es atribuido tras una experiencia de dolor, pero el rojo es más complejo. Para que dicha sentencia emerja, sería necesario que el hablante formule una enunciación, como lo vimos arriba, preguntamos “¿Qué color es este?” o “¿Qué es rojo”? y aunque es el procedimiento social con el que comenzaríamos, está presente el apoyo instintivo que nos permite deducir “es un color que estamos viendo y se llama rojo”. Dicho eso, hablamos de una sentencia más elaborada, compuesta. Quine lo explicó de esta manera:
      También es corriente la dependencia contraria: la capacidad de un estímulo no verbal en cuanto a la producción de una determinada sentencia depende muchas veces de anteriores asociaciones de sentencias con sentencias. Casos de esta clase son en realidad los que mejor ilustran el modo como el lenguaje trasciende los límites del mero informe o registro esencialmente fenomenológico.[58]

            Y como lo aclara la cita, cuando un estímulo no verbal no produce una sentencia adecuada, siempre queda la opción de recurrir a sentencias previas para no perder el camino en la construcción lingüística que se está llevando a cabo. Según la cita, es éste un buen ejemplo de cómo el lenguaje va más allá de sus pretensiones iniciales para su crecimiento eventual. Si un estímulo no corresponde a una palabra, es posible pues que la proliferación de otros grupos de más sentencias dependa de este factor. Esta es una manera de decir que la ampliación del lenguaje puede depender de la percepción que tengamos del objeto. Porque es parte de eso de lo que se trata: el saber qué decir y cuándo decirlo está sujeto al fenómeno que ante nosotros se presenta, por lo que los estímulos pueden ser una simbología social.
Para ilustrar esto, podemos meter a colación el ejemplo clásico de Quine: imaginemos unos turistas que van a conocer a un pueblo indígena y, en medio de los nativos aparece un conejo. Al instante uno de los nativos exclama “Gavagai” y lo primero que piensan los turistas (probablemente) es que el término expresado signifique “conejo”; pero ¿cómo estar seguros? Podría por igual significar cualquier cosa, algo semejante o distinto.  
Pero, sin embargo, ahí está el fenómeno (la aparición de conejo) y después le sigue la sentencia, que es la formulación del término “gavagai” y en nuestra cultura rápidamente podemos decir que éste significa “conejo”, pero a ciencia cierta no lo sabemos. Por un lado, está el registro del fenómeno, que contribuye o “alimenta” la proliferación de una o más sentencias y por el otro la certeza de que una u otra sea la adecuada para describir el fenómeno que se presenta. “Gavagai” podría significar “salto de conejo” o “pedazo de conejo” o “un animal ahí” o “la cena”, entre muchas otras posibilidades.
Con este ejemplo es correcto decir que los turistas se enfrentan a un dilema, porque es la diferencia entre el fenómeno ahí y el estímulo que genera la ampliación del lenguaje en uso, que se enfrentan a la ambigüedad de la traducción y la referencia. Es la misma incertidumbre con “rojo” o “cuadrado” (pero no con “ay”) lo que nos causa esta situación: la sentencia es causada por un estímulo, y debemos averiguar en qué consiste este estímulo o cómo replicarlo.
Pensemos sólo por un momento que la sentencia ofrece un análisis exhaustivo, que se basa en una significación; es decir, aquello en que se convierte la esencia cuando se separa de su objeto de referencia y se adscribe a la palabra; por ende, es independiente del hecho que acontece. Eso nos serviría para entender la naturaleza de lo que dice en el momento en que lo escuchamos porque nos acercaría al verdadero sentido de su formulación. “Gavagai” o “rojo” pueden ser las cualidades de algo que se nombra, más aquí por causalidad que por referencia.
Entonces, la naturaleza de la significación es parte de la meta asumiendo, claro está, que ésa sea la función y representación del vocablo en sí. Si intentamos averiguar qué hay detrás de “gavagai”, sabremos qué intentan decir los nativos al formular el término. ¿Es realmente “gavagai” la significación de conejo? Si decimos “Esa pelota es roja”, automáticamente la significación consistiría en que lo rojo en el objeto, visto como esencia y no como atributo, pase a representar a la palabra en sí misma; “roja” sería la significación de pelota. Podemos pensar que es así de sencillo, pero la incertidumbre es lo que lo problematiza: ¿Cómo saber que pelota posee el atributo de roja aun cuando lo veamos?
Y esto por ejemplificar la naturaleza de significación. “La necesidad tradicionalmente sentida de recurrir a entidades mentadas puede deberse a la antigua ceguera para apreciar el hecho de que significación y referencia son dos cosas diversas.” [59] Mucho del análisis que poseemos puede deberse a los métodos teóricos tradicionales que nos acompañan, pues tenderíamos por costumbre a identificar significado y referencia como iguales ¿lo son? No, tenemos claro que no.
De modo que tanto lo que acompaña a la referencia como a la significación es sencillamente el concepto de sinonimia plasmado en las formas lingüísticas de los enunciados, a la analiticidad de los mismos; las significaciones, al ser intermedios, pueden dejarse de lado. Ello da paso a la analiticidad en sí. Esto da pie para ahondar más en lo que implican las sentencias.
Tenemos la sentencia, explorada ya en el capítulo previo, “Ningún hombre no casado es casado” y sabemos que el enunciado es cierto, es verdadero. Lo más importante en su observación no sólo es aceptar la veracidad implícita en él, sino además aun descomponiéndolo, sigue conservando validez. Están las condiciones lógicas mediante las cuales podemos pensar dicho enunciado y las que, por el otro, lo llevarían a un análisis más profundo. Dicho lo cual, si ese enunciado es verdadero, cualquier idea verdadera es lógica, en tanto es real.[60]
Es así que cualquier parte del presente y ya mencionado enunciado es verdad, tanto como lo es “Ningún hombre no casado es soltero” (uno de los ejemplos explorados en el capítulo pasado), que sigue siendo lo mismo, pero desde el otro lado de la situación. Esto, en Carnap, es lo que se conoce como “descripción de estado”, concepto que ya explicamos antes también. De modo que ya podemos entender que la sentencia “Ningún soltero es casado” es un enunciado sintético y no analítico en el cuadro de sentencias.
El hecho de que el ejemplo sea sintético en este caso se debe a que decir “Juan es soltero” o “Juan es casado” presenta una independencia con relación a la verdad que enuncia, el del estado de la persona. Si esa independencia no existiera, entonces el concepto de Carnap, descripción de estado, le asignaría una verdad al ejemplo en cuestión. Bajo ese criterio, el ejemplo se volvería sintético sin más. Quine añadió:
Así pues, el criterio de analiticidad en términos de descripciones de estado no sirve más que para lenguajes que carezcan de pares sinónimos del tipo que precisamente da origen a la “segunda clase” de enunciados analíticos. Este criterio es pues, en el mejor de los casos, una reconstrucción de la verdad lógica, y no de la analiticidad.[61]

            Como enuncia la cita, el criterio al que se apega la analiticidad, en contexto con el concepto propuesto por Carnap, da margen a la idea de que su premisa sólo tiene utilidad cuando el lenguaje carece de términos semejantes entre sí. De ese modo se “originan” los enunciados analíticos. Según Quine, la analiticidad no descarta la descripción de estado, pero supone que el criterio, con su mirada en las descripciones de estado, regula y solventa únicamente el medio para la reconstrucción lógica de las oraciones.
Pero el panorama no concluye ahí. Tenemos pues la sentencia que une distintos vocablos sobre un fenómeno presentado, ya después encontramos que el término que hace referencia al objeto puede no ser el más apropiado porque no sabemos si realmente la palabra que escogimos lo signifique. Esto más que nada por el sentido, pero si éste mismo es indeterminable, no tenemos seguridad alguna para comprobar si la significación pasa a representar al objeto. En virtud de lo cual, la sentencia del objeto pasa a ser analizada en sus diversas constituciones para entender la verdad que encierra.
            ¿Puede la significación ser reflejo de la verdad lógica de la sentencia? Es posible y no probable porque nadie lo asegura. Las sentencias atómicas “hombre”, “casado” pueden ser la clarificación básica de la sentencia entera, y para nosotros, al investigarlo, puede resultar así, pero ¿realmente lo es? Puede serlo, abordando el sentido del cómo aquí entran factores al área, tales como el análisis de las palabras en sí que se usan y su por qué. Para ello, en términos de bases lingüísticas, nos sujetamos a personas como el lexicógrafo para entender esta parte de las sentencias o enunciados.
El lexicógrafo es un científico empírico, cuya tarea consiste en recopilar hechos antecedentes; y si glosa la palabra ‘soltero’ mediante ‘hombre no casado’ es porque cree que se da una relación de sinonimia entre esas formas, relación implícita en el uso general o preponderante anterior a su propia obra. La misma noción de sinonimia, presupuesta por el lexicógrafo, tiene que ser aclarada, presumiblemente en términos referentes al comportamiento lingüístico.[62]

            Hasta este punto nos parece razonable creer que el enunciado o sentencia expresa, exhibe o señala un hecho lingüístico que refiere a un fenómeno, o más que eso a una idea de verdad. Pero es claro que el lexicógrafo, así como otros involucrados en el tema, es quien puede discernir la naturaleza de la situación. Retomando un poco la idea del filósofo y el científico[63], éste último explora un poco más de cerca el lenguaje como vehículo descriptivo del fenómeno: el científico es empirista, pues se guía de su observación, de su capacidad analítica.
            Por lo tanto, encuentra un parecido particular entre ´soltero´ y ´hombre no casado´ aunque nosotros demos por hecho que prácticamente son lo mismo en una sola sentencia. El lexicógrafo, en su inquietud científica, se dedica a recabar los datos, sensibles o teóricos, que considera pertinentes al desentrañar la veracidad del enunciado que contiene la sinonimia. Y esto en el sentido de la sentencia nada más, ya que buscar una sinonimia fonética sería un caso absurdo por comprobar.
            Éste no es ese caso. El lexicógrafo sabe que hay sinonimia implícita en la sentencia, por ende lo único por lograr es aclararla de manera lingüística; ya entendiendo que son sinónimos puede resultar más sencillo para evitar confusiones entre términos. Ahora bien, es claro que no habría sinonimia si fuera una sentencia atómica; a saber, el vocablo en sí “hombre”. Ya si agregamos “no casado” entonces se convierte en compuesta; añadiendo el resto, tenemos la sinonimia formada.
            Y ¿es la sinonimia inteligible universalmente? No podemos arriesgarnos a responder afirmativamente. El hecho de tener tanto un filósofo como un científico en la misma labor demuestra que contamos con todo tipo de resultados concomitantes o dispares. Ambos procuran entender el mundo, el entorno, la diferencia está en su proceder. Sin embargo, ambos, en proceso de entender la formulación del fenómeno fáctico, hacen lo posible por convertir sus formulaciones en términos entendibles para los más cercanos; pensemos en un traductor intentando ser fiel a “gavagai” aun de manera que los turistas entiendan su verdadera naturaleza.
            Con todo, no es de extrañar el esfuerzo que aquí se deposita. La sentencia compuesta está unida por atomismos lingüísticos, palabras, términos que conectados, evidentemente, dan lugar a la sentencia que enuncia la sinonimia. Pero ¿por qué la sinonimia sólo surge de manera positiva? ¿No contamos, acaso, con alguna clase de sinonimia negativa? Quine respondió:
     Lo que no está aclarado, ni mucho menos, es lo que significa el afirmar una sinonimia, qué son las interconexiones que resultan necesarias y suficientes para que dos formas lingüísticas puedan describirse correctamente como sinónimas; pero, cualesquiera que sean, esas interconexiones están ordinariamente basadas en el uso. Las definiciones que aportan casos seleccionados de sinonimia son, pues, informaciones acerca del uso.[64]
           
            Si bien lo dice la cita, la sinonimia informa sobre el uso del vocablo en cuestión. ´Soltero es igual a hombre no casado´ posee un carácter meramente informativo. Una forma lingüística sintética desglosa los términos ya expuestos en virtud de su claridad formal. Las conexiones entre términos deben llevar a un punto, que resulta en el encuentro con la sinonimia de la sentencia. Ello genera un reconocimiento de síntesis en el enunciado formulado, el enunciado que denota el fenómeno expuesto.
            Por ello, al definir o al limitar una idea recurrimos a términos semejantes para no despojarle de su sentido, pero terminamos por aclarar ese algo de un modo sumamente común. Puede parecer un círculo vicioso, pero no lo es y se debe a la inclusión de la significación. Quine lo argumentó así:
      Toda palabra digna de explicación tiene algunos contextos que, en conjunto, son lo suficientemente claros y precisos como para resultar útiles; el objeto de la explicación es preservar el uso de esos contextos privilegiados y afinar el uso de otros contextos. Para que una determinada definición sea adecuada a fines de explicación, lo que se requiere no es, por tanto, que en el uso anterior de definiendum fuera sinónimo del definiens, sino sólo que todos y cada uno de los contextos privilegiados del definiendum, tomados como un todo en su uso anterior, sean sinónimos del contexto correspondiente del definiens.[65]

            Según la cita, una palabra es útil, y en conjunto tiene la intención de resultar clara, ya que su propio sentido se suma al de otras varias para conformar la sentencia que hablará de un fenómeno científico. Es por ello que la naturaleza de la explicación demanda que entre los contextos que surjan, haya semejanzas que permitan una conexión entre sus palabras, así lo que se dice, formula y analiza construye un camino hacia el lenguaje común, logrando así una explicación mucho más sencilla.
            Éste es el objeto con la definición. Así pues, entendamos la unión de sentencias como una agrupación, a la que podemos nombrar para establecer la definición de dos o más de este análisis. Quine expuso al respecto:
     La teoría puede ser deliberada, como lo es, por ejemplo, un capítulo de química, o ser una segunda naturaleza, como ocurre con la inmemorial doctrina de los objetos físicos perdurables y de dimensión media. En cualquiera de los dos casos, la teoría produce mediante sentencias una acumulación de apoyaturas sensoriales. En un arco, un bloque se sostiene en otros y, en última instancia, en todos los que son su base, tomados colectivamente, y en ninguno particularmente; así les ocurre a las sentencias cuando se organizan teoréticamente.[66]

            La cita habla de que la idea expresada en la sentencia que da lugar a la sinonimia en su carácter detallado es un modismo teórico en tanto se pretende desmenuzar para alcanzar la verdad que contiene, la verdad de la enunciación del fenómeno. Es por ello que la teoría se apoya de las sentencias para extender su propósito, su alcance en relación a los datos sensibles que recaba sobre aquél.
            Tal parece que el qué se dice está sujeto a una previa formulación; es decir, que se debe primero analizar lo que se ve para luego entender lo que se dice. Es tal la organización de ideas, de formulaciones y sentencias sobre lo que captamos que procuramos ordenar lo que vemos, un fenómeno o varios, para luego generar una significación más sólida. La teoría se apoya del dato sensorial, el cual es sometido a análisis rodeado de otros enigmas.
            Y es este análisis quineano el que da lugar a:

De la asociación de sentencias con sentencias procede una amplia estructura verbal que, primariamente como totalidad, tiene muy diversos vínculos con la estimulación no verbal (para cada persona) a sentencias distintas y sueltas, pero las sentencias mismas están a su vez enlazadas entre ellas y con otras sentencias, de tal modo que los propios vínculos no verbales pueden relajarse y hasta romperse, sometidos a determinadas tensiones.[67]

La interconexión de sentencias es lo que origina el cuerpo total de las enunciaciones. Es igualmente aceptable porque la formulación de una sentencia, y más las de sus sucesoras, es la que está sujeta a una estructura que depende mucho del dato sensible o fenómeno observable. Acorde con la cita, podemos categorizar las asociaciones de sentencia, entre las que generan una estimulación verbal y una no verbal. ¿Cómo es posible que una estimulación no verbal provoque la ruptura en la asociación de sentencias?
La categorización puede verse reflejada o representada en lo que es verbal y lo que no. ¿Un gesto que signifique un objeto o bien una palabra implícita sin necesidad de pronunciación? La interconexión entre sentencias da paso a las asociaciones, para establecer el cuerpo total de enunciados y su posterior verificación en el mundo.  
Es una manera entendible de explicar que cada persona construye su propio marco de sentencias y, más aún, su vía original para asociarlas. Como cuando escuchamos “gavagai” y alguien puede pensar ´¿conejo?´ o  ´¿cena?´ lo que podría conducir a una cadena de más sentencias hasta formar su cuerpo total de las mismas. Entonces, no es descabellado suponer que pueden llegar a formular “Gavagai puede ser el conejo como cena”.
Vamos avanzando. Hasta el momento podemos tener el siguiente desglose: la palabra es aquel término que, en virtud de la presencia de un fenómeno, da lugar a la significación, con el fin de que aquélla tenga un sentido claro para el hablante u oyente. La diferencia entre sustantivo y pronombre, retomamos la idea, es el primero no nombra, significa pero nada más; el pronombre, por su parte, goza de una función más amplia: significa, refiere y puede nombrar. Después tenemos el enunciado o sentencia, que podemos pensar como la asociación de palabras en virtud de la verificación que se hace del fenómeno observado. Nos detendremos en esto al final del capítulo siguiente. ¿Qué sigue?

2.3
La teoría
En contexto, Quine nos dice que nadie puede nunca aprender un solo idioma en su totalidad, por lo que nos arriesgamos a pensar que puede aspirar a entenderlo en su mayoría. Es por esto que la sentencia se puede ver en la conformación tanto de una palabra que realmente significa su objeto de referencia como de varias que conforman una sinonimia específica. En relación con la propuesta quineana con el ejemplo “gavagai” tenemos también la de un pequeño en proceso de aprender el lenguaje como vehículo de entendimiento cultural.
            No es necesario convencernos. Sabemos que el pequeño aprende por partes, por proceso y no lo entiende todo completamente. No obstante, ello no supone que su proceso sea como el de todos. Tiene su propia manera de entender el mundo y lo que éste representa para él.
     A medida que progresa el niño tiende, cada vez, más a construir sus nuevas sentencias con partes; y así ocurre que generalmente se considera el aprendizaje básicamente como aprendizaje de palabras, no de sentencias. Pero incluso el aprendizaje más complicado de una nueva palabra suele ser un aprendizaje en contexto, o sea, un aprendizaje, por ejemplo y analogía, del uso de sentencias en las que puede aparecer la palabra.[68]

Aprendizaje. En el más puro sentido de lo que discutimos aquí. Ahora bien, aquí hay algo importante y es la posible conexión que Quine sugiere que el niño construye: el pequeño aprende una palabra y puede con ello establecer la conexión, quizá por la semejanza de la misma con otras o por su aparición. Entonces nos encontramos con su comprensión de la palabra como tal y no como parte de sentencias. El niño aprende la palabra por sí, como una unidad; el aprendizaje es particularmente veloz.
Pero, como dice la cita ¿qué hace el pequeño cuando le cuesta entender una palabra? La asemeja con otra para establecer una sinonimia que le lleve a entender la significación, aun cuando no sepa que a ello se acerca. Si para nosotros una sentencia puede ser una palabra pero más aún la agrupación de varias, el pequeño entiende por sentencia una sola palabra, y para agrupar otras, se apoya en la sinonimia, en la semejanza de varias.
Entonces “[…] llamaremos palabra, como ´Ay´, a toda sentencia que se aprenda como totalidad, y no como construcción con partes.”[69] Lo que parecería una contradicción: decimos que una totalidad sería un amplio cuerpo de sentencias de palabras, ahora luce desmentido. No, puede haber palabras que se interpreten como totalidades, acorde a su propia naturaleza, pero también puede haber palabras que necesiten de otras para llegar a tal consideración general.
Parece confuso. Vamos por partes. “Ay” es un claro ejemplo de esta cuestión, de una posible totalidad al menos ante la percepción del pequeño, pues mientras palabras que son atributos de objeto, ejemplos como “rojo” son sentencias que necesitan de otras para considerarse una “totalidad universal”, en la mirada de alguien mayor; con ´ay´ es un caso opuesto. ´Ay´ es una expresión, parte de un estímulo que denota o expresa una sensación que después se verbaliza. La variación está en la persona que pronuncia la sentencia.
Esto anuncia una brecha en el aprendizaje. Una brecha vista como divergencia, pues tenemos por un lado tanto el aprendizaje de una sentencia en la expresión de una sola palabra como la puerta a las totalidades de enunciados. Ésta última viene siendo por abstracción, como un “pedazo” o fragmento de una totalidad que no acaba de vislumbrarse. Como dijimos arriba, hay sentencias que naturalmente funcionan mejor por sí mismas, porque son sentencias que funcionan como expresiones, pero también hay las que expresan una idea más general, más universal y, por ende, más amplia.
De modo que si el contexto ya entra a escena ¿qué palabras resultan influidas aquí? Las que hoy día conocemos: conjunciones, proposiciones, expresiones formales, exclamaciones, preguntas, y muchas de ellas las usamos contextualmente, pero de manera analógica con diversos grupos de enunciados o sentencias universales. En este grupo no siempre entran los famosos sustantivos, adjetivos y verbos pues éstos pueden ser aprendidos de manera aislada.
“Uno tiende a imaginar que cuando alguien propone una teoría sobre alguna clase de objetos, nuestro entendimiento de lo que dice tendrá dos fases: primero tenemos que entender de qué objetos se trata, y luego tenemos que entender lo que dice la teoría acerca de esos objetos.” [70] Para saber qué decir y cuándo primero está el entendimiento sobre el objeto que deseamos nombrar. Pero la cita es muy clara en relación a nuestro proceso tanto de percepción como de razonamiento verbal. Sí. Primero está el fenómeno u objeto presente, después tiene lugar una percepción y posteriormente razonamos el término que habrá de significarlo. En el momento en que dilucidamos si el término en cuestión es el más adecuado para sustituir el objeto y convertirse en su esencia es donde entra la teoría, la teoría del objeto.
          Nuestra comprensión de los objetos es en su mayor parte nuestro dominio de lo que la teoría dice acerca de ellos. No aprendemos primero el qué del discurso y luego el discurso sobre ello. [71] Entonces, sabemos de ellos a través de lo que la teoría formula sobre ellos. Primero es conocer el contenido del discurso (el objeto) y luego el formato del discurso (cómo describe al objeto). Procedimiento muy lógico que puede facilitar gran parte de la significación en aras de saber lo que estamos nombrando.
          Ya fuera con el ejemplo del filósofo y el científico en el barco o incluso el ejemplo, menos recurrente, de dos científicos que discuten sobre la masa de neutrones o moléculas. Para empezar, como dijo Quine, nada nos asegura que hablen del mismo objeto, aunque por el nombre demos por hecho que así es. Esto alude al lenguaje común, aun tratándose de dos personas en un mismo campo de estudio. Carecemos de vías realmente seguras que nos indiquen si se refieren a lo mismo o no, por ende, el tema en sí resulta intrascendente porque no se da la convergencia apropiada de ideas que faciliten una propuesta sencilla.
          Esto nos dice que hay que ser extremadamente cuidadosos a la hora de proponer una solución a un problema presente, ya que el esfuerzo debe enfocarse en converger que en simplemente proponerle algo a una persona. La variación del lenguaje puede estar en contra.
La división entre palabras que tienen que considerarse como referentes a objetos de alguna clase y las palabras que no lo son es una distinción que pueda establecerse con criterios gramaticales. ´Causa´ es un ejemplo extremo de esta situación. Otro ejemplo es ´centauro´. Y aún una tercera intención puede ejemplificarse con ´atributo´ puesto que hay discrepancias filosóficas en cuanto a si hay atributos.[72]

                Dicho esto, está en la gramática la respuesta a la división de palabras en relación a los objetos que significan. Es la gramática la que designa qué palabra corresponde a qué objetos y sus respectivos atributos por defecto. Y así como la cita nombra ejemplos principales de esta cuestión para ilustrarla, también éstos intervienen. Y esto es un argumento sólido en filosofía del lenguaje: no importan cuántos atributos tengan uno o dos objetos.
En la gramática general, la semejanza de atributos puede marcar problemas de distinción tanto en la significación como en los objetos mismos. ¿Cómo podemos hablar aquí de identidades? Si guardan semejanzas ¿cómo reconocer los objetos? En palabras de Quine, los salva de esta situación la significación. Y lo expresó así:
´Centauro´, aunque no es verdadera de nada, se aprenderá generalmente por descripción del objeto supuestamente referido. Desde luego que también puede aprenderse contextualmente. ´Causa´ no puede aprenderse más que contextualmente. ´Baldosa´, que refiere a objetos, puede aprenderse aisladamente, como sentencia de una sola palabra, o contextualmente o por descripción. [73]

            La cita dice que en parte puede ser la significación o el término en cuestión. Aquí se señala otra vía de conexión: cada palabra tiene una alternativa para entenderse y significarse. Puede ser de forma aislada, contextualmente o por semejanza con otra. Esto entredice la diferencia de objetos que hay para la palabra que lo significa. Una sentencia, una frase pequeña o bien un enunciado que es subsumido a una conjunto de enunciados más complejos.
            Sin embargo, aquí queda claro algo: la importancia de nombrar, referir o significar radica mucho en el contexto que surja. Una palabra será entendida según donde se exprese y el modo en que se exprese. Por lo tanto, ha quedado muy claro que las palabras pueden unirse a sentencias más elaboradas y no por ello dejan de hacer referencia a sus objetos, mientras éstos sigan presentes.
            Y además de eso está el estilo de aprendizaje de cada persona. No aprenden igual un bebé, un niño, un adolescente o un adulto. Pero tal hecho no impide que haya continuidad en el aprendizaje. El qué decir y cuándo decirlo tiene mucha base en la formulación de ideas con relación al objeto aludido, pero esto ya lo sabemos. Lo añadido aquí es que no siempre serán preguntas, sino también afirmaciones ante lo que se tiene enfrente. Quine lo aclaró así:
[…] Sólo se busca deliberadamente evidencia cuando la situación es más bien de equilibrio entre el condicionamiento sensorial de una respuesta afirmativa y el condicionamiento contrario mediado por la interanimación de sentencias. Así, por ejemplo, la pregunta en discusión puede ser: si algo fugazmente visto desde un automóvil en movimiento era una piedra. [74]

                Ahora, la cita en cuestión anuncia que el balance puede estar entre lo que nos dictan los sentidos como la conexión de las sentencias. Esto puede ayudarnos, en gran medida, a saber qué decir y cuándo decirlo. Los sentidos nos proveen de datos primarios, mientras que la formulación de sentencias, por el lado analítico-cultural, nos ayuda a entender la posible significación detrás de esos datos sensibles. Objeto inmóvil, pero ¿objeto en movimiento correspondería a una misma sentencia? ¿Cómo sabemos que los datos sensoriales adquiridos son precisos?
            No lo sabemos completamente, pero igual puede pasarnos estando nosotros en movimiento y ello es parte de la teoría sobre el objeto. Hasta el momento hemos analizado la formulación de sentencias y el conjunto de palabras con relación a un determinado objeto, siempre que éste se mantenga inmóvil, pero ¿y si todo pasara en movimiento continuo? ¿Sería la misma sentencia? ¿La misma conexión? La evidencia sobre ésta como significación angular del objeto referido es parte principal de nuestro presente ensayo; la evidencia empírica por sí misma será uno de los objetivos finales a resolver [75] ya que ésta nos conducirá a una de las grandes inquietudes: ¿Realmente la evidencia empírica puede ofrecer una pauta empírica de la veracidad de un enunciado? Es probable.
“[…] en el caso general la evidencia es una cuestión de centro de gravedad”.[76] Esto se debe a que usualmente nos guiamos de la estimulación de sentencias para construir las deducciones posteriores en torno al fenómeno sensible que se presenta. De modo que podemos encontrar tanto estímulos efímeros como otros de mayor intensidad que intervienen en nuestra percepción del objeto. Ahora partimos siempre desde la observación en el momento, pero también se nos puede ocurrir adelantarnos al objeto con tal de entenderlo mejor.
Una opción para lograr esto sería predecir los datos sensibles que el objeto puede proporcionarnos, así cuando le apliquemos un vocablo, éste cobrará más sentido aun en su significación. No negamos que sin importar si la predicción del objeto es exacta o inválida, recurrimos a la suposición para llegar a la conexión entre el vocablo y el objeto. [77] Si la predicción concuerda con la percepción instantánea del fenómeno, entonces se convierte en una futura evidencia, pero si erramos o nos equivocamos en la asunción del objeto, nuestra estimulación se torna en otro camino que no resulta el esperado, el deseado.
Como primera reacción ante el error, deseamos borrar de nuestra gramática aquella percepción e intentarlo nuevamente, eliminar las conexiones, las condiciones de estímulo que nos llevaron a equivocarnos empíricamente. Así se abandonan las ideas, las formulaciones, las teorías. El autor añadió:
En algún caso extremo la teoría puede constar de conexiones entre sentencias tan firmemente condicionadas como para resistir el fallo de una o dos predicciones. En estos casos justificamos el fallo de la predicción suponiendo un error de observación, o el resultado de una interferencia no explicada. En estos casos extremos tenemos monstruosas colas que mueven su perro. [78]

            La cita plantea que quizá es la unión entre la evidencia empírica con la teoría o su camino a ésta lo que intentamos descubrir desde un inicio. La teoría, según vemos, se compone de la infalibilidad de varias sentencias en virtud de su significación y objeto. De esa manera puede ser innegable que, tras acertar en la percepción de datos sensibles, nos encontramos directamente la teoría, al obtener una conexión suficientemente admisible entre sentencias, dando paso pues a un cuerpo total de las mismas que enuncie un hecho, una realidad presente.
            En el camino a descubrir lo que se puede o no decir y, más aún, cuándo hacerlo, todo queda supeditado a la teoría de sentencias, una teoría que no es completamente infalible pero que nos garantiza el acceso a formulaciones más sólidas en la estructura lingüística.
Conclusión
            Es con el principio, con la palabra, que Quine inicia su recorrido al tratar de expresar el término como fundación de su sistema holístico, y es en ese inicio donde abordará parte de la analiticidad, la situación de las palabras, las sentencias, cómo surgen las conexiones y lo que la sociedad, ejemplificado en un infante o alguien mayor, entiende y abstrae estos conceptos. Aunado a ello están los enunciados, fragmentos de sentencias más completos y complejos, al servicio y reflejo de la evidencia empírica.
            Los argumentos que exponen Quine usando esta terminología son sólidos e importantes porque con ellos demuestra que el aprendizaje, la adquisición lingüística y, sobre todo, la forma como la sociedad ve y percibe el lenguaje, aquí cobra envergadura, construyendo y dirigiendo parte de esa importancia hacia un mejor entendimiento del hombre con su realidad. Opino que es gran parte de los términos aquí mencionados lo que más trascenderá en la filosofía del lenguaje, como herramientas de uso en la comunicación, y en la filosofía general, formando parte del análisis que permanece vivo, que da forma a la concepción del lenguaje en la sociedad y en la cultura.
            “Gavagai”, el concepto famoso y más conocido de Quine, representa el eje más importante en la cuestión de la búsqueda y certeza de la evidencia empírica, donde lo que escuchamos es sometido a un análisis, a una evaluación para determinar su significación, referencia y definición, siempre para utilidad en el contexto social. Pero ello no es todo. Como toda propuesta, siempre hay consecuencias tanto positivas como negativas, y ambas caras de la moneda son las que expondremos en el capítulo tres, donde el lenguaje se define como un arte social con todo lo que eso representa.



            El lenguaje como
un arte social



Introducción
Con los dogmas del empirismo eliminados Quine tuvo espacio para ofrecer su propuesta: el lenguaje visto como un arte social. Bajo esta premisa se centró el capítulo pasado, donde exploramos el renacer del lenguaje desde la perspectiva quineana, comenzando por la naturaleza del término, su desarrollo en la oración y su posterior conclusión con la teoría, el lenguaje visto como un todo se volvió la óptica principal.
            Es importante saber que el trabajo filosófico de Quine fue notablemente constante y sólido a lo largo de su vida. Ahora, este nuevo capítulo se enfoca en el desarrollo del lenguaje siendo ya un arte social con todo lo que eso implica, algo que Quine vislumbró al publicar su propuesta del holismo semántico en la filosofía. Para la construcción de este capítulo final tomaremos referencia de los capítulos La ontogénesis de la referencia y traducción y significado, integrados en la conocida y ya mencionada obra Palabra y Objeto.
            Con este capítulo la intención es guiar al lector (o lectora) al porqué Quine designa al lenguaje como un arte social. Comencemos.
3.1. El aprendizaje de los lenguajes
Las palabras y las normas
Con el análisis del término “gavagai” hemos visto ya que el lenguaje es una herramienta que un individuo, o varios, usa para describir algo y ese algo puede ser un momento, el acto de una persona, un animal o algo más. Un término se convierte en una referencia hacia un objeto determinado, y es cuando el lenguaje entra en acción para servir de puente, o referencia al objeto, o bien a alguna de sus partes.
            Al decidir que un término referirá a un objeto específico, lo hacemos teniendo a la mano un conjunto de reserva de artículos que, de algún modo, resultan indescifrables para idiomas extranjeros. Un modo para Quine de decir que el término que un nativo usa tiene un uso, un significado, pero alguien que desconozca su lenguaje, no comprenderá por qué decidió adjudicarle ese término a dicho objeto.
            Y como la sociedad dispone de los términos, tenemos de momento una alternativa: tratar de entender cómo funciona ese aparato lingüístico analizando lo que se le relaciona recíprocamente. Ésta es la situación, pero el contexto es más amplio: dicha relación está subsumida en el aprendizaje del individuo en su relación del término con el objeto y en la óptica de cómo se da su aprendizaje, tanto a nivel individual como colectivo.
            Esta idea: el aprendizaje de los términos en relación con los objetos a los que hacen referencia, es lo que exploraremos aquí. Proponemos un ejemplo para contextualizar esto: la adquisición del hábito lingüístico de un niño en nuestra cultura. Recurrimos al ejemplo de un niño porque, en su etapa, el proceso de balbuceo resulta indispensable para entender cómo obtiene las herramientas, los artículos del lenguaje.
            La creciente capacidad del infante por aprender y entender el lenguaje se convierte en una oportunidad de sus progenitores por reforzar su propio uso lingüístico dentro de un entorno no tan formal; transmitiéndose así los principios del lenguaje. El comportamiento del pequeño con sus articulaciones lingüísticas, al ser incipientes, asumen un carácter imprescindible.[79] Según Quine, Skinner afirmó que el balbuceo del pequeño se conoce como comportamiento operante, que es “emitido más que educido”.[80]
            En el balbuceo el pequeño encuentra patrones repetitivos, como sería en el caso de “Mamá”, lo repite inicialmente por estímulo, y esto se origina en las primeras ejecuciones, después se vuelve un estímulo lingüístico. Los padres refuerzan y premian el esfuerzo del pequeño, pues su desempeño genera el patrón que se correlaciona con el estímulo en sí. Nos encontramos, pues, ante un acto operante, un acto donde incluso el rostro de la Mamá funciona como un acicate en la aprehensión del infante con los términos que formula.
            Y cuando el pequeño repite “Mamá”, esta formulación se convierte en una sentencia ocasional, pues asume el carácter de una afirmación aislada. No por esto debemos dar por hecho que “Mamá” se ha convertido en la única sentencia del pequeño, pues éste, estando en crecimiento y adquisición de las disposiciones del lenguaje, ha experimentado con infinidad de términos que vienen siendo, para él, más sentencias ocasionales.
            Podemos pensar que el rostro de mamá generó su propensión a formular la sentencia, del mismo modo que si nos golpeamos alguna parte de nuestro cuerpo, exclamamos casi de inmediato “¡Ay!”. Algo muy parecido sucede con el niño. Y a esto se le suma la contribución, evidentemente, de los padres, pues todos podemos imaginárnoslos impulsando a su pequeño a formular el término, a producir la palabra.
            Con esto se espera, señaló Quine, que el niño eventualmente se estimule a decir “mamá” aun cuando no la vemos, y aquí hace acto de presencia otro factor: el sonido. Esta herramienta, de las que más reciben influencia social, será un elemento determinante en la aprehensión del niño para con el lenguaje. Esto se debe a que pueden ser diversos eventos por los cuales el niño formule “Mamá”. Aun sin verla con escucharla y, posiblemente, tocarla, sepa que se trata de ella y emplee el término como parte de su reconocimiento.
            Quine añadió a este respecto:
     Por eso el efecto del premio será el hacerle tender a decir “Mamá” en lo futuro, no sólo al ver el rostro de la madre, sino también al percibir, por ejemplo, una brisa o al oír “Mamá”. La tendencia a responder así a otras sensaciones de ventilación se extinguirá a falta de premio en ulteriores ocasiones; en cambio, la tendencia a responder así al oír la palabra “Mamá” seguirá siendo premiada, porque todo el mundo aplaudirá la aparente imitación del niño. [81]

            Y acorde con la cita, la inclusión de percepciones sensoriales, y visuales promueve el desempeño de calidad en la aprehensión del niño con el término en cuestión. Aunque hablamos de estímulos diferentes, tanto la parte visual como auditiva son capaces de reforzar en él la asociación de “Mamá” con ésta estando en persona. Y el que el niño sea capaz de lograr esa asociación, sin importar si es la primera o la número cincuenta, es un logro para él la disposición lingüística de la que se hace acreedor.
            Quine señaló que esta aprehensión de los artículos y términos, en contexto, son buenas imitaciones de palabras. Todo lo subsecuente está imbuido de la presente cuestión. Ahora bien, el aprendizaje de una palabra, como el pequeño lo va asimilando, implica también pronunciarla con acierto. Por eso vemos que el infante lucha por pronunciarla correctamente y frente a él están sus padres estimulándolo a que lo intente hasta lograrlo.
            Trata de emitir, de fonetizar la palabra “Mamá” y ese término poco a poco adquiere una forma en la concepción del pequeño; emisión y recepción es una dicotomía que juega un papel importante en su aprendizaje. No olvidemos que en este proceso perceptivo de largo alcance sensorial, el niño ha tenido que escuchar infinidad de ocasiones la palabra para comenzar a practicar el formularla por cuenta propia.
            Fue en este punto donde Quine se cuestionó: ¿Qué respuesta inteligente puede ofrecer el infante al escuchar “Mamá” que sea perceptible, y apreciable, por observadores para reforzar por sí mismo el término? Esto radica en que, aspectos visuales y auditivos combinados, logren que el niño deduzca que “Mamá” (suponiéndolo formulado por el Papá), sea la clave para que el niño lo entienda y dirija su atención a ella.
            Ésta, de momento, puede ser la respuesta inteligente a la reflexión que acabamos de hacer. ¿Qué fue antes? La lógica en Quine nos señala que “Mamá” como pronunciación primeriza del Papá, puede ser la conexión para que el niño conecte la palabra a donde pertenece, en este caso, con su madre. Como es natural, antes de que el niño comience a imitar la palabra, a tratar de pronunciarla, ha debido de escuchársela a su Papá infinidad de ocasiones. Es ése patrón repetitivo el que forma en el niño la idea de que “Mamá” es su progenitora. El temor de confundir el término “Mamá” con el objeto Papá dejará de ser importante, pues escuchará muchas veces el término, pero estando la Mamá presente; será el denominador común y eso llevará al niño a reconocerla. El campo visual jugará un papel determinante en este sentido.
            Y entonces, cuando el niño ha pronunciado correctamente “Mamá”, tanto ella como el papá se alegran, aplauden y el niño tiene la certeza de que su enunciación es correcta. El uso (social) que le dio a la palabra fue correcto. Procedimientos similares actúan en otra clase de términos, teniendo siempre el comportamiento operante como principal intermedio en la consecución de palabras.
            Semejante a un mimo, el lenguaje visual toma partido junto al condicionamiento operante, pero es lo que le sigue, el aprendizaje ulterior el que se vuelve independiente del condicionamiento. Una vez que el niño ha logrado pronunciar “Mamá” y asociar el término con ella, da paso a la enunciación de más conjuntos de articulaciones. Todo marcha estupendamente. El niño se entusiasma con su adquisición, es estimulado por sus padres a continuar emitiendo, sonido a sonido, las palabras que eventualmente usará para comunicarse. Sin embargo, Quine dijo que también podemos encontrar adversidades en este camino:
     Pero en el peor de los casos podemos suponer que la descripción, además de ser convenientemente determinada, es sustancialmente verdadera respecto de una buena parte de lo que ocurre en el primer aprendizaje de palabras. Queda sin duda espacio para la acción de otras fuerzas. Así, por ejemplo, y como se dice muchas veces, “Mama” puede ser el resultado de movimientos anticipatorios de la alimentación; tampoco Skinner se opondría a esto, porque no supone que el comportamiento operante carezca de causas.[82]

            Es posible que la cita haga referencia a que la descripción pueda ser la asociación del término con su “pertenencia”, en este caso, la Mamá. La descripción está presente en toda adquisición lingüística, pues es determinada y sustancialmente importante durante el proceso. La cita expande el origen del término y lo adjudica, como posible causa, al acto de comer del niño, considerando que la mamá se involucra en este proceso durante toda la juventud del niño. ¿Por qué no habría de asociar, por igual, la palabra de esa forma?
            La asociación que el niño hace de la palabra con su referencia siempre está supeditada a la “aprobación” de la sociedad (la mamá). Ahí tenemos un primer aprendizaje: cómo direcciona el término. Debe ser aprobado por la sociedad que le rodea como condicionamiento para estimular su esfuerzo personal, acrecentar la respuesta que ofrece, en este sentido verbal, y así categorizar si la respuesta es acertada o equivocada.
            Y con “categorización” hablamos de una posible unificación por parte del niño ante las palabras que subrayan la o las estimulaciones verbales que recibe y da continuamente. Cada término posee una cualidad, y las estimulaciones actúan bajo ese margen, con el fin de saber qué es lo que pronuncia y a qué conduce el hacerlo de ese modo. Las cualidades que designará a los términos deben estar respaldadas por la previa tendencia de la imitación.
            Para ponerlo de forma sencilla: entre “grupos” de estímulos o términos, el niño eventualmente captará las características de cada palabra, así reconocerá lo que representa cada uno. El niño aprehende que Mamá y Papá no son necesariamente lo mismo aun cuando sean semejantes. La diferencia aquí, repetimos, radica en la cualidad de aquello a lo que refiere el término, como pasa con “rojo” o “azul”.
            Por lo tanto ¿habremos de suponer que el pequeño tiene cualidades que distingan estos atributos o que puede distinguir las que habitan en los términos por sí mismos? Debemos observar su aprendizaje, cómo se desarrolla. En este punto Quine adujo que según las cualidades que posean ciertos objetos o términos, es el tipo de clasificación de atributos que el pequeño definirá según donde esté o lo que vea. La reacción que el niño presente dimensiona el espacio cualitativo que posee para efectuar sus imitaciones.
            Ese esfuerzo del niño por afirmar y negar términos según la respuesta que recibe de la sociedad Quine lo llamó umbral de discriminación o diferencia mínima perceptible. Pruebas que el pequeño emplea para agrupar términos semejantes, hacer evolucionar su incipiente lenguaje o para descartar lo que, según ve, puede no ser de utilidad donde se desarrolla.
            Con el umbral o la diferencia mínima a su disposición, el niño distingue, discierne entre distintos tipos de cualidades, mayores, iguales o menores. La herramienta lo ayudará  a que, eventualmente logre distinguir entre la importancia de las distintas cualidades tanto de lo que observa como de lo que asimila. Llamemos a este espacio un campo prelingüístico, que va unido al sistema.
            No obstante, no podemos asegurar todo en este proceso. Tenemos algo que dirimir: Con el umbral de discriminación y las designaciones lingüísticas que el niño hace, quizá el espacio que se construye haga referencia únicamente a las primeras disposiciones que el infante formuló ante la sociedad (Papá y Mamá) bajo el parámetro de lo aprobado y lo que se estimula en el momento.
            El progreso lingüístico en el infante implica que éste encuentre la forma o la vía para lograr emitir un término mejor de lo que lo formuló previamente. Si el campo se halla disparejo, podríamos encontrar la ausencia de uniformidad en consonancia con el experimento que la sociedad efectúa en el infante. Pero no.
            Podemos suponer que el niño cuenta con un espacio para atribuir a cada término la cualidad del objeto o persona al que va asignado, el niño va construyendo este “campo” y comienza a reflexionar sobre el campo mismo: ¿Lo que él percibe es igual o semejante a lo que nosotros percibimos y designamos?  ¿Cómo asegurar que tanto la sociedad como el infante perciben un color de la misma manera, o más profundo aún, que lo perciban con la misma tonalidad?
            “Consideremos otra vez, en efecto, el caso en el cual el niño distingue entre A y C, pero no las distingue de B. Por nuestro conocimiento del dispositivo físico usado sabemos que lo que se comparó con A y C, respectivamente, fue B dos veces (no A y C)”.[83] No hay certeza completa que nos oriente en el modo como el infante se dispone a la aprehensión lingüística; su propia lógica e imitación de los términos lo conduce  a efectuar distinciones en el lenguaje, todo según las asociaciones que la sociedad le reserve para hacer.
            La sociedad debe hacer especial énfasis en la disposición de cualidades y los espacios entre éstas que el pequeño va creando. Ese ensayo y error que produce entre las sentencias, entre el estímulo de las mismas es lo que llamó Quine una experiencia inmediata al ser un proceso de formación de los objetos físicos a los que refiere la sociedad.
Las estimulaciones provocan una respuesta verbal. La sociedad trabaja con el niño bajo esa premisa. Podemos definir estas estimulaciones como una especie de distribución que gira en torno a una norma. Si la estimulación del pequeño ante “rojo” o “azul” se adentra en el entorno de atribuciones positivas (aprobadas por la sociedad), entonces resulta más probable que la sociedad brinde una respuesta sólida como señal de que el proceso va por buen camino.
            La estimulación entrará en juego con el entorno o campo de cualidades donde la designación de colores está presente. Se trata de que la estimulación imbuya a la percepción visual para generar una norma que se adecue a la “espacialización” de términos del pequeño. La percepción visual incide en que la norma pueda variar según el entorno donde se construye o el propósito al cual responda.
            En situaciones de igualdad una norma tiene la vía libre para obrar sobre el espacio de atribuciones positivas (o cualidades) que el pequeño tiene a disposición, pero si se tratara de un caso donde tanto norma, percepción y color no coincidieran, la norma deberá reajustarse a la experiencia recibida. Así como las normas se ajustan aquello a lo que enuncian, por igual puede decirse que su categorización les impide medir o juzgar lo que les resulta ajeno. Como ejemplo, la norma de rojo aplica e influye sobre los tonos o grados de rojo, pero no podría influir sobre verde o azul al ser ajenos a ésta.
            Para ser más claros: la sociedad le implementa una regla al pequeño, para que con ella deduzca el uso aplicable de “rojo” y más aún dónde puede hallarlo. Pero ocurre que esa designación no conecte a rojo completamente, o de menos, al tipo de rojo que la sociedad señala en determinado momento. La estimulación, o también la desaprobación de la sociedad ante el hecho de que el infante aprehenda “rojo” y lo que conlleva, no desemboca en una garantía de que el infante haya adquirido correctamente el término que le dispone la sociedad.
            La norma que la sociedad le impone al niño, debemos añadir, puede referir a una categoría específica del color al que designa. Ejemplo: menciona la tonalidad visual de rojo, pero ¿qué puede decirse de su versión auditiva?  Quine expresó:
Las normas fonéticas tienen una peculiar cualidad de la que carecen las cromáticas. Un color acusadamente ajeno a cualquier palabra de color puede seguir siendo un color digno de consideración e intentos de comparación; en cambio, una locución anormal no pasa de ser una ejecución insuficiente, como un canto que desentona. La importancia de las normas fonéticas es tanta que será bueno detenernos sobre este tema unas cuantas páginas, aunque luego no utilizaremos las reflexiones que aquí hagamos.[84]

            La presente cita señala que tanto las reglas fonéticas como las cromáticas (de colores) poseen reglas semejantes, pero que para este punto, difieren en una cualidad específica: si un color no posee una palabra que lo identifique, el color permanece aun cuando no haya un término con el cual logre identificarse y, posteriormente, ser comparado. La ejecución será extraña, anormal, pero no dejará de ser expresión en todo caso.
            El hecho de poder contar con reglas fonéticas para los colores es importante, no debe tomarse como algo nimio, sino que es digno de analizar por qué se da esta situación. Las normas están para algo, y es para reintegrar lo que continuo, lo que acontece con lo que no se ve a primera vista. La norma está para emparejar términos con sus respectivos colores. Lo que analizamos aquí es lo que Quine cuestiona: ¿Qué sucede cuando una regla no encuentra su igual en el sector cromático?
     La actitud contraria, que consistiría en contar cada imprecisión, por ligera que fuera, como yerro completo, impondría a los cantantes y a los hablantes criterios incomodos por demasiado exigentes. Sería en realidad inaplicable por principio, porque el fallo puede ser tan pequeño como se quiera y, por tanto, nunca podríamos reconocer un acierto.[85]

                La cita habla de “gradualidades” entre términos que se parecen, y por lo tanto la regla puede variar. Son fases en el sonido, “gradaciones fonéticas” en palabras de Quine, donde unas pueden pertenecer a una misma regla y otras no. En la terminología quineana, las palabras, tanto las que aprende e imita el infante como las que trabaja la sociedad, son llamadas ejecuciones. Cuando un término se parece a otro, cabe la posibilidad de que se pueda clasificar con la norma con la que guarda semejanza; caso contrario, quedaría solo hasta que surgiera una norma que lo respalde.
            Esas ejecuciones mal formadas son las que llamaríamos imprecisiones al no poderse afiliar a una regla por vía común, glosando término con sonido por igual. Al surgir un término que no embonara con ninguna de las reglas de que dispone la sociedad, se impondrían criterios más elevados o sofisticados que demanden o propongan una solución a este respecto. Así, ningún término quedaría al abandono de las normas. A esto podría referirse la presente cita.
            El surgimiento de una regla podemos pensarla como un caso extremo donde un término cromático, perceptivo o visual no embonara con lo que se tiene a disposición, pero ¿y si el fallo no estuviera en el término que tenemos y, caso opuesto, radicara en la naturaleza de la norma? Sería una forma distinta de ver el problema: pensar que el embrollo se halla en la norma y no en el término.
            Cuando una norma no ofrece respuestas a un término vago o ambiguo, y el contexto tampoco tiene nada que decir, todo podría reducirse a uno de tres procedimientos:
a)      Sistemáticamente: una especialización amplia de las normas.
b)      Asistemáticamente: mediante enunciaciones relativamente cuidadosas, siempre apartadas de los puntos medios.
c)      Asistemáticamente: Con el uso de pleonasmos intencionados, siempre al servicio del contexto. El contexto siempre puede serle de ayuda a la enunciación cuando ésta busca insertar adecuadamente el término.
El contexto funge como un salvavidas en el momento de enunciación, pero quizá, según Quine, no sea necesario llegar a tanto con las normas. Éstas se abstienen de momento de producir brechas entre palabras y los sonidos lingüísticos que se pueden admitir. Como dijimos arriba, puede darse el caso de un sonido, o varios, que no encajan en una o varias normas, imaginemos incluso que se quedan a mitad de ambas. ¿Qué ocurre entonces? El contexto hace entonces acto de presencia y sirve como puente auxiliar para ese sonido.
            Sería algo como esto: el infante expresa un término, pero fonéticamente no se entiende, a sus papás les resulta extraño, ambiguo, e intentan ver dónde insertarlo o ponerlo (cómo entenderlo); enseguida advierten que ese término en realidad es una formulación aproximada o inexacta de un término que ellos conocen bien. El cómo o el dónde es el contexto que permite entender palabras, enunciados o situaciones cuando una regla no puede responder a ello.
 “Hemos visto por qué es mucho mejor aceptar gradaciones continuas e interpretarlas a base de normas discretas que aceptar simplemente los valores discretos y recusar todas las aproximaciones.”[86] Parece que es mejor darle el beneplácito a la palabras semejantes entre sí y explicarlas sucesivamente que darle la bienvenida a valores extraños relativos a términos aproximados.
Quine no pareció estar en contra de la continua formulación de términos que respondan a uno u otro color, más aún extendió la explicación de que incluso entre sonidos pueden darse variaciones aceptables, así como las hay entre las palabras, para así representar la continuidad del espectro, del umbral del pequeño. Hay ejemplos de cómo la regla puede adjudicarse a un término, un sonido o ambos: el orden en el tiempo en que la vocalización (u origen de las letras de la palabra) representa o señala el momento en que el objeto pasa a ser enunciado.
                Y esto puede darse mucho entre norma y sonido en el contexto musical. Hablamos aquí de una discontinuidad muy particular. Como ejemplo, supongamos que una nota representara parcialmente un color específico, y que otro conjunto de notas refiriera un conjunto fonético más elevado, esto nos conduciría a una ambigüedad en la clasificación de las notas a las que hace referencia el sonido. Si éste fuera difícil de interpretar, lo mismo ocurriría con las referencias y ni qué decir de las normas. Para evitar líos así, los sujetos permanecen en comunicación para evitar la clase o conjunto de sonidos que afectan el desarrollo que se busca.
            La idea del progreso en potencia proporcionado por las normas resulta en una paradoja: para dar un sano paso a este proceso, es necesario minimizar el acervo de normas en conjunto y así evitar complicaciones. Entonces, a este punto, podríamos descartar las opciones sistemáticas arriba expuestas. Las normas ofrecen una cadena inefable, indefinible entre el ámbito fonético y el cromático.
            Se puede transmitir un mensaje verbalmente, el factor auditivo permanece. Esto puede circular por toda una comunidad lingüística, o incluso en diversas generaciones, únicamente con el precepto, con la condición de que los sonidos formulados queden mínimamente cerca de las reglas que los representan. Como ha ocurrido siempre en el lenguaje, los detalles imperfectos se corrigen y se ajustan a las normas del momento; si éstas indican una vía, la comunidad habrá de regular lo que se dice acorde con lo que se exige.
            Si no hubiera normas, el proceso guía quedaría irreconocible y un individuo no sabría cómo proceder en la formulación fonética que le sigue; lo que enuncia podría ser inefable al final. Ahora bien, si ese individuo no contara con una norma preestablecida, lo que tiene a la mano es la memoria de otras reglas o preceptos semejantes que pudieran ayudarlo a corregir el error y hacer ver lo que hace del modo más idóneo posible.[87]
El aprendizaje de lo que se considerara uso de una u otra palabra sería imposible si no fuera por las amplias identidades parciales que hay entre las normas de las distintas palabras. Una vez que el niño queda inducido, por refuerzo y extinción, a los hábitos fonéticos correctos respecto de “Mamá”, de tal modo que sus usos de esta palabra se agrupen en torno de la norma ortodoxa, cuenta ya con un buen punto de partida para “mano”, y con otro, no tan bueno, para “mío”.[88]

                La cita podría indicarnos que el aprendizaje sería relativamente sencillo si no hubiera tantas cosas a las que las palabras hacen referencia. Ya que el niño ha sido, o está siendo, educado de un modo eficiente en la aprehensión de las palabras, como es el caso de “Mamá”, los usos relativos a este término se le asociarán con facilidad y de una manera tradicional que no admita fallos o equivocaciones.
            Aquí entra la categorización de términos, pues entre iguales se agrupan para hacer más sencilla la labor de aprehensión. Es como decirle al pequeño que “Papá” y “Mamá” van en una misma categoría aunque ambos términos no sean necesariamente iguales. Y entonces, al paso eficiente en que agrupa los términos, es casi un hecho que el “ensayo y error” le ayudará a inducir en dónde y cómo va agrupado cada término que esté en miras de aprender. El pequeño será capaz de predecir la naturaleza de las palabras que le arroja la sociedad.
            El método con que el pequeño es capaz de predecir qué tipo de norma encierra una palabra en proceso de ser admitida se le conoce como una especie de ahorro llamado Las normas de segmentos de un uso segmentos de las normas del uso. Antes es preciso aclarar que la presente ley no goza de exactitudes, ya que unos sonidos con otros se agrupan de tal forma que se construye una cadena donde unos suceden a otros. Como una cadena o flujo de ideas sucesivas.
            Las normas en cuestión presentan desviaciones que no serán tan “amables” con el niño en proceso de aprendizaje. Quizá algo muy importante en este caso que los lingüistas manejan las normas fonéticas de manera especial: gracias a su propio concepto de fonema. Ellos saben que los fonemas son el habla del lenguaje, como la palabra es el símbolo escrito del lenguaje. Las normas están al tanto de esta naturaleza.
            “La invención del alfabeto fue realmente un primer paso primitivo hacia el análisis fonemático, pese a que el deletreo corriente no suele reflejar los fonemas”.[89] Una forma de decir que el carácter fonético del lenguaje es un aspecto muy antiguo en el lenguaje, pero en sus inicios, éste no contaba con los elementos necesarios para identificar esta parte de su sistema. Esto puede deberse, en gran medida, a que se consideran segmentos cortos que responden a normas del idioma en cuestión, el lenguaje en general.
            Es costumbre de los lingüistas el que este factor sea efímero, al ser escaso, pero principalmente importante como parte evolutiva en el tema. Dicho esto, es bueno que el fonema sea corto porque así es más probable la agrupación de varios con miras a representar las reglas en conjunto.
El discurso basado en la idea de fonema permite al lingüista prescindir de todos los detalles fonéticos no emparentados con la gramática y la lexicografía del lenguaje, pues un fonema es simplemente una forma, frente a las innumerables desviaciones, más o menos admisibles, de ella.[90]

                Acorde a la cita, si tenemos un lenguaje que se basa únicamente en la esencia y constitución del sonido, entonces eso permite al lingüista ignorar cualquier clase de detalle. Más aún, la relación que conserve puede ser descartada, especialmente si la conexión revela señales gramaticales o lexicográficas. Un fonema sólo expresa forma. Una forma que es característica de sí misma. El fonema denota una forma abstracta.
            Entonces, si un término se inspira en el sonido, puedes prescindir de todo lo demás, puesto que su base está “completa”, al menos en ese sentido. Las normas que hablan del sonido son eficaces dentro del planteamiento de cadena fonemático en dirección a su uso eventual. El lenguaje, grosso modo, cuenta con sus propios usos y normas, entonces aparece el lingüista e implementa, sin preguntar o avisar, técnicas para esas normas, esto con el propósito de clarificar las reglas y darle un mejor uso al lenguaje.
Con la posibilidad de que un término admita en su terreno tanto al artículo determinado como al indeterminado se integra, a su vez, la alternativa que presenta la desinencia del plural. Con estas bases, termina por ser para nosotros un término de rasgos generales. Sería oportuno, por igual, considerar que tanto el singular como el plural deben ser considerados dos modalidades en la aparición de un término.
            Dicho esto, ejemplos como “manzana” deben tomarse como una partícula externa a que si dijéramos “una”, como “una manzana”. Eventualmente puede sernos palpable la opción de prescindir de los contextos, más si tomamos en cuenta la paráfrasis y lo que implica. Pero esto no es lo único que nos encontraremos en el camino: la dicotomía entre términos singulares y términos generales[91] (nocivamente análoga en cuestión de la dicotomía gramatical de ambos tipos de términos), es notablemente profunda.
            Tomemos el manoseado ejemplo de “Mamá”. Este término, por su naturaleza, sólo admite singulares gramaticales y, por ende, el artículo que le corresponde. Aquí navegamos por el terreno de “número” en la gramática, pero si nos vamos a los significados (semántica), la distinción entre ambos términos radica explícitamente en el nombramiento[92] a un objeto, si es un término singular (por más abstruso y complejo que pueda parecer), o un término plural, donde se hace alusión a dos o más objetos. Y ésa es la ventaja con los términos generales: se pueden distribuir en infinidad de objetos.[93]
            Aunque “manzana” y “conejo” parecen términos singulares, es por su carácter universal que se les considera generales. Como cuando decimos “El hombre”, hablamos de género y no de número propiamente. Pues bien, en este preciso sentido, con estos términos generales se nos abre la puerta a unas posibilidades que resultan curiosas en el presente tema: en la referencia de estos términos, se dan distinciones que son poco claras dentro de las sentencias ocasionales.
            En pocas palabras, no basta con creer entender qué es “manzana”, sino también debemos conocer el valor detrás del término, qué la distingue de otras manzanas. La presente necesidad conjuga una serie de posibilidades a grandes rasgos, posibilidades que se traducen en herramientas capaces de dividir sus referencias. Todo estriba en los términos. Éstos son la clave.
            Ahora, es importante resaltar que lo que posee más importancia es el término en cuestión más que el objeto o sustancia al que alude. Esto es aplicable tanto a los singulares como a los generales. No hablamos de un objeto disperso o convertido en miles de fragmentos. No. Hay objetos cuya naturaleza les permite volverse masa o ser una infinidad en sí y para tales ejemplos tenemos el agua. Pero esto no se limita a objetos, sino que también podemos pensarlo y verlo en las cualidades de los mismos: lo “rojo” en dos o más objetos, lo verde o lo amarillo. Si dos o más cosas poseen la cualidad de rojo, podríamos, sin problema, hablar de cosas que son de este color en específico.
            Parecería, pues, que lo general se puede ver en otras formas, en otros ejemplos. La división de una sustancia y su referencia también se puede fragmentar, como en “zapato”, “par de zapatos”, o incluso “calzado”.[94] Hablamos de un mismo tipo de sustancia con distintas referencias, pero que entre sí conservan un factor común.
            Quine añadió, a este tema, que hay términos considerados de masa y algunos ejemplos son: agua, calzado y “rojo”. La propiedad semántica que presentan posee un carácter acumulativo por su composición. En cuestiones de semántica Quine afirmó que estos términos poseen un carácter singular debido a la indivisión de sus referencias. En un sentido más universal, el gramatical, estos términos poseen una naturaleza semejante a los que encontramos en sus contrapartes inglesas. Estos términos hacen un esfuerzo por nombrar objetos particulares, y ahí es donde fallan, donde no lo consiguen.
            Ciertas palabras de aplicación general pueden resultar ambiguas, aun cuando posean un sentido que las avale. Y es que si hablamos de términos de masa, las posibilidades son variadas. Agua es un ejemplo que presenta ambas alternativas: la admisión de término singular como de término general. Regresando un poco al tema del infante en su proceso de aprendizaje, en este caso lo mejor que podemos hacer con esta situación es considerar a los términos “Mamá”, “rojo”, “agua” e incluso, quizá, “calzado”, simplemente como sentencias ocasionales.
            En cuestión de alcance, todo lo que puede exigir el lingüista es coherencia en virtud de la estimulación del objeto y su posterior significación. Eso es lo que le interesa y lo que reclama. Se pregunta por un término singular o general sólo tenga cabida, importancia y sentido si el término en cuestión está en uso o presenta una mayor envergadura con su referencia dispuesta en una o más sustancias. Es por esto que el niño aprende más del término cuando está en proceso de sensibilidad intensa. “Mamá”, “rojo” y demás son ejemplos de sentencias sencillas de aprender y él las agrupa, como ya dijimos, en el orden temporal en que le van surgiendo.
            En la óptica de un adulto se ha convenido, al final, en tratar de considerar a la mamá como una entidad, un cuerpo completo que se presenta ante su pequeño para mantener el campo visual de sus conceptos en proceso de abstracción. Mientras que nosotros somos capaces de distinguir sustancia de cualidad, el pequeño ve estas cosas como una sola. Lo ocasional en ellas se presenta ante el infante de forma fragmentaria. Como cuando en sus primeros días y meses ve siluetas, formas y no algo definido. Es justo lo que pasa aquí con el niño.
            El pequeño no es capaz de separar las entidades o sustancias que percibe, sino que lo ve casi como un todo mezclado. Su lenguaje en formación no está separado u ordenado, al contrario, se muestra uniforme, unificado, como si dijera “Mira, más mamá, más rojo, más agua”.[95] Los términos, de manera aislada, no representan para nada un proceso de aprendizaje para el niño, porque así es como mejor trabaja en su obtención. Una obtención que, eventualmente, lo conducirá al esquema conceptual con que los más grandes trabajamos.
            De forma gradual, o como por etapas, el niño puede aprender a adjudicar “manzana” o “rojo” a sentencias más complejas para él sin perder el sentido del término. Esto se da de una forma sencilla porque él concibe estos términos como atributos de masa, al nivel de sustancia. Como todo en el lenguaje, el niño debe ir por etapas, “escalar” o subir de nivel en los términos. Sólo así podrá entender la totalidad de las cosas, como lo son las partes de manzana: el palo, la semilla y fruta. Nosotros somos capaces de entender esto, aun cuando veamos la manzana como un solo objeto, pero somos capaces de entender que la misma es una totalidad de totalidades. Pues bien, el infante, tarde o temprano, se hará con esta noción.
            Hagamos de cuenta, por un momento, que el niño ha entendido, finalmente, la referencia dividida inmersa en el plural “manzanas” cuando ve varias agrupadas. Descartemos la hipótesis y ahora pensemos que el infante ha captado el concepto de masas hallado en “manzanas”, dado que es aplicable y que tiene sentido. Sin que el niño lo sepa, “manzanas”, para él, está sujeto explícitamente al término “manzana”, del mismo modo que podría estarlo “agua de melón” de “agua”.
            El niño ve en esto una unidad de representación de un algo compuesto como un conjunto extendido de ese algo. Quine señaló:
He aquí otra plausible concepción desviada del niño: como termino de masa, “manzana” puede aplicarse no a las manzanas en general, sino únicamente a las solitarias, mientras que “manzanas” sigue funcionando como en la explicación anterior. Manzana y manzanas serían entonces excluyentes uno de otro, y no estar en relación de subordinación. Esta concepción puede muy bien proyectarse sistemáticamente a “ficha” y “fichas”, “pelota” y “pelotas”, y ser indetectable durante mucho tiempo.[96]

            Y la cita podría señalarnos que esa extensión que el pequeño ve puede aplicarse a otras manzanas ubicadas solamente de forma individual. Por ello distingue “manzana” de “manzanas”, aunque nosotros veamos cierta semejanza. Uno no está al servicio de la otra, son términos y objetos independientes. Este criterio de “división” es aplicable en cualquier otro caso del género y refuerza lo que decíamos arriba: la forma de totalidad que el pequeño ve en las cosas señala una percepción distinta a la nuestra.
            Fue en este punto donde Quine se preguntó ¿cómo establecer si el niño ha captado completamente el procedimiento de los términos generales? Sólo contamos con la opción de incluir al pequeño en discursos más complejos, como es la emisión de términos más elevados que los que maneja. Algunos ejemplos serían “esta manzana”, “no esta manzana”, “una manzana”, entre otros ejemplos. Sólo de esa manera lograríamos que el niño lograra distinguir la referencia entre términos generales y las variantes que éstos pueden presentar.
            Con ellos, es un hecho eventual que el pequeño comenzará a distinguir términos contextuales como “alguno”, “otro”, “uno”, “ese”, entre otros. En su misión de sentencias empezará por regular ritmos vocales, fonéticos o “sintonías” de variables que lo fortalecerán en la construcción de sentencias más complejas y, tarde o temprano, oraciones con palabras compuestas.
            La adición lingüística del niño sólo es cuestión de tiempo, siempre que estén presentes tanto el contexto como la experiencia por sí.
Su adquisición por tanteo del plural “s”, sobre la que acabamos de especular, es un paso primero y primitivo de esa clase. El aprendizaje contextual de esas varias partículas procede simultáneamente, o así lo podemos suponer, de tal modo que todas van ajustándose gradualmente unas a otras, hasta producirse un esquema coherente de uso que concuerda con el de la sociedad. El niño se abre camino por una especie de galería o chimenea intelectual, apoyándose en las paredes que son la presión de los demás.[97]

            Su avance y dominio dentro de términos complejos y contextuales incluye la habilidad y capacidad de entender, distinguir y manejar términos generales (plurales) y su función en las sentencias. El intento del niño por dominar los términos con “s” es una faceta ya vieja, nada novedosa en su transición lingüística.
            El hecho de que el pequeño comience a dominar los términos de semejante grado habla de su práctica, de su emisión y del contexto en que se apoya. Éste lo “asesora” en la propensión y la utilización de cuándo aplicar la sentencia en cuestión. En otras palabras: en la mente del niño se forma el patrón que le indica en qué momento y de qué modo usar las partículas del plural acorde con el esquema que la sociedad le indica.
            Entre la felicitación y la desaprobación de la sociedad (los papás) con el individuo (el niño) está el camino de ensayo y error en la utilización de términos cada vez más complejos, en este caso, los plurales o bien el empleo de sentencias como referencias de masa o unidad de conjuntos. En este caso, podemos deducir que la sociedad le otorga al niño la naturaleza del contexto en cómo usar una palabra específica. Es ella la que habrá de formar el “recorrido” que el niño sigue para la correcta emisión del término en cuestión.
            Además de esta situación, se le suma el momento donde el pequeño se ve “forzado” al aprendizaje de sentencias en consonancia con otros términos. Ahí es donde la significación de un objeto determinado responde a un estímulo visual y, por consiguiente, a la aprehensión del pequeño. Esto es un hecho que no pasa inadvertido ante el lingüista, pues sabe que, de momento, no le queda más que apelar a una hipótesis de carácter analítico para la traducción de esos términos.
            La idea de una hipótesis analítica nos permite pensar en un ejemplo extraño pero lógico y que funciona para el asunto específico que abordamos aquí: pensemos en un par de marcianos que intentan aprender correctamente el castellano (o cualquier otro idioma). Según sus propias habilidades, es una posibilidad el que ambos eventualmente logren aprender el idioma, la diferencia de sus capacidades se verá reflejada en las diferencias de uso y entendimiento que ambos obtengan del idioma. Lo mismo sucedería con dos niños pequeños. El que aprendan el idioma diferentemente no descarta la posibilidad de un aprendizaje adecuado y óptimo. Las diferencias en cuestión son parte de sus propias capacidades.
            No obstante, en este punto Quine señaló la probabilidad de que los análisis que presenta sobre el aprendizaje del pequeño bien podrían pecar de superficiales o, quizá, de una simple metáfora. ¿Por qué? Quine aportó:
Supongamos luego —y éste es el paso no realista— que aprende “Misma-persona” por el mismo proceso de ostensión, aunque esta vez sea un proceso binario o diádico. Este término acompaña presentaciones  simultáneas o inmediatamente consecutivas y por pares. Resulta aplicable siempre que las dos presentaciones son adecuadas para “Mamá” y siempre que ambas son adecuadas para contestar “Papá”, pero nunca  cuando una lo es para “Mamá” y la otra para “Papá”.[98]

            Acorde con la cita, es precisamente por este proceso de aprendizaje que el niño comenzaría a relacionar de manera dual los términos de la sociedad, incluso sus propias etiquetas “Mamá-Papá”. Como dice la cita, “diádico” señala la propensión de aprendizaje dual por parte del niño. Esta adquisición lingüística siempre admite dos términos, en este caso, “Mamá-Papá” o bien “Papá-Mamá” pero ya no por separado.
            Es una buena noticia el que el niño pueda emplear adecuadamente el término diádico, pues en algún momento comenzará a identificar las diferencias de entidad; podrá distinguir y reconocer que “Mamá” y “Papá” son dos personas, en este paso, el papel que representa la sociedad y que lo guía en el uso de los términos que aprende. Esto tiene su referencia en la traducción radical, tema que tocaremos más adelante.
            La capacidad del pequeño de dominar este nivel de términos se traduce en la posibilidad de poder discernir un esquema donde los objetos están incluidos y siempre son referidos. Y ese dominio de términos es lo que le permite al pequeño poder dominar el esquema de objetos ya asumidos, ya aprendidos. “Mamá” vendrá representando ese objeto recurrente desde el cual el pequeño se apoya para la certera obtención del esquema teórico de los objetos y su unidad de significación.
            Como en todo aprendizaje, importa mucho el hecho de que el pequeño pueda reformular, o incluso ordenar, términos más sencillos. Ahora bien, en escala de valores o facetas sencillas y complejas, medir el aprendizaje de términos ya abstraídos es sencillo, pero Quine mencionó que no hay criterio o método que nos asegure que la aprehensión de términos posteriores esté asegurada. Es simplemente posible, pero no termina por ser un hecho.
            La mamá, en el papel de la sociedad que espera que el niño aprenda por su cuenta, se mantiene en un espacio medianamente recurrente en el campo visual del pequeño, cerca para asegurarse de su aprendizaje, pero también apartada para comprobar que el niño aprende los términos adecuados. Ahora, la mamá se inserta en un espacio de tiempo necesario para consolidar el conocimiento del niño, de las palabras que aprender paso a paso.
3.1.2.
La predicación y la entidad
En nuestra búsqueda por analizar la perspectiva lingüística de Quine, da la impresión de que se tomó pausa y expresó que la distinción entre términos singulares y generales luce exagerada, demasiado marcada. Puede haber términos que no sean lógicos o reales e incluso se consideran, sin problemas, términos singulares por sí mismos. Entonces, dijo Quine, parece que hacemos mucho hincapié en la singularidad de los términos y objetos.
            Un ejemplo: “Pegaso”. Este término es singular, principalmente porque no leemos “Pegasos”, pero aunque es singular, no es verdadero, sólo lógicamente posible en nuestra mente. Un ejemplo diferente sería “satélite natural de la Tierra”. Como no leemos “satélites”, pensamos inmediatamente que hablamos de un término singular, y puede serlo, pero su referencia es lo que marca una distinción.
“Pegaso” señala un objeto específico; en cambio, “satélite de la Tierra” está dispuesto en una terminología que no es necesariamente singular (Tierra). Esta clase de disposiciones son las que, paulatinamente, la sociedad le inculta al pequeño. Según Quine, la diferencia gramatical que podemos encontrar en estos ejemplos (“satélite natural de la Tierra”), nos remite a la predicación: Mamá es una mujer. [99] Quine dijo:
“La predicación une un término angular con otro general para formar una sentencia que es verdadera o falsa según que el término general sea verdadero o falso del objeto – si lo hay – al que refiere el término singular.” La falsedad o veracidad de un término dependerá, entonces, tanto de la singularidad como de la generalidad del término que esté nombrando el objeto. Recordemos que aquí la importancia radica más en el término que en el objeto mismo.
            Y ya que en este asunto Quine señaló que la referencia juega un papel fundamental, abordaremos con cuidado el tema de la predicación y su implicación gramatical con los términos. El presente análisis involucra de lleno al sustantivo, el verbo y el adjetivo. Tratándose de las palabras, los tres elementos nos resultan concomitantes en la construcción del lenguaje como un arte social.
            El asunto de la referencia no se inclina completamente en ninguno de los tres por separado, sino que trata de presentar un enfoque general. Y este enfoque es el siguiente: Quine los vio como simples variantes de términos generales. Un ejemplo de predicación puede ser “Fa”, que viene siendo una representación de la idea “a es un F” (suponiendo que “f” sea un sustantivo” y considerando el espacio temporal de la compleja sentencia). Supongamos que agregamos a la ecuación: “a es F” (ya “f” no es sustantivo, sino que funge como adjetivo); pensemos ahora que lo decimos así: a F” (“f” representa un verbo intransitivo porque no conduce a nada más).
            Esta operación es la misma que se encuentra detrás de “Mamá es una mujer”.[100] El propósito de exponer las diferentes “oraciones” arriba es para esbozar los ejemplos en los cuales sustantivo, verbo y adjetivo operan en el ámbito de sentencias ocasionales y el modo como las transforman en algo más elevado para el infante. Y así como el ejemplo de Mamá se pueden mencionar más, pero lo importante aquí no es atiborrarnos de ejemplificaciones, sino de precisar la predicación. Entenderla. El porqué de los ejemplos de sustantivo, verbo y adjetivo reafirma su importancia en el rango de términos generales y Quine lo explicó así:
El término general es lo predicado y ocupa lo que gramaticalmente se llama posición predicativa; y puede perfectamente tener la forma de un adjetivo o un verbo, igual que la de un sustantivo. Puede incluso considerarse que el verbo es la forma fundamental de predicación, puesto que interviene en ella sin el aparato auxiliar “es” o “es un”.[101]

            Entonces, con la cita aquí explicándolo nos debe quedar claro que la predicación es el término general mencionado. Y no importa qué forma o función presente (sustantivo, adjetivo o verbo), sino que, aparentemente, las tres son partes fundamentales de este concepto y, por igual, son tan útiles como el concepto mismo. Y es que ciertamente cada parte en estas oraciones resulta ser un componente vital para considerarse formalmente una predicación. Lo que puede variar es el espacio temporal de la oración y dónde se inserte, pero invariablemente la predicación está presente en estos términos.
            En este asunto de la construcción del lenguaje, y considerando los ejemplos de “a” y “F”, se nos une a la predicación las herramientas lingüísticas conocidas prefijos. Este elemento sirve para cambiar la categoría de un término: con el prefijo podemos usarlo como verbo, adjetivo o sustantivo. Todo según el orden que presente y hablamos del orden de los términos, no del de tiempo. Más aún la predicación, según nos da a entender Quine, da lugar a la conjugación. El prefijo podría funcionar como un puente donde el orden temporal de los términos varía; su verbalización cambia y puede reacomodarse según la sentencia.
            ¿A qué vamos con esto? La inclusión de los prefijos, sufijos e infijos, en la óptica de Quine, nos explica que la predicación puede ser usada de formas diferentes y que inclusive es influenciada por éstas. Un ejemplo sencillo: Tomamos “al” que, así como está, puede no corresponder a ninguna de las partes ya mencionadas, pero si agregamos la palabra “situación”, entonces dicho término se convierte en un sufijo adjetivista: “situacion-al”. Aquí tenemos, pues, el ejemplo de cómo estas herramientas pueden convertir en sustantivo, adjetivo o verbo la palabra según se trate. Es una forma predicativa analizada.
            Funciona igual con otros términos que, siendo inicialmente adjetivos, pueden convertirse en sustantivos a base de modificar el orden de los prefijos, sufijos o infijos. Repetimos: no son posiciones inamovibles, sino “partes” que se pueden reacomodar según lo que se considere más adecuado. El término “rojo” sirve como ejemplo de esta regla: hay infinidad de maneras en las que se puede adjudicar a una sentencia, a una predicación. La sociedad señala esta variante en el camino del lenguaje.
            Y los tres elementos conviven armónicamente. Es así que podemos encontrar indicios de los tres en prácticamente cualquier término. Según donde se coloquen es el cariz que presentan. Podemos usar el término “esfera” y darle el giro con “esférico” o “esfericidad”. El giro denota una naturaleza abstracta, tema que abordaremos en el siguiente sub-apartado. Mientras que en español el orden puede no representar un problema en la construcción de sentencias y predicaciones, en inglés el orden sí es un poco más restrictivo: es imperativo que el adjetivo preceda al sustantivo para darle coherencia a la oración.
            Y bueno, esto fue un esbozo del asunto de la predicación. En contexto, Quine nos devuelve un momento al tema dicotómico de los términos singulares y los generales y su papel con ésta. Así como pensamos en los términos “rojo” o “agua” como referentes de masa, este término, en la inserción de la predicación, dispone al singular antes del orden temporal y al término general como sucesivo.
            En realidad es simple entenderlo: “Esta cosa es así” (el verbo sucede al sustantivo), pero si dijéramos “Estas cosas son así”, el sentido cambia notablemente. Quine pensó en la masa como un ejemplo donde la oración es insertada en un espacio temporal. ¿A qué nos referimos con la continua mención de este concepto? Refiere a la inserción en un espacio determinado en el tiempo. El espacio temporal está en “es”, como en “esa mancha es agua”. [102]
Como decimos arriba, el prefijo puede contribuir a que “agua” pase de ser sustantivo a adjetivo según el orden en que se escriba, pero se trata de “es” aquello que otorga una dimensión a la sentencia en cuestión. Lo que más nos aqueja es lo referente a la predicación: el uso de términos de masa. Este tipo de términos, expresó Quine, podemos considerarlos ejemplos de términos generales por sí mismos y sin importar si habláramos físicamente de una cosa, no importa, pues indica que mientras se descarte las mínimas porciones involucrada, el carácter general puede permanecer.
            Quine compartió el siguiente ejemplo para ilustrar esta cuestión:
Así por ejemplo, “agua” y “azúcar”, en su papel de términos generales, llegan a aplicarse en principio a una molécula, pero no a átomos; y, en ese mismo papel, “mobiliario” es verdadero de cada elemento del mobiliario del mundo, hasta cada simple silla, pero no de las patas o de los brazos. [103]

            La molécula, en palabras de Quine, viene siendo el término “masa” general y sus composición de átomos las partes a ignorar; en la misma línea de pensamiento se encuentran “mobiliario” como un término general verdadero, e incluso las sillas que lo componen, pero prescindiendo, pues, de las partes de la silla. Parece no importar mucho la composición de la sentencia, pues la masa permanece inalterable e, incluso, al servicio en la construcción progresiva de las predicaciones.
            Con el criterio de masa al frente términos singulares y generales parecen coexistir, siempre y cuando la sustancia permanezca indemne. Conceptos como “agua” se adecuan en ambas categorías, tanto la singular y como la general. Esto se debe a que sabemos que agua es general por su ubicuidad, y sin embargo, si llenamos con ella un vaso posee un carácter temporal de singularidad. El adulto entiende esto mientras el niño está en proceso de.
            El siguiente pasaje aborda otro ángulo del tema:
     Podemos tratar “agua” de este elaborado modo sin atribuir al que lo usa ninguna semántica reflexiva; basta con que su uso de “agua” en posiciones de sujeto sea suficientemente parecido a su uso de “mamá” e “Inés” como para dar razón a nuestra reflexiva semántica. Análogamente puede concebirse el sustantivo de masa “rojo” en posiciones de sujeto como un término singular que nombra la dispersa totalidad de la sustancia roja. Y “color” se convierte así en un término general verdadero de cada una de las varias tonalidades dispersas. [104]

            La cita da el “permiso” que se puede otorgar si consideramos al agua como una “pequeña totalidad” de algo más, un tipo de unidad representativa. Y la verdad es que términos como “Mamá” e “Inés”, entran en la categoría para darle sustento a una reflexión semántica. “Rojo” puede incluirse como un término singular que expresa o señala una totalidad, al menos desde el atributo de “sustancia roja” o “eso rojo”. Y aunque puede ser un término que, en cuestiones físicas, se perciba aislado, no afecta la subsunción que aquí se le permite.
            Por esto, el tratar el elemento de agua como nombre singular de un objeto no nos lleva a poder descartar, no sin llevarnos problemas, los términos generales ni tampoco de la pluralidad de la referencia. ¿A qué vamos con esto? Tomemos nuevamente “Mamá”. Pensemos en ella como un ente particular que conforma su propia totalidad, esto es, las partes que la constituyen: brazos, piernas, ojos. Como con agua o el ejemplo de manzana, estamos ante un caso donde una totalidad puede abarcar sin problemas partes menores sucesivas sin que éstas sean descartadas de ante mano.
            “Mamá” es un buen ejemplo de un “objeto íntegro” no disperso. Mientras que decir “brazos”, “piernas” u “ojos” vienen siendo partes múltiples del objeto en cuestión pero no necesariamente referencias suyas. El “brazo” puede ser un ejemplo de dispersión de mamá, pero si dijéramos “El pollo escasea”, hablamos de un término singular que nombra un objeto disperso en todo el planeta. La dispersión (brazos, piernas) no es sinónima de multiplicidad (pedazo de pollo). Esta situación, ya expuesta, promueve el acercamiento de la categoría de términos generales al de los singulares.
            A estas alturas, el aprendizaje del niño con la referencia presenta un carácter evolutivo considerable, pues la clave aquí está en la diversificación de masas. Algo importante de destacar es que la utilidad principal de términos generales consiste en términos singulares capaces de crear pronombres: “ese”, “este”, “aquel”.[105] En este rango de términos, la economía[106]se convierte en un notable esfuerzo en la distinción de los mismos y sus diversas clasificaciones.
            Y más porque esta economía debe estar orientada a promover la eficiencia en la calidad de la referencia; es decir, si con dicha economía podemos por ejemplo decir “esta manzana” aun cuando no sea algo único y no estemos adjudicándole al término y al objeto una singularidad especial, impulsamos, al niño por ejemplo, a usar el término al objeto o porción de totalidad demostrada y expuesta.
            Y dicha economía nos insta a usar el tipo de términos que anuncian una división en la referencia en la categoría de los generales. Quine habló de los términos generales así:
Un término general impone una división de la referencia que, una vez dominada, puede aprovecharse indefinidamente en casos particulares para fijar el ámbito de aplicación deseado de términos singulares. “Esto es el Nilo”, usado con un gesto acompañante, pero sin el término general “río”, puede quedar mal construido, entenderse, por ejemplo, como significativo de una curva del río; en cambio, “Este río es el Nilo” deja claro el asunto.[107]

            Entonces, aquí Quine podría decirnos que la división en la referencia le permite a un término general tener un mejor dominio, y aprovechamiento, de los casos particulares a los que apela y, por ende, de los términos singulares. Como ejemplo, el autor brindó el caso del Nilo, expresando que no es completamente semejante decir “Nilo” que si con un pronombre demostrativo dijera “Este río es el Nilo”, pues ya con diría que adjudicación es clara y no permite dudas.
            Quine se desvió un poco hacia la reflexión de “este”, pues incluso hoy día sabemos que no es precisamente lo mismo decir “este” que “éste”. La gramática común no distinguiría divergencias, pero la diferencia radica en el acento (conocido como grafía). Según Quine, si el objeto contrasta con el resto de la oración, todo factor involucrado dejará de servir. Es debido a esto que el pronombre (éste) adquiere un valor compensable para situaciones así donde la identificación cobra importancia.
            No obstante, sin el acento podemos hacer uso del pronominal en ámbitos donde el término singular tenga cabida. Es así que decir “este azúcar” o “esta agua” suena plausible y lógico, sin que contraste con ninguna otra parte de la referencia o de la sentencia. Con el pronombre a la vista, términos como “agua” pueden ser considerados singulares o generales según el entorno donde se hallen.
            Por cuestiones básicas de aprendizaje, en su proceso el niño pone especial énfasis y cuidado, sin tenerlo completamente consciente, en los pronombres como apoyo referencial, ya que acorde con la firmeza de la referencia es que él puede acoplarse a la norma que le señale el uso correcto de esta clase de términos. Aquí lo más interesante sería la forma como los aprende; podría recurrir a métodos diversos para entender las referencias y un ejemplo sería: puede cambiar de lugar la referencia acorde al contexto o el entorno donde esté usando la palabra en cuestión.
            Entonces, con estas reflexiones podemos decir que probablemente no todo pronombre demostrativo hace referencia a algo único, exclusivo: esa labor le corresponde al nombre propio por excelencia. Así, sin problemas podemos enunciar “Este es el río Nilo”.[108] Entonces, haciendo un conteo, digamos, de la diferencia entre términos generales y términos singulares, el panorama luce así: “balón rojo” suena general porque no tiene una referencia específica, sino que su aparente multiplicidad le otorga la ubicuidad de infinidad de tipos de masa; si dijéramos “este balón rojo” ya estamos hablando de un término singular con una clara referencia.
            Está en el pequeño la capacidad (en desarrollo) de poder reconocer entidades generales y particulares, poder distinguir objetos semejantes dispuestos en lugares distintos y comprender, a su vez, la totalidad incluida en ellos. Ahora bien, es justo el contexto el que más favorecerá al niño en la dominación de estos elementos. Quine lo señaló así:
            “Muchas veces el término general que sigue a este” o ese” basta, junto con las circunstancias del uso, para dirigir la atención, sin necesidad de gesto alguno, hacia el objeto mentado.”[109] Esta breve cita indica que la forma como empleamos los términos, puede ofrecerle una pauta, una guía sólida al niño en el entendimiento del objeto aludido. Y eso es importante porque, el que el pequeño logre entender la naturaleza de las referencias, constituye un avance en su comprensión acerca del lenguaje y cómo éste opera en la sociedad.
            Así como con “éste” (acento incluido), si la palabra careciera de un objeto referido, sería vacua. Algo semejante ocurre con “el” (sin acento); si le agregamos “hombre” o “mujer”, le damos sustancia y una posible referencia. Estos términos atribuidos dimensionan el pronombre, le dan forma. Y tales descripciones pueden ser abreviadas con otros métodos, como los acentos en las mismas palabras: “él”, “ella” o “ello”. Y se abrevian porque es una forma de economizar la referencia del término en la predicación que se utiliza. ¿Sería entonces un pronombre una descripción singular? Sí, y el antecedente de respaldo se encuentra en el término que alude al objeto, suponiendo que lo haya.
            Así como en las oraciones que la sociedad designa, donde tenemos la sustancia y el atributo, el niño continúa en proceso de distinguir ambos sin llegar a mezclarlos, aunque probablemente los confunda como parte de su entendimiento. Tenemos claro que en inglés tanto sustancia como atributo siguen un orden distinto al castellano, por eso en inglés da la apariencia de que la sustancia funge como atributo y no como la cosa mentada. La predicación se puede distinguir, por ejemplo, en “la atención es fingida”[110], donde resulta genuina a ojos del observador.
            Ahora bien, en vista de que ya hablamos con mayor o menor detalle acerca de la predicación, es conveniente detenernos en otro elemento de considerable importancia: la identidad. Ésta se ve plasmada en los usos que se muestran en ejemplos como “es el mismo objeto que”[111], y en matemáticas, conviene mencionarlo, esto se puede expresar con el famoso símbolo “=”, donde se expresa, comúnmente, una igualdad de identidad y simultáneamente, precisión y claridad con lo que buscamos expresar.
            El signo (=), aunque efectivamente expresa igualdad e identidad, también es, por otro lado, un signo de relatividad, pues su valor depende del contexto o las entidades con las cuales se utilice. Y no sólo eso, sino que hasta podría considerarse un verbo transitivo al depender del término que le siga. Ahí radica parte de su valor. Y como tal, entendemos que une términos entre sí. Ésa es la función.
            Si dicha identidad habla de un solo objeto en cada término aplicado, entonces la sentencia en cuestión será verdadera al presentar un equilibrio en los términos al procurar referir a ese objeto. También es importante añadir que, según Quine, la identidad está ligada a la referencia, al menos en su proceso de división. ¿Por qué? La división aquí establece los parámetros con los que la identidad jugará en cuanto a los objetos se refiere. Quine lo manejó así:
Puede decirse que el niño conoce los términos generales cuando ha dominado esta manera de hablar de lo mismo y de lo otro. Si no es así, la identidad, a la inversa, carece de interés. Podemos quizás imaginar las locuciones “Esto es mamá” o “Esto es agua” antes de aparecer los términos generales, y admitir que ese “es” es “=”; pero se tratará de una reflexión retrospectiva. Si no es teniendo en cuenta la referencia dividida de posibles términos generales, “Esto es mamá” y “Esto es agua” deben entenderse mejor como “Mamá aquí”, “Agua aquí”.[112]

            La cita primero hace alusión al dominio del pequeño con el lenguaje acorde a las reglas que la sociedad le inculta, entonces podemos hablar de un avance y, quizá, de un progreso en sus métodos. Después de eso introduce el dilema de que, si no fuera así, la identidad de términos no tendría sentido ni valor alguno. Un poco más adelante la cita sugiere que el nombre establece una conexión de igualdad con el objeto al que refiere (término “agua” con objeto agua y término “Mamá” con objeto Mamá). Entonces reflexionamos correctamente el término.
            Si con la herramienta de identidad propiamente dicha y el momento adecuado para usarla, más la referencia dividida en ambos objetos, cabe la posibilidad de que la identidad no propicie nada positivo para el niño. Para que esto se pueda dar, es indispensable que la condición y estímulo de términos sea distinta, no equiparable, y así la identidad tenga un adecuado campo de acción con los términos y los objetos; es decir, con la inclusión de términos singulares.
            Quine señaló que, aunque lo aparenta, el concepto de identidad puede no ser del todo claro y para atender a ello, recurre al ejemplo dado por Heráclito con su famoso adagio de que una persona no puede bañarse dos veces en el mismo río debido al constante fluir de las aguas. De acuerdo con Quine, este dilema se resuelve con el principio de división de la referencia y la consideración al término general de “río”. Aunque hablemos de dos acciones en un mismo sitio, debemos considerar a su vez la estadía temporal de río y el agua, como unidad totalitaria, que divide ambos segmentos referenciales; ese río es el mismo y a la vez no lo es.
            Para complicar las cosas con el concepto que ahora reflexionamos (identidad), Hume dijo: “Hablando propiamente no podemos decir que un objeto es el mismo que él mismo, salvo que queramos decir que el objeto existente en un tiempo es el mismo que el mismo existente en otro tiempo”.[113] Y parece confuso, pero resulta detalladamente claro: el río transcurre y podemos pensar que por más movimiento que produzca, seguirá siendo el mismo sin importar adónde conduzca. A no ser que el río Nilo, como ejemplo, sea el mismo que el de Janeiro, acorde a la cita de Hume, ambos ríos no son ni remotamente semejantes.
            Dicho eso, el proceso de igualdad por identidad queda descartado. Si las sentencias de identidad se apoyan únicamente de términos simples sin los objetos aludidos, no tiene caso establecer la conexión. No obstante, Quine señaló una adición por parte de Hume y es que si la identidad se muestra como un reflejo de la entidad consigo misma, entonces no sirve de nada en tanto que no guarda una relación certera y su concepto de existencia quedaría confuso.
            Como en un esquema tradicional filosófico, Quine destacó que dicha dificultad es una señal de la confusión que puede surgir entre el signo y el objeto aludido, y eso ofrece un carácter convencional al signo de identidad. Una opinión alterna surgió y fue de parte de Leibniz, quien opinó que la identidad no es otra cosa que una relación entre los signos, quitando de en medio al objeto mismo. Con esto hemos de admitir que el problema de identidad ofrece un cariz relativo.
            Quine vio varios argumentos que no ofrecieron una sólida respuesta al problema de identidad. Visto así, agregó a la situación:
El expediente de la identidad se combina con el de los términos singulares indeterminados para producir los equivalentes de una gran cantidad de locuciones útiles y familiares. Tomemos “Isabel no ama más que a Jorge”. Esto equivale a una identidad que presente en un lado el termino singular determinado “Jorge” y en el otro el término singular indeterminado “cualquier persona amada por Isabel”. A su vez, este término singular indeterminado está formado mediante la aplicación de la partícula indeterminada “cualquier” al término general “persona amada por Isabel”.[114]

            Y de esta situación podemos sacar que todo lo relacionado con la identidad se une a los términos singulares indeterminados (ese, una, uno, unos…) con el fin de generar sus equivalentes en infinidad de predicaciones y sentencias relativas o de mayor nivel. Con el ejemplo de la cita estamos ante un caso de identidad directo expresado en Jorge, pero también encuentra una referencia implícita, una persona que no es mencionada en el ejemplo. Lo indeterminado, como vemos, está dirigido a aquello que no es explícito. Por lo tanto, la identidad se apoya de lo que sí es claro entre ella y el objeto al que se alude.
3.1.3
Los términos abstractos
Dichos términos, de carácter singular, pretenden considerarse nombres de cualidades o atributos. Es aquí donde parece que Quine pausó su discurso, pues señaló que antes de ver cómo funcionan estos términos, es preciso entenderlos.
            Quine nos señaló en este punto de su recorrido que le damos una importancia muy somera tanto a los sustantivos, los adjetivos como a los verbos; la diferencia con el término de arriba (redondez), se halla en “cosa redonda”, “redondez” y “es redondo”. El trío de elementos retomados se ven expresados en estos ejemplos; con ello es suficiente para percatarnos de que difieren unos de otros. Quine sostuvo varias veces que la construcción básica entre términos singulares y generales radicaba en la predicación que se hacía.
            “Redondez” y derivados fungen como adjetivos siempre acorde a la naturaleza de la predicación. Es forzoso que se den términos abstractos singulares para que haya espacio de término generales abstractos; dos ejemplos pueden ser “virtud” y “raro”. Un ejemplo intermedio podría ser “la humildad es un virtud” o “la humildad es rara”. Si le incluimos la relatividad a los términos abstractos, sin importar si son singulares o generales, caeremos en un extremismo porque es complejizar algo que aún tratamos de entender. La adjudicación sería un ejemplo del extremismo que enunciamos.
            “Tiene humildad” o “tiene redondez”. El extremismo podría radicar en que la predicación se siente vacía; necesita aportaciones de los términos abstractos generales para obtener un sentido. Los términos abstractos, singulares o generales, tienen influencia en la predicación de entidades. Como ejemplos sencillos de su intervención están “ello” y “lo”. Sin embargo, para no hacer parecer este camino como intrincado, es indispensable señalar que la predicación forma parte de un entrelazado donde interviene la palabra ya sea en modalidad general como singular.
            Y la abstracción encontrada en “rara virtud” dice algo, y su ambigüedad puede estar refiriendo tanto a algo singular como plural por igual. Ante esta falta de una referencia más clara, como señaló Quine, no nos queda de otra más que atribuir la predicación a un término general abstracto y reconocer la sentencia con esa naturaleza y con un objeto, desde luego, abstracto. [115]
            Quine no pareció estar muy tranquilo ante el hecho de que tener que reconocer términos abstractos (generales o singulares) sin un objeto físico de por medio, pero el pensar que son meros usos lingüísticos, plagado de un entorno de entidades referidas, pareció apaciguar el dilema. Quine compartió al respecto del tema lo siguiente:
En realidad, toda persona, interesada o no por la cuestión de objetos abstractos, tiene que interesarse  necesariamente por algunas de las implicaciones existenciales de algunos cuerpos de discurso; por tanto, al menos algunos giros lingüísticos ostensiblemente referenciales tienen que tomarse hipotéticamente con el valor que pretenden tener a primera vista; hay que hacer eso ya para dar un primer paso para poder trazar alguna vez fronteras entre lo que hay que admitir, según ese pretenso inicial valor, y lo que debe rechazarse.[116]

                Si una persona se muestra interesada por este asunto de los objetos y términos abstractos, forzosamente debe endilgarle su importancia necesaria a la existencia que éstos suponen. Si son abstractos ¿qué tipo de existencia es? Habría que analizarlo; los giros que el lenguaje presenta en sus referencias deben ser sometidos a prueba, pues no es algo que deba darse por sentado, no obstante, parece ser que gozan de un valor y habría que definir cuál es. Eso o rechazarlo categóricamente.
            Sin embargo, la aparición entre ambos tipos de términos abstractos es, según vio Quine, ineludible. Más aún nos dice que la unión, incluso dentro de esquemas sistemáticos, conectados a los ya mencionados pronombres, artículos y otros casos, es simplemente de facto. Dicho esto, ya que más o menos rascamos su superficie queda preguntar ¿cómo funcionan?
            Los términos abstractos, de inicio, funcionan con los ya conocidos términos de masa. Éstos pueden aprenderse y retomamos un ejemplo clásicos de los mismos: Mamá. La entendemos como una cosa entera ubicada en un espacio y tiempo específicos, pero continuos. Esta situación, nos advirtió el autor, no se da en ningún otro objeto. El término de masa posee un carácter universal sobre el aprendizaje del pequeño, que está en proceso de dominar los términos singulares para, eventualmente, hacer lo mismo con los generales.
            La idea de “rojo” representa un recurso sencillo como término abstracto de transición a su entendimiento. El que el pequeño vea en esa palabra un ejemplo de esta categoría lo ayudará a entender mejor cómo se compone. Y si ve “rojo” de fruta como un “rojo” de pintura, entenderá los diferentes modos de abstracción que existen en los objetos. Quizá no sean significaciones profundas para él, pero en cuanto a unidad de masa, la claridad ha tenido lugar en su comprensión.[117] De consuno con el ejemplo de la virtud, Quine expuso esta idea:
Uno puede decidirse a eliminar todos esos objetos abstractos, y hay laudables motivos científicos para hacerlo. Se puede empezar por explicar “La humildad es una virtud” y “El rojo es un signo de madurez” eliminándoles como modos desviados de decir de concretas personas modestas y de concretos frutos rojos que son virtuosos o que están maduros. Pero ese programa no puede llevarse muy adelante sin dificultades. ¿Qué decir de “La humildad es rara”?
           
Según Quine, estos términos abstractos resultan vacíos al no tener un sustento físico claro, un fundamento adecuado en la abstracción por sí. Quine adujo que las ideas que tales términos abstractos encierran tienen una sencilla explicación concreta, por ende, si se trata de mantenerlos en el nivel abstracto, pierden sentido. Y a nivel científico, expuso, la situación en que se hallan es incluso peor. Porque si hay maneras más simples de decir lo que estos términos abstractos refieren ¿para qué conservarlos como abstractos?
Lo abstracto sin masa no presenta un porqué, afirmó Quine. De modo que si a alguno de los ejemplos de arriba, le agregamos un objeto físico como “Las personas humildes son virtuosas”, ya hay un base en tal formulación. Una vez que empecemos a admitir objetos abstractos, bajo la óptica de Quine, el asunto no tocará fondo en un buen tiempo. Estos que aparentemente consideramos, de algún modo, atributos de cosas o masas son, en última instancia, clases, funciones o números de otras cosas. La subsunción entre unas y otras puede darse, la posibilidad está, pero Quine sostuvo que este proceso no es más que continuos ajustes en el campo científico.
Por tanto, será bueno distinguir los términos singulares abstractos de los términos generales concretos mediante un uso coherente de los sufijos de abstracción, por lo menos en contextos de análisis filosófico, y pese al hecho de que el origen de los términos singulares abstractos se debió probablemente a la falta de un signo distintivo.[118]

            Y en conclusión a los términos abstractos, Quine sugirió que es importante distinguir tanto los singulares como los generales, siempre al margen de cierta congruencia con el dónde se aplican sumado al cómo se aplican. Su origen podría deberse, en gran medida, a la ausencia de signos que los respalden, signos que hagan de intermediarios entre ellos y los objetos en cuestión.


3.2 La indeterminación de la traducción
La traducción radical
El presente tema en cuestión es importante abarcarlo porque procura analizar y responder una de las interrogantes que planteamos al inicio[119] y que es importante para fundamentar y contextualizar la premisa central de nuestro discurso: el lenguaje como un arte social. Si todo va acorde al uso y la referencia ¿en qué consiste el significado? ¿Puede realmente haber una traducción?
Así como la sociedad lo fue entendiendo, el pequeño está también en proceso de entender el lenguaje del modo que ésta lo conforma. Así como las predicaciones, tenemos las sentencias y, posteriormente, las oraciones, que estimulan al infante a seguir construyendo su propio idioma, mucho en base a su campo visual y las herramientas con las que cuenta, ya sea ese objeto externo persistente y entero (Mamá-Papá) o bien objetos diferentes, un vaso con agua, una mesa, una silla o cualquier otro objeto.
            Con la experiencia (error) y la pauta de los padres en el papel social de jerarquía, el niño paulatinamente asocia términos entre sí; de forma auditiva y/o visual, presta además especial atención a las referencias que le sirven de guía en estas construcciones, pistas como la voz de su madre, quizá su aroma, o simplemente su silueta. Éstos son factores que contribuyen a su desarrollo. Entre asociaciones y estímulos, el pequeño comienza a formar un patrón reconocible a ojos de sus padres, un patrón que con el tiempo adquirirá un sentido y las modificaciones necesarias para adquirir el mensaje que necesita.
            Aquí traemos a colación nuevamente las estimulaciones verbales y no verbales, aquel estado del niño en su aprendizaje de términos que responden a una función específica según como se empleen. La importancia ahora gira en torno a ellas. Dedicaremos este espacio a reflexionar qué tanto del lenguaje puede o no adquirir un sentido a base de las estimulaciones y de qué forma es esto viable.
            Para  arrancar, esta ocasión contaremos con un ejemplo particular: imaginemos dos hombres muy semejantes, ambos poseen disposiciones idénticas acerca de cómo expresarse y cómo recibir el lenguaje. El hecho de que ambos sean idénticos y aun así perciban distintamente las cosas puede ser señal de la diferencia en sus conceptos lingüísticos, de cómo el lenguaje se da de una manera única y distinta entre ellos.
            Si a nivel general sus disposiciones no presentan diferencias, al final no hubo ninguna. ¿Tiene eso sentido ante la afirmación de que sus conocimientos lingüísticos difieren? No del todo. Quine se preguntó, en este sentido, si es posible cambiar el orden de las disposiciones lingüísticas con que están provistos ambos individuos, ya que, siendo así, podría entonces haber una diferencia o hallaríamos una respuesta base a esta cuestión. Quine continúa su análisis estableciendo una de dos hipótesis:
a)      Se mantenga invariante la totalidad de las disposiciones del individuo por lo que respecta al comportamiento real y,
b)      La proyección no sea una mera correlación de sentencias con otras equivalentes en ningún sentido plausible de equivalencia, por laxo que sea.
Ante estas opciones, Quine observó la posibilidad de que infinidad de sentencias puedan irse en diversos caminos sin más preámbulos. Sus cambios se reflejan en el sistema, que es donde finalmente encontrarán un equilibrio. Esto con el fin de que el esquema de asociaciones permanezca y con la estimulación, no verbal claro, como modo de percepción.
La idea, expresó Quine, es que la sentencia posea vínculos sólidos que, en consonancia con la estimulación no verbal, resulten eficaces para evitar disensiones en el relato lingüístico. Si la premisa la trasladamos al contexto de la traducción, su abstracción quedará reducida. Quine expuso su análisis sin rodeos: él consideró posible crear guías lingüísticas, recurriendo a diferentes modos, para la totalidad de disposiciones verbales y sin ser compatibles entre ellos.
Constante en su propuesta, Quine pensó el lenguaje como ese conjunto total de disposiciones, ese cariz donde para él el lenguaje es un cuerpo entero, jamás como partes separadas; y es algo adecuado: si el lenguaje es un arte social, debe funcionar como un todo orgánico, no como algo desintegrado que no resuelva ni ofrezca algo sólido. Esas guías, o manuales en palabras de Quine, no siempre coincidirán y sus puntos de disensión son:
a)      La traducción de una sentencia en el lenguaje no será compatible con otra en igualdad de contextos.
b)      Entre más firmes sean los vínculos de una sentencia, con estimulación no verbal, menos disparidad habrá.
Analizamos el problema de la traducción siguiendo ambas líneas. Quine aquí anunció: consideraremos, a partir de aquí, al lenguaje como un conjunto de disposiciones[120] respecto del comportamiento no verbal, complejo, en el que dos hablantes interactúan pero cuyas disposiciones no siempre coinciden. Para ilustrar esto, Quine brindó un ejemplo:
La sentencia “Ese hombre tira bien”, dicha señalando a un hombre desarmado, tiene como estimulación actual la visión del rostro, conocido, del hombre señalado. La estimulación pasada que contribuye en ese momento al resultado contiene anteriores observaciones de tiros de aquel hombre y remotos episodios que entrenaron al hablante en el uso de las palabras relevantes.[121]
           
            Las palabras o términos que se usan para referirse al hombre que tira con gracia, con acierto, en general tienen su influencia en términos previos. Del mismo modo que el pequeño que construye su lenguaje cuenta con un rudimentario bagaje de términos que le sirven para comprobar que va por buen camino, lo mismo pasa aquí con este individuo o incluso los sujetos que comparten su lenguaje, hay una predisposición o tendencia a recurrir a lo que tenemos para seguir construyendo sentencias ocasionales. Sólo de ese modo es probable construir algo sólido.
            Pero como Quine señaló poco después, de momento es pertinente analizar el comportamiento verbal y sus conexiones, siempre al pendiente de la estimulación. Si se condiciona al hombre a disponer del lenguaje (en este caso sentencias o predicaciones) del modo en que lo ha venido haciendo previamente, es lógico pensar que su siguiente respuesta remita a estímulos precedentes que hablen de su experiencia y guía anteriores.
            El lenguaje, entonces, presenta altibajos en quien lo usa. No hay establecimiento futuro, sino guía previa, y en eso una línea que divida la disposición presente con la adquisición obtenida. La regulación de estímulos, de longitudes aquí Quine la llamó módulo de estimulación, al servir como un criterio práctico de trabajo.
            La actividad del lingüista, por ejemplo, en el caso de los nativos y turistas al momento de “gavagai”, permite al especialista percatarse de que son momentos únicos donde el lenguaje se muestra sin una traducción a primera vista. El nativo sabe que el término apenas pronunciado le es ajeno al turista al momento de que éste intente adecuarlo a su discurso, y que puede embonar en su propio bagaje lingüístico si logra entenderlo. El que el turista llegué a traducirlo, suponiendo que lo logre, habla de una re-estructuración, de una re-construcción, de una re-composición del lenguaje, teniendo como base lo que ya se interpretó y añadiendo lo del momento.
            El lingüista considera, para el proceso, dos factores importantes: el lenguaje corporal del hablante y el sonido que emplea para enunciar sus palabras. Con estas pruebas, el lingüista puede interpretar significaciones, siempre al tanto de cómo emplee el otro individuo los términos que usa. Al igual que las significaciones, el lingüista que estudia al hablante, contempla la posibilidad de unirse términos semejantes o que guarden alguna clase de relación, la estimulación no verbal (o visual) que los haga surgir.
            “La traducción entre lenguajes no relacionados lingüísticamente, como el húngaro y el inglés, por ejemplo, puede contar también con la ayuda de correspondencias tradicionales cristalizadas al paso de una cultura compartida por ambas lenguas”.[122] La cita podría indicarnos que cuando dos lenguas no poseen punto alguno de unión o semejanza, siempre pueden recurrir a la tradición, a la cultura o al hábito que las representa como un intento de conciliación. Como cuando el lingüista interpreta a su hablante, cabe la posibilidad de que éste no emplee términos ni remotamente semejantes. Acude, pues, a sus tradiciones generales para darse una idea de lo que intentan decirle.
Pero, según el tema que ahora nos concierne ¿qué es la traducción radical? “la traducción del lenguaje de un pueblo al que se llega por primera vez”[123] Con todo lo que hemos analizado, yo preguntaría ¿realmente puede darse esta clase de traducción? ¿Es viable? Con su concepto definido, el autor contextualmente señala que semejante alternativa, con carácter extremo, nunca es usada, pero que con la práctica, es alcanzable.
Más aún, si las pistas lingüísticas o el presupuesto en sí es escaso, se contempla la opción de recurrir a la herramienta; es decir, si no hay muchos términos para analizar y con los cuales comenzar a estudiar lo que el otro nos dice, la traducción radical podría serle de interés al que estudia el tema.  La idea de traducción radical resulta sugerente para medidas extremas de comunicación.
            Y la razón de abordar este concepto quineano tan tarde es por una sencilla razón: el ejemplo de “gavagai” es una muestra de traducción radical. Los turistas no tienen herramienta alguna para entender al grupo de nativos que se acaban de encontrar, pasa un animal (conejo, liebre, cachorro, etc.) y al instante pronuncian “gavagai”. Esta rápida formulación fuerza a los extranjeros a tratar de darle un sentido y claridad a la emisión. No tienen absolutamente ninguna idea de qué es lo que los nativos dijeron, por lo que, posiblemente, recurran a su sentido común y propongan una serie de opciones que resulten lógicas y viables para entender el término. Es así que surge “conejo”, “paso de conejo”, “estado de conejo”, entre otros posibles ejemplos.
            El famoso ejemplo de carácter social propuesto por Quine fue siempre una muestra de esta definición. Al no tener las herramientas de traducción apropiadas, comienzan a especular y entonces, con la aparición del animal, surge ese nivel de traducción. Esto podemos entenderlo teóricamente, pero en el sentido práctico, probablemente les lleve más tiempo e incluso, con práctica, logren dar con el término adecuado, todo considerando que no hay intérpretes a los cuales acudir.
3.2.2.
El carácter de la observacionalidad
Como en un ensayo de “acierto-error” el lingüista permanece al pendiente del nativo en la formulación de las sentencias que expresa. Sabe que no puede proporcionar simples “pistas” y que, por el contrario, debe suministrarle a su hablante alternativas lingüísticas sólidas o al menos esperar a tenerlas. Así, de alguna forma la construcción de un lenguaje traducido con sentido dependerá de su capacidad.
            Con el fin de llegar a respuestas suficientemente sólidas para considerarse ejemplos lingüísticos asertivos, el lingüista debe arriesgarse, parcialmente, y buscar asociaciones de sentencias entre las formulaciones del indígena. El apoyo lo encuentra, eventualmente, en las estimulaciones que realiza el nativo y la forma como las emplea. Si bien el procedimiento puede resultar exhausto, los paulatinos asentimientos serenos del indígena serán la guía en la formulación de las sentencias correctamente construidas.
            No es algo definitivo, el lingüista lo sabe, pero de menos es un camino por el cual comenzar. Esto nos lleva a lo que finalmente abordaremos como el carácter de la observacionalidad. Y con ello continuamos en la ejemplificación de sentencias como “¿Gavagai?”, “Rojo”, “Choca” que contribuyen a la afirmación o negación del lenguaje en cuestión. Como con esta clase de sentencias, hay predicaciones u oraciones que pueden compartir el mismo asentimiento. Un ejemplo es: “Hay corriente de éter”.[124]
            Sin embargo, el presente ejemplo es muestra de un tipo de sentencia diferente al que hemos visto hasta ahora, sería una especie de sentencia sólida, fija que va a la par con las estimulaciones visuales avanzadas en que se encuentra el lingüista. Y es que, de consuno con el carácter y la traducción radical, la íntima unión se extiende a la significación estimulativa¸ donde indígena y lingüista se complementan para entre asentimientos y negaciones, un patrón hipotético de respuesta se forma y ayuda al lingüista en su camino a la traducción de la sentencia.
            Quine señaló: “Pues la significación estimulativa de una sentencia ocasional es por definición la entera batería de disposiciones actuales, presentes en el indígena por las cuales asentirá o discrepará de la sentencia”,[125] la significación estimulativa podría considerarse la reserva de opciones a utilizar en la búsqueda por encontrar los términos necesarios que respondan a las sentencias ocasionales que se van presentando.
            El lingüista trabaja con meras aproximaciones de las significaciones ante las constantes emisiones del nativo. Pero avanzando un poco más ¿qué es ese carácter de observacionalidad que tanto nos hemos dispuesto a analizar y qué relación mantiene aquí? La presente cita de Quine nos lleva de mano con una perspectiva importante al llegar a ese carácter:

Algunas significaciones estimulativas son menos sensibles que otras a las influencias de información intrusiva. Desde este punto de vista hay una diferencia importante entre “Rojo” y “Conejo”, incluso cuando “Rojo” se toma como “Conejo”, o sea, para anunciar no un dato sensible fugaz, sino un rasgo objetivo duradero del objeto físico.[126]
           
            Con la cita como una muestra previa, podemos ver que la estimulación, ocasional o fija, está ligada a las impresiones halladas en las sentencias. Según Quine, hay una diferencia entre “Rojo” y “Conejo” cuando de anunciar un atributo específico en un objeto se trata. Puede haber asentimiento o discrepancia, son posibilidades y el lingüista no las descarta sino que las contempla como parte del proceso de construcción del lenguaje que debe transmitir correctamente.
            Si retomamos a la ecuación la palabra “soltero”, su correspondiente significación estimulativa poco puede considerarse como tal, y esto se debe mayormente a que la sensibilidad, requerida para pensar y construir mentalmente lo que el término es, resulta imposible en contexto y experiencia. A menos que hubiera referencias claras que conduzcan a ello, dicha intención resultará inútil. La significación estimulativa se apoya, gradualmente, de las sentencias ocasionales. Hay otro nombre para ellas y es sentencias observacionales.
            Las significaciones, a este respecto, siempre están al tanto del acontecimiento tanto de las estimulaciones como de su carácter de sentencia; “Rojo” se presenta como un ejemplo de esta cuestión. Es por esto que el carácter (o grado) de observacionalidad permanece al pendiente de la naturaleza de la sentencia, como un modo de regular con mayor precisión la significación estimulativa.  Quine añadió:
La noción de observacionalidad es relativa al módulo de estimulación. La cosa no puede sorprender, puesto que la noción de significación estimulativa es relativa a la de módulo, igual que la distinción misma entre formación de hábito y hábito formado. La observacionalidad aumenta con el módulo de la manera siguiente. Un caso típico de discrepancia entre significaciones estimulativas de “Gavagai” para dos indígenas es aquel en el cual uno de los indígenas, y no el otro, acaba de ver conejos cerca del lugar que están contemplando ahora.[127]

                A la par de lo establecido por la cita, el carácter y noción de observacionalidad siempre depende, en mayor o menor alcance, a la estimulación por sí. Para Quine esto no es ninguna sorpresa. La forma como se comprende el término varía, al igual que con los elementos de sustantivo, verbo y adjetivo[128] estamos ante caso de conjugación donde el sentido de lo que se expresa cambia acorde al contexto. Puede que la verbalización aquí no presente mucha diferencia, pero sí lo hará el modo como enunciemos la sentencia.
            Es gracias a ese carácter que lo que se dice proviene de un contexto previo, junto con una estimulación presente. El lenguaje, entonces, se convierte en un arte social donde la significación estimulativa y el carácter de observación que se efectúa tienen presencia aquí. La última idea de la presente cita señala que una estimulación puede divergir según de quien provenga. Si pasa un conejo y uno de dos indígenas formula “Gavagai” pero el otro permanece callado ¿cómo estar seguros de qué significa el término?
            La circunstancia provee las bases hipotéticas para que el término que el lingüista busca le sea asequible o al menos no tan difícil de entender. El lenguaje, como hemos dichos en varias ocasiones y en los ejemplos, es una disposición social inculcada como un todo, ya sea en su base con el término o el conjunto de enunciaciones, donde las sentencias presentan un carácter uniforme según su desarrollo. Es así que el concepto de traducción deja de ser fijo y adquiere un carácter relativo, de consuno con la forma como la sociedad dispone el lenguaje en general.
Conclusión
Con este capítulo titulado “el lenguaje como un arte social” la intención ha sido exponer los argumentos por los cuales Quine consideró que la naturaleza del lenguaje posee un carácter social desde su raíz. Pasando por cómo el pequeño aprende el lenguaje mediante breves constructos sociales, que inician separados pero terminan unidos por la evidencia, desembocamos en el papel de la sociedad representado en la guía de la mamá que educa a su niño en cómo emitir palabras.
            Hicimos especial énfasis en el detalle de que la construcción del pequeño es veloz a medida que su campo visual de los objetos se afirma con el paso del tiempo. Aquí el aprendizaje es constante, pues para él el mundo es un todo que debe ser explicado en principio por sentencias ocasionales para que, al unirlas formen un sentido que dé estructura coherente al todo que resulta ser el lenguaje. Seguido de ellos abordamos el asunto de cómo su estímulo visual contribuye a las predicaciones que formula y la manera en que las asocia con los objetos en cuestión.
            En general, el capítulo se centró a detalle en la importancia que la sociedad tiene como guía del lenguaje, porque el cómo decimos algo suele tener más importancia que lo que decimos. Y el contexto tiene mucha influencia aquí. La hipótesis de la traducción de un término, siendo que éste comienza siendo ambiguo y el propósito es aclararlo, resulta interesante para comprender que un término, una palabra, puede tomar diversas direcciones camino a la significación.
            Los sustantivos, los adjetivos, los verbos, predicados, todos son principales ángulos de la gramática en general, la cual está en constante desarrollo, porque si ésta se basa en disposiciones sociales, nunca tendrá un carácter fijo general, sino que, por el contrario, estará en constante fluctuación y cambio. Exponer eso ha sido la intención en este capítulo, por eso la propuesta de Quine de que el lenguaje es un arte social es indispensable como óptica, al ser una perspectiva filosófica que promueve el desarrollo de la comunicación, del análisis en nuestra forma de comunicar ideas, porque en parte, contribuye a que no perdamos de vista ¿en qué consiste el significado?, así no tenemos razones para descartar que los esfuerzos de Quine por hacernos ver el lenguaje como un constructo social son vitales y actuales.


CONCLUSIÓN GENERAL
La tesis de este ensayo ha sido exponer al lenguaje como un conjunto de disposiciones socialmente inculcadas. Ésta fue la premisa central, pero de ahí la fuimos desglosando, siendo así que en el capítulo uno tratamos la situación siguiente: ¿Qué son los dogmas del empirismo y por qué deben ser eliminados para entender mejor el funcionamiento del lenguaje? Esto nos condujo, primeramente, a que las formas lingüísticas tienen significación, lo que nos condujo a la significación y, de paso, a la sinonimia.
Como parte del problema en su momento, hablar de la sinonimia nos llevó a enfrentar el concepto de definición; posteriormente descubrimos, según Quine nos llevó a analizar, que la sinonimia sustenta la analiticidad, de modo que podemos hallarla en los enunciados analíticos, pero entonces el autor nos invitó a cuestionar: ¿Qué le confiere analiticidad a los enunciados analíticos?
            El profundizar en ellos nos condujo, invariablemente, al concepto carnapiano llamado descripciones de estado, donde de paso nos topamos con la abreviación, que en Quine pasó a obtener el sentido de que es una notación que se convierte en sinónimo del primer término con el que se asocia. Fue en este punto donde Quine expuso que la definición es el vínculo entre dos tipos de lenguaje: el complejo y el familiar.
            En este punto del camino, si llegamos a sentirnos en un círculo fue porque Quine intentó explicar el primer concepto (analiticidad) recurriendo a una cadena que terminó por sugerir la definición, todo con el fin de explicar el primer dogma. Es preciso aclarar que el concepto de definición va unido a los tipos de economía que expresamos en el primer capítulo: economía expresiva y gramatical. Después entró a escena la intercambiabilidad, elemento que trabaja en el campo de la significación únicamente.
            Después Quine se enfrentó a problema de intentar explicar si la intercambiabilidad era o no suficiente  para justificar la sinonimia como punto de apoyo de la difícil analiticidad. Para resolverlo, como ya vimos, propuso la sinonimia cognitiva. Para este respecto, añadió que la semántica y la analiticidad están íntimamente unidas y que, en última instancia, las reglas semánticas son reglas de traducción propias de un lenguaje común.
            No obstante, a pesar de todo lo ofrecido, Quine aún luchaba con tratar de entender la sinonimia, y para ello recurrió a su concepto propio de la verificación. El método de validación empírica lo ayudó, especialmente con la sinonimia. Y esto principalmente porque la sinonimia está muy ligada con los dogmas del empirismo. Entonces, como un mecanismo, exponemos ya de una manera sintética los pasos que Quine realizó para eliminar los dogmas.
 Por lo que respecta al tema fundamental visto aquí (lenguaje), el pensamiento de Quine puede considerarse como uno de corte revisionista. Quine hizo un esfuerzo por ofrecer una crítica sólida a algunas de las doctrinas empiristas fundamentales y tradicionales (los dos dogmas del empirismo), y así defender el lenguaje como lo hemos visto aquí.  
Gracias a ese desglose entendemos cómo Quine se deshizo de los dogmas y propuso que el lenguaje, para ser entendido plena y satisfactoriamente, debía pensarse en un contexto social, donde eventualmente adquiriría mayor profundidad y uso. Fue así que en el capítulo dos nos pudimos centrar en el principio de su propuesta, donde nos encontramos con el análisis del término, del enunciado y de la teoría. Las ideas reflexivas principales aquí pasaron a ser la capacidad de aprender un término en relación al objeto que refiere, y más aún, que la existencia del objeto no está garantizada, no está asegurada si y sólo si hay un sustantivo que respalde ese objeto.
Fue ahí donde analizamos con detalle y claridad lo que para él significó el término, cómo lo aprende el niño pequeño, cómo lo transmite la sociedad, cómo deduce palabras y su relación con el objeto al que refiere; asimismo abordamos la diferencia entre el sustantivo y el pronombre: el nombramiento y lo que eso implica; la posterior aparición del enunciado visto como una formulación más compleja pero cercana a su etapa final en la que es visto como un todo: la teoría, que se trató como conjuntos de enunciados articulados en virtud de las conexiones lógicas que existen entre los enunciados que las constituyen.
Y en su momento vimos que, como origen de este lenguaje quineano, el concepto de palabra (término) es susceptible de acuerdo a la percepción sensible que se obtiene del objeto en cuestión. Fue en este punto donde Quine se planteó: ¿Qué palabra puede ser la más adecuada para aplicar y referir al objeto? Y es una muy buena pregunta, donde que es relativo en base a dónde se use el término y con qué objeto e intención. Ahora bien, si fuera cuestión del fenómeno que se intenta describir ¿cómo hacerlo?
En este punto, Quine añadió que hay términos que son más fáciles de aprender de manera teórica que empírica. Nos encontramos entonces con la sentencia de “ay”, analizada en varias ocasiones con el fin de entender su propósito y procedencia. Aquí llegamos al concepto de estímulo y el análisis se orilló a: ¿Qué clase de estímulo tenemos a la mano para referirnos al objeto o momento específico? Aquí Quine nos avisó que, aun cuando se formulen leyes o haya algunas como presupuesto, lo que la sociedad o el momento indiquen es lo que debe acatarse.  
Y de paso y de la mano con el estímulo, descubrimos una situación especial: la hipótesis de que dos sentencias unidas logren expresar un estímulo más complejo a uno sencillo como “Ay”, y esto da lugar al enunciado. La importancia contextual fue que el enunciado nos llevó a conocer con precisión la adjudicación de espacio y tiempo de los conceptos y sentencias.
Posterior a ello analizamos el problema siguiente: la capacidad perceptiva de dos individuos frente a un objeto o término. Dedujimos, gracias a Quine, que aunque haya capacidad u oportunidad semejante, el resultado puede ser distinto. No obstante, a pesar de la diferencia de resultados en el aprendizaje (la formulación de sentencias), el que se den resultados es lo que une, lo que asemeja a los hablantes.
¿Cómo asegurar que un estímulo corresponde a un término u objeto específico?, fue parte de los análisis sucesores en el camino. Logramos pasar a que si puede haber sentencias semejantes, o incluso aproximaciones al enunciado ¿es posible la sinonimia y su comprensión universal?
Aquí llegamos a descubrir que la definición crea un efecto específico: una asociación entre términos parecidos para cambiar el sentido. Entonces, vimos que la unión de sentencias puede ya ofrecer un carácter totalitario y descartando la estimulación no verbal. Más importante, en este punto del camino, es enfatizar que, en el ensayo, aquí descubrimos que el pequeño puede asociar sentencias a modo de totalidad aun cuando no lo sea, pues su capacidad aprehensiva lo permite y lo hace posible.
 Y para lograr esa totalidad lingüística que menciona, es preciso conocer mínimamente el tema en cuestión, y eso nos condujo indefectiblemente a la teoría, o en lenguaje de Quine, al holismo semántico. Gracias a eso podemos ver el lenguaje de una forma distinta: como un arte social, es un todo que funciona mejor como disposiciones sociales inculcadas constantemente (como vimos en el constante ejemplo del niño y sus padres).
En el tercer capítulo, abordamos los conceptos que Quine proporcionó para consolidar su propuesta lingüística: contemplamos la opción de que la descripción puede cohesionar al término con su objeto de referencia; el hecho de que el niño puede asociar términos y dirigirlos al objeto en cuestión. Es así que el niño es capaz de aprender términos semejantes, categorizarlos, agruparlos, y conocer lo que es la semejanza.
A su vez, el niño aprende a no mezclar conceptos aun cuando entre éstos haya parecidos, y eso le permite, tarde o temprano, aprehender las cualidades de estos, surge con ello su capacidad de asociar ya no sólo términos, sino también objetos que posean cualidades semejantes.
Esto es lo que Quine llamó campo pre-lingüístico. Es aquí donde el niño analiza si su aprendizaje es diferente al nuestro, cuando su asociación comienza a adquirir forma y sentido con los términos y sus objetos. Lo importante, cuando analizamos esto, es que pudimos darnos cuenta de que la percepción juega un papel recurrente, pero simultáneamente asume un carácter relativo en base al entorno y a los objetos presentes. Aquí Quine nos avisa que la sociedad define las palabras como ejecuciones, pues el contexto, en ocasiones, auxilia a los términos cuando éstos no consiguen insertarse en una o varias reglas determinadas.
Es con esta coyuntura que Quine nos advierte que el aprendizaje del niño presenta una profunda calidad en la aprehensión y comprensión de los términos de consuno con los objetos que refieren. Sin embargo, vale la pena recalcar que la importancia le pertenece al término, no al objeto. El niño ve extensión donde hay pluralidad, una totalidad particular, por llamarlo de algún modo.
Más adelante, casi al final, vimos la predicación y entendimos que tiene su apoyo en tres ejes comunes: sustantivo, verbo y adjetivo. Pero como quedaba la duda, explicamos que, acorde con Quine, la predicación es lo que hoy conocemos como prefijo, sufijo  e infijo.
            Con el inicio de su propuesta general fundamentada en esos tres ejes principales, que Quine procedió a construir su argumento: el lenguaje es un conjunto de disposiciones sociales inculcadas. En su momento Quine llegó a rechazar la tesis según la cual los enunciados son individualmente contrastables, asunto que exploramos con su importancia debida a finales del capítulo uno y en gran parte del dos. Quine, debemos precisarlo, defendió el llamado “holismo epistemológico”, según el cual las teorías se enfrentan al “tribunal” de la experiencia como un todo. Es por ello que entendemos que para Quine, las teorías y la evidencia empírica son una cuestión de carácter global.
            Entonces, esto nos dice que el holismo de Quine se opone rotundamente a la tesis carnapiana de la contrastabilidad individual que, acorde con Carnap, es una característica de los enunciados que forman la teoría. Ésta es la base del rechazo que Quine hace al dogma reductivista. Es importantísimo destacar, a su vez, que Quine sostuvo que lo que justifica y respalda nuestras creencias o teorías sobre el mundo es su éxito y carácter empírico.
            Y al afirmar Quine que el lenguaje es un arte social compuesto por disposiciones que se inculcan entre individuos, pudo hacer a un lado los dogmas del empirismo y así permitir que el lenguaje fuera entendible para todos, con una estructura que él mismo planteó y donde la evidencia empírica es parte de su progreso. Con todo, y aunque es sumamente compleja, la visión del lenguaje propuesta por Quine resulta sumamente interesante al demostrar que el lenguaje debe considerarse una arte de construcción social en todo su esplendor y queda claro que así es como mejor puede explicarse su funcionamiento.
            En un contexto histórico y conceptual, nos damos cuenta de que la filosofía quineana se sitúa en la corriente del empirismo, cuyo origen se remonta al siglo XVII, con Locke, Berkeley y Hume, pasando por el maestro de Quine: Carnap. Entonces, fue en el capítulo uno donde explicamos por qué Quine mostró que seguir utilizando los dogmas del empirismo no le era útil al lenguaje para que éste pudiera desarrollarnos en un contexto distinto: el social.
            Es importante saber que el pensamiento de Quine contribuyó al desarrollo tanto de Noam Chomsky como de Donald Davidson. Ya que el primero logró revolucionar el campo de la lingüística teórica gracias a un tono lógico. Chomsky planteó una gramática formal, esto es, una gramática extendida supeditada a normas de transformación. Una forma de decir que el lenguaje se puede aprender de manera más innata.
            Por su parte, Davidson fue un autor que se sintió profundamente en deuda [intelectual] con Quine en el lenguaje. Davidson aportó ideas a la semántica, a la epistemología y la llamada “teoría de la acción”. En medio de estas propuestas contribuyó al lenguaje a partir de lo que Quine desarrolló y, como ya dijimos, le estuvo en deuda y agradecimiento.
            Aquí ya no vemos, pues, atisbo alguno de los dogmas, sino que el lenguaje, de un modo u otro, ha pasado a ser analizado de una manera más fresca, más directa y con principios y parámetros distintos. La aportación de Quine al lenguaje logró que estos autores concibieran su arte social como un recurso de gran valor. El lenguaje, como dijimos al inicio, está vivo en su cambio y evolución, y mucho de eso depende de la disposición que de él tenga la sociedad.

Bibliografía
Obras principales:
1.- Willard Van Orman Quine, Palabra y Objeto,  Barcelona, Editorial Labor, S.A., 1968.
2.- Willard Van Orman Quine, En desde un Punto de Vista Lógico, Barcelona, Ediciones Ariel, Traducción de Manuel Sacristán, 1962.  
3.- Willard Van Orman Quine, La naturalización de la epistemología, Oxford, Clarendon Press, 1977.




[1] Willard Vam Orman Quine, Palabra y Objeto, Barcelona, Editorial Labor, 1968.
[2] Willard, Vam Orman Quine, Desde un punto de vista lógico, Barcelona, Ediciones Ariel, 1962, p. 76.
[3] Cfr., Dewey, 1930, p. 32.
[4] Van Orman Quine, Willard, Palabra y Objeto, Editorial Labor, S.A, p. 11
[5] W. V. O. Quine. Dos dogmas del empirismo. pág., 50. [1] En mi opinión es un tanto cuestionable adjudicar el término significado a la noción kantiana, ya que este término contiene un matiz lingüístico que la definición de Kant no tiene (véase el parágrafo A7 de Crítica a la razón pura). Sin embargo es práctico para fines del ensayo por el uso posterior que la tradición dio a esta noción kantiana.
[6] Un ejemplo de Quine para ilustrar la diferencia significativa de dos términos singulares que denotan el mismo concepto es el de decir “9” y “el número de los planetas”. En el caso de los términos generales, pone el ejemplo de la diferencia significativa de “criatura con corazón” y “criatura con riñones”, que toma como iguales en cuanto a extensión.
[7] Quine, Op.cit. pág. 52.
[8] Quine, Op.cit., pág. 50.
[9] Íbidem¸ p. 53.
[10] Quine. Op.cit. pág. 63. El subrayado es mío. Substituye un entrecomillado por ser confuso dentro de una cita.
[11] Supra, p. 18.
[12] Íbidem, p. 57.
[13] Quine. Op.cit. pág. 68. El subrayado es mío. Substituye un entrecomillado por ser confuso dentro de una cita. 
[14] Íbidem, p. 53.
[15] Ídem.
[16] Íbidem, p. 66.
[17] Ídem.
[18] Íbidem, p. 67.
[19] Íbidem, p. 69.
[20] Íbidem, p. 67.
[21] Íbidem, p. 70.
[22] Ídem.
[23] Quine. Op.cit., pág. 72.
[24] Quine, Op.cit. 1962, p. 71
[25] Loc. Cit.
[26] Quine, 1962, p. 65
[27] Íbidem, p. 71.
[28] Quine. Op.cit. pág. 75.
[29] Quine. Op.cit. Pág. 76.
[30] Íbidem, p. 74.
[31] Supra, p. 3.
[32] Íbidem, p. 75.
[33] Supra, p. 28.
[34] Loc. cit.
[35] Quine. Op. cit. Pág. 78.
[36] Supra, p. 5.
[37] Íbidem, p. 77.
[38] Íbidem, p. 80.
[39] Willard Van Orman Quine, Palabra y Objeto, Barcelona, Editorial Labor, S.A., 1968.
[40] Willard V.O.Quine, Palabra y Objeto, Barcelona, Editorial Labor, S.A, 1968, p. 15.
[41] Íbidem, p. 14.
[42] W. Van Orman Quine, Palabra y objeto…, p. 16.
[43] Ídem.
[44] W. Van Orman Quine, Palabra y objeto…, p 16.
[45] Ídem.
[46] Íbidem, p. 17.
[47] W. V. O. Quine, Palabra y objeto…, p. 18.
[48] Ídem.
[49] W. V. O. Quine, Palabra y objeto…, p. 19.  
[50] Supra, p. 18.
[51] Íbidem, p. 20.
[52] Ídem.
[53] Íbidem, p. 21.
[54] Íbidem, p. 22.
[55] W. V. O. Quine, op.cit., p. 22.
[56] Íbidem, p. 23.
[57] Ídem.
[58] Íbidem, p. 24.
[59] Ídem.
[60] Íbidem, p. 53.
[61] Íbidem, p. 54.
[62] Íbidem, p. 55.
[63] Supra, p. 47.
[64] Íbidem, p. 55.
[65] Íbidem, p. 56.
[66] W. Van Orman Quine, Palabra y objeto, op.cit., p. 25.
[67] W. V .O. Quine, P… p. 25.
[68] Íbidem, p. 27.
[69] Ídem.
[70] Íbidem, p. 29.
[71] Ídem.
[72] Íbidem, p. 30.
[73] Ídem.
[74] Íbidem, p. 31.
[75] Ídem.
[76] Ídem.
[77] Íbidem, p. 32.
[78] Ídem.
[79] W. V. O. Quine, Palabra y objeto…, p. 93.
[80] Ídem.
[81] Íbidem, p. 94.
[82] Íbidem, p. 95.
[83] Íbidem, p. 97.
[84] Íbidem, p. 98.
[85] Íbidem, p. 99.
[86] Ídem.
[87] Íbidem, p. 101.
[88] Ídem.
[89] Íbidem, p. 102.
[90] Ídem.
[91] Supra, p. 18.
[92] Supra, p. 12.
[93] Íbidem, p. 103.
[94] Íbidem.
[95] Íbidem, p. 105.
[96] Íbidem, p. 106.
[97] Ídem.
[98] Íbidem, p. 107.
[99] Íbidem, p. 108.
[100] Supra, p. 100.
[101] Íbidem, p. 109.
[102] Íbidem, p. 110.
[103] Íbidem.
[104] Íbidem, p. 111.
[105] Íbidem, p. 112.
[106] Supra, p. 21.
[107] Íbidem, p. 113.
[108] Íbidem, p. 114.
[109] Íbidem, p. 115.
[110] Ídem.
[111] Íbidem, p. 126.
[112] Ibidem, p. 127.
[113] Cit. Por Willard Van Orman Quine, Palabra y objeto, p. 128.
[114] Íbidem, p. 129.
[115] Íbidem, p. 131.
[116] Íbidem.
[117] Íbidem, p. 132.
[118] Íbidem, p. 135.
[119] Supra, p. 14.
[120] Supra, p. 11.
[121] Quien, Palabra y objeto…, p. 40.
[122] Íbidem, p. 41.
[123] Íbidem.
[124] Íbidem, p. 49.
[125] Íbidem, p. 53.
[126] Íbidem, p. 54.
[127] Íbidem, p. 56.
[128] Supra, p. 101. 

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