Café Society. De los años 30 con ironía.



Entre mis muchas memorias escolares, recuerdo que mi antiguo coordinador de filosofía solía emplear el humor negro como sello característico de su enseñanza. En una escapada lo cuestioné al respecto. Le pregunté por qué lo empleaba tanto, en lugar de ser directo. Él me replicó "¿Has visto alguna de las películas de Woody Allen? En ese momento mi respuesta fue "No", aunque sí ubicaba al director. 

Woody Allen, lo adviertes en cualquiera de sus filmes, emplea un sutil, irónico, cínico y honesto análisis sobre las relaciones humanas. Lo hemos visto en Manhattan (1979), Hannah y sus hermanas (1986), Annie Hall (1977), Media noche en París (2011), entre otros proyectos. Para esta ocasión, que podría no ser una novedad en el cine, Allen emplea la inocencia y la ingenuidad como motores emocionales en esta cinta, mientras que se vale de contextos históricos como el Hollywood de los años 30 para la recreación contextual, momento donde las actrices, el talento, el glamour y mucho más, estaban en boga en la industria fílmica. 

Allen, en esta comedia [dramática] que él mismo escribió, recurre a un tono ligero para dirigirla y presentar la historia que busca plantear como análisis retrospectivo de una sociedad inmersa en el espectáculo: un amor juvenil, veleidoso, honesto en ocasiones, engañoso a conveniencia, sumamente chistoso de origen, pero dramático para endulzar el viaje. Los conflictos que aquí maneja sobre el tema del amor son comunes, pero identificables, divertidos y, por momentos, hasta frustrantes; además, son claros y predecibles, sin embargo, llega un momento en que es evidente, debido a la estructura del guión, que Allen se esforzó por plasmarlos con extensión -crear nuevos conflictos poco eficientes o retomar algunos ya expuestos para continuar a la trama-, para darle la mayor naturalidad posible sin que pareciera algo secundario, pues cerca del tercer acto es evidente cómo retoma el conflicto principal para causar efecto emocional en el protagonista, volcar su mundo, observar su decisión y vínculo con el mundo que lo rodea, generar interés en el espectador y ver qué sucede cuando "el pasado" se aparece en el presente.

Nada que no sea digno de contar, claro está. Quizá por esta razón eligió a la polémica dupla compuesta por Kristen Stewart y Jesse Eisenberg como la pareja que, sin serlo, atrapan el corazón del otro para llenar de melancolía, cursilería y capricho una cinta que apela a una época que se presume dorada. Y es con lo que sucede en los momentos privados de cada personaje que encontramos varios de los mejores chistes culturales de la película, aquellos instantes donde las carcajadas se apoderan de nuestro interés y entusiasmo por seguir la historia; no obstante, además de los chistes, que se perciben orgánicos y ad hoc, están las participaciones de secundarios como Steve Carrell como Phill, Blake Lively en un papel que le quedó de relleno, bueno, pero casi terciario. Así, tanto la familia de Bobby (Eisenberg, bueno y cumplidor) como los sucesos a su alrededor se desenvuelven adecuadamente, al mismo tiempo que lo que vemos captura levemente matices diferentes (a veces vemos suspense, en otras vemos drama, en otros momentos gansteriles, etc.), dotando a la cinta de una frescura que le permite combinar diversos niveles en géneros sin perder la esencia del que le corresponde de origen: la comedia irónica. Y por esta sutileza en el tono es que resulta patente el manejo que Allen demuestra de los conflictos, al resolverlos con ingenio, destreza e inocencia.

Las burlas están ahí, listas para ser absorbidas por el espectador, para maravillarlo con una época que ya fue, pero que sigue en el corazón del inconsciente colectivo; a este respecto la ambientación es formidable, pero me resultó muy evidente adivinar la puesta en escena y el "¡Action!", lo que en breves instantes  me distrajo un poco, aunque el montaje fue estupendo y los personajes son construidos como compromiso puro de la historia. Dicho esto, resulta evidente que un desarrollo de personajes no era necesario para los propósitos que aquí ocupan, aunque claro, también es lógico suponer que Allen los emplea como vehículo de sus motivos, como espejo de facetas de su personalidad (en Eisenberg, la inocencia; en Stewart, la indecisión; en Carrell, el cinismo y la vanidad, y así sucesivamente). Es una cinta que goza de un estupendo repertorio musical, un acertado elenco, mismo que se esfuerza en recrear emocionalmente la historia de una época que se sigue evocando con esfuerzo. Allen hizo un esfuerzo formidable escribiéndola. El resultado debe ser aplaudido. 

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